* Un hábil lector de necesidades
* Cotidianidad tecnológica
Cuando se agotan a escala mundial todos los calificativos, para tratar de resaltar la trayectoria de una personalidad recién fallecida, es dable concluir que la humanidad perdió a uno de sus mejores exponentes. Y eso es, precisamente, lo que ha ocurrido en torno de Steve Jobs, el visionario que revolucionó la tecnología en las últimas décadas y cuyos inventos hoy son casi imprescindibles en todo el planeta.
Aunque ayer en todo el mundo se calificaba a Jobs como uno de los genios de los tiempos modernos, en realidad, como lo describieron sus más allegados, era todo lo contrario: el más humano de los humanos, con virtudes y defectos. Y fue precisamente eso lo que le permitió intuir de manera muy cercana y detallada qué era lo que la gente más quería a la hora de hacer de los avances tecnológicos una herramienta de uso cotidiano que encajara suavemente en el diario vivir de las distintas generaciones a las que impactó. Más que un inventor, el cofundador de la multinacional Apple, esa niña consentida que arrancó en un garaje de su casa, vio florecer y también atravesar múltiples dificultades pero que siempre supo sacar adelante, era un lector agudo de las necesidades de jóvenes y adultos. No buscaba sorprenderlos, sino hacer de sus vidas algo más cómodo. Por eso una vez identificaba esas inquietudes del ciudadano promedio se disponía a trabajar para satisfacerlas. Esa es su marca imborrable en el renglón de las computadoras, los reproductores multimedia y teléfonos inteligentes que solía revelar al mundo en presentaciones en donde lo importante era destacar la sencillez, comodidad y fácil utilización de cada uno de sus aparatos informáticos, digitales y desarrollos virtuales.
La segunda de sus cualidades genera aún más admiración: Jobs siempre fue un adelantado a su tiempo y, por lo mismo, cuando ideó su primera computadora personal Macintosh y luego cuando sucesivamente vislumbró, creó y perfeccionó otros inventos de la marca Apple, como el iPod, el iPhone y el iPad, sabía que éstos apenas era un escalón más, un abrebocas hacia algo más avanzado y revolucionario. Fue, en consecuencia, un hombre del futuro.
Su muerte a tan temprana edad y el estoicismo con que afrontó, siempre rodeado de su familia, estos últimos años de padecimiento y lucha contra una penosa enfermedad, también dejan una enseñanza: la necesidad de dejar huella y trascender que debe mover a cada ser humano para superar sus propios límites y metas a corto, mediano y largo plazos. Jobs supo hacer de Apple más que una compañía que facturara billonarias sumas, un símbolo de siempre pensar hacia adelante, de ver en la competencia, más que un obstáculo, un reto a ir más allá. Por lo mismo, la multinacional fue diseñada por su fundador para que superara las contingencias a punta de ingenio y tesón, del desarrollo del recurso humano. Por eso la confianza de los mercados en que la empresa podrá seguir compitiendo aún mediando la ausencia de su principal motor e inspirador. Es claro que su retiro del timón empresarial hace pocas semanas iba enfocado a evidenciar que su niña consentida ya se puede defender por sí sola.
Ha perdido la humanidad a uno de los más destacados seres de las últimas décadas. Con defectos y virtudes, aciertos y yerros, Jobs deja una huella difícil de borrar. Su genialidad y capacidad visionaria marcaron una época. Quizá millones de personas alrededor del mundo no lo sepan ni valoren en su justa dimensión la trayectoria del “hombre de la manzana”. Sin embargo, ese reconocimiento tácito estará presente a diario cada vez que utilicen de la forma más natural y cómoda algunos de sus inventos y desarrollos. Y es que ese era el espíritu de su creador: hacer de la tecnología algo común y cotidiano.