La historiadora inolvidable | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Julio de 2013

*Centenario que honra a Colombia

*El horrendo crimen de Berruecos

 

La   ministra de Cultura, Mariana Garcés, ha estado desempolvando los escritos y manuscritos de la notable escritora del siglo XIX, Soledad Acosta de Samper, una de las historiadoras más representativas de su tiempo en Colombia y en el exterior, casada con José María Samper, eminente constitucionalista, que se pasó al nacionalismo que instauraron Rafael Núñez, Carlos Holguín y Miguel Antonio Caro, partido que estuvo un tanto más a la derecha si se quiere que el conservatismo tradicional. Por lo que se conformó un hogar excepcional en el cual el interés por las cosas de la cultura alimentaba a diario la curiosidad de ambos, empeñados desde distintos ámbitos en descubrir el trasfondo histórico  de Colombia y su relación con el mundo. Una minoría de bogotanos o gentes radicadas aquí se empeñaban en  romper el aislamiento de esta ciudad que, algunos tildan como el Tíbet suramericano, por medio del saber y el humanismo. Tal el caso de Miguel Antonio Caro, quien sin salir de Bogotá nunca, tenía unos conocimientos universales comparables tan solo con los intelectuales europeos más refinados de su tiempo, como lo deja ver Marcelino Menéndez Pelayo.

Soledad Acosta de Samper se beneficia desde su niñez de crecer en un hogar en el cual se le rendía culto a la cultura, lo mismo que a los valores de la nacionalidad,  por lo que estudiaba la historia no solamente a partir de 1810, como en el caso de Samper, que consideraba que el Derecho Constitucional había surgido con la Independencia, sino que investigaba el pasado del Imperio Español y los antecedentes de la población aborigen para tener un cuadro más claro de la nacionalidad. El prestigio de Soledad Acosta llegó a ser muy grande en su tiempo y algunos autores consideran que al participar en un Congreso Internacional de Historia en Madrid, ella hizo observaciones sobre los orígenes de la población antioqueña citando a un cronista colonial en cuyo texto supuestamente se consignaba que estos en sus raíces eran de la misma raza que el pueblo elegido. Esa versión hizo carrera y la han repetido numerosos autores, hasta que alguno leyó de cabo a rabo el libro en mención sin encontrar una sola cita sobre el tema.

En Hispanoamérica se leían los libros de Soledad con el más vivo interés, puesto que solía tratar temas apasionantes en una prosa ágil y pulcra, como su libro sobre la piratería, o el papel de las mujeres más sobresalientes y ensayos bibliográficos de sumo interés, como el que hizo para concursar con otros autores con el mejor trabajo biográfico en la Academia de Historia de Venezuela, de la que la hicieron miembro, sobre la vida del mariscal Antonio José de Sucre. La escritora explica que desde un principio se guió en el ensayo sobre Sucre, por testimonios de primera mano, como los escritos de éste y del Libertador Simón Bolívar. En tanto, que para analizar más a fondo las actividades de ambos prefirió escrutar autores independientes y objetivos, para no caer en el ditirambo, ni en lo contrario.

Una parte de la obra sobre Sucre la dedica al asesinato del gran hombre ocurrido en las montañas de Berruecos, hecho criminal que la conmueve en cuanto ese militar que engrandeció las armas de Colombia en Ayacucho consagrando con la espada la Independencia de América, al derrotar la invasión peruana en el Portete de Tarqui, impidió que el expansionismo de los vecinos consiguiera anexar el sur del país, que constituía media República, de un valor estratégico excepcional. Relata que Sucre tuvo una curiosa conferencia con el vicepresidente, general Caicedo, quien, al parecer, le pidió que no viajara por Pasto: “No me parece prudente, le decía, que  U. vaya a ponerse en manos de los pastusos, tan tenaces en la causa del Rey y conocen a  U. tanto por haberles hecho la guerra con ahínco… Aconsejo a  U. de todo corazón que atraviese el Cauca y sin tocar en Neiva y en Popayán, se embarque U. en Buenaventura y de allí pase a Guayaquil”. Esta cita del vicepresidente Caicedo, que tenía contacto con las logias envueltas en la conjura, viene a probar que estaba al tanto de que al desintegrarse la Convención de Ocaña el círculo de Santander había dado la orden  de eliminar al Libertador y al mariscal Sucre.

Y cita, también, la historiadora al general Posada Gutiérrez que dice: “El general Sucre era a los ojos de aquel partido el hombre más peligroso, después de Bolívar. El noble comportamiento que siempre observó con éste, y más en los días de su desgracia, que se interpretaba por inteligencia secreta en planes que se suponía se fraguaban entre los dos para después, el eminente  prestigio que le daba su esplendente gloria militar; el ascendiente que tenía sobre el ejército; su capacidad y variada instrucción, y el respeto que inspiraba la rigidez de sus costumbres públicas y privadas, todo hacía que se le considerase como el sucesor más digno de Bolívar, el único que podía con probabilidades de buen éxito intentar el mantenimiento de la unión de Colombia, bajo la Constitución en que tanta parte tuvo, o bajo una Confederación de tres Estados regidos por un Gobierno Federal y por consiguiente este hombre, en la flor de su edad, de salud robusta que le prometía largos días de vida, era más temible aún que el mismo Bolívar para el Partido disolvente y ambicioso que aspiraba al dominio de la tierra granadina, bajo su caudillo ausente (Santander) y odiaba al héroe que podía impedírselo y que era el más notable de todos los generales…”.

La famosa historiadora considera que el general José María Obando fue un instrumento del partido santaderista en el crimen político más sonado de la época. Ella recuerda la famosa carta que el 28 de mayo escribió el general José María Obando, fechada en Buesaco, al tunante y asaltante de caminos: “Mi estimado Erazo. El dador de esta le advertirá de un negocio importante que es preciso lo haga con él. Él le dirá a la vez todo, y manos a la obra. Oiga todo lo que le digo y U. dirija el golpe suyo José María Obando”. Agrega la escritora que Erazo era un “asesino y villano de nacimiento y de modo de ser. A pesar de las matanzas y robos que cometía en el camino en donde tenía su casa era protegido de Obando, que lo necesitaba para encabezar sus guerrillas, y con ese motivo no solamente era teniente coronel de milicias sino comandante de la línea de Mayo” por donde al salir de Popayán de manera inevitable se encontraría con su horrible destino suramericano el mariscal Antonio José de Sucre.