La felicidad bogotana | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Octubre de 2014

El claroscuro de la encuesta distrital

La mayor experiencia, una necesidad electoral

 

Algunos podrán ver un galimatías en que los bogotanos se sientan en su gran mayoría felices de vivir en la ciudad, de acuerdo con la última encuesta de Felicidad y Satisfacción Ciudadana, pero igualmente se muestran exasperados con elementos claves de la capital del país. De hecho, es lo que muchos sienten y piensan, porque de un lado se reconocen las virtudes pero de otro se aspira a que la ciudad esté mucho mejor y vuelva por el sendero de lo que fue como modelo latinoamericano.

Ciertamente la encuesta, en la que se contactó a más de 7.300 mil personas con preguntas múltiples, es una radiografía de lo que acontece en el corazón de los bogotanos. De una parte, alrededor de un 70 por ciento se muestra satisfecho con su vida en la capital y el 75 por ciento considera que hacia adelante las cosas mejorarán gracias a las potencialidades capitalinas. Inclusive el 69 por ciento le recomendaría al resto de los colombianos vivir en el Distrito y al 72 por ciento no se le pasa por la cabeza cambiar de residencia. La alta satisfacción demuestra, por sobre todo, cómo Bogotá, por su propia cuenta, sabe responder a sus residentes. Esto en cuanto a que más del 65 por ciento se siente satisfecho con la situación económica de su hogar, más o menos concomitante con la estabilidad laboral y las posibilidades de trabajo que han encontrado. Asimismo, sus habitantes destacan las diferentes alternativas educativas, teniendo desde las universidades de más prestigio a otras opciones de educación, lo mismo que encuentran en la multiplicidad de las ofertas culturales, de entretenimiento y de parques otro elemento positivo.

El problema de Bogotá está, pues, cuando sus residentes se encuentran con los servicios que debe sufragar el Estado. Existe un grito descomunal por mejorar las condiciones de la justicia (82 por ciento de desaprobación); hay suma desconfianza en las entidades públicas (73 por ciento); el transporte público, la malla vial y las condiciones de movilidad son desastrosas (entre el 80 y 88 por ciento de desfavorabilidad); y ante la pregunta de si la gente se siente segura al transitar las calles se dio un resultado negativo del 77 por ciento.

Con ello queda claro que la ciudad está pidiendo más acción, mejoramiento del Estado y un viraje en la calidad de vida.

A nuestro juicio, la carencia de acción viene determinada, en parte, por la falta de una estructura administrativa adecuada a las necesidades capitalinas. Los despachos e institutos no siempre responden a ello y los métodos de gobierno, generalmente colectivos, no están acordes con la dinámica que exigen los ciudadanos. Lo que se requiere es acción, aquí y ahora, por métodos más expeditivos y menos engorrosos, fruto de un Estado paquidérmico y poco solidario con la ciudadanía.

Pero a su vez se requiere más Estado. Eso queda claro en la falta de administración de justicia, la inconformidad con la seguridad y la exasperante situación de movilidad. Mucho se podría hacer, mejorando las condiciones de la justicia administrativa, con mayores y mejores centros de conciliación y mecanismos orales expeditos, lo mismo que vigorizar la alicaída figura de los jueces de paz y las comisarías de familia.

El reproche de la seguridad, por su parte, exige repensar la estrategia de la ciudad, más allá del sistema CAI y la languidez de los Cuadrantes. Es posible, desde luego, que algunos índices hayan mejorado, como los del homicidio, pero indudablemente la ciudadanía ha perdido confianza en la calle y es menester de la Alcaldía y la Policía recuperarla para la gente de bien.

Hoy Bogotá ha perdido norte, método y modelo. Seguramente se han avanzado ciertas tendencias sociales para homogenizar la capital, pero igualmente se han perdido los mínimos de orden y gerencia, comenzando por el carrusel indefinido de funcionarios que se rotan los despachos y no permiten ni siquiera una mirada de corto plazo. El orden, ante todo, parecería la premisa sustancial para recuperar la calidad de vida, atacar el microtráfico y la drogadicción, y salvar la ciudad de la invasión al espacio público. Mejorar las condiciones políticas, donde el diálogo sea lo natural antes que el hirsuto enfrentamiento debería ser un propósito inmediato.

Mucho en la ciudad, sea ello la financiación del Metro, la incorporación de más agentes de Policía, el mejoramiento de las condiciones de justicia, los grandes proyectos de infraestructura y la creación de vivienda popular, requieren de un diálogo fluido, leal y abierto con la Presidencia de la República. Hoy una parte importante del futuro bogotano está en ello. Y para esto el consenso es el instrumento apropiado. Ojalá la ciudad encuentre la persona con la mayor cantidad de experiencia posible en las próximas elecciones a fin de remangarse y de una vez, manos a la obra.