La integridad moral | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Marzo de 2013

*Compromiso misional del papa Francisco

*Reacción tardía de sus malquerientes

La consagración del cardenal de Argentina como Papa cogió de sorpresa a varios de sus admiradores y  desconcertó a los sectores hostiles a la Iglesia Católica. La información inicial que prevaleció en los medios de comunicación resultó repetitiva y coincidente, en el sentido que al cardenal Jorge Bergoglio se le conocía en su país como una de las figuras preclaras y más respetadas del clero, no solamente por su talento y su aporte intelectual al servicio de la sociedad con más de 11 libros, sino por la modestia de su vida y la austeridad como desempeñaba su cargo se rector de la iglesia local.  Sin que por esa condición intelectual se le considerara un personaje aislado o estrafalario en el conjunto de la sociedad de consumo de su país. Por el contrario, no se portaba como un anacoreta al estilo de los antiquísimos cristianos que se retiraban a orar en la soledad del desierto o en alguna cueva aislada del ruido mundanal, por sus  pecados. Para nada, el cardenal se diferencia de otros clérigos por su compenetración con los problemas de la sociedad y buscar soluciones a los mismos, por evitar comentarios descriptivos en sus escritos y ahondar en los temas de mayor importancia nacional como la corrupción y la política.

Y la comunidad internacional entiende pronto el mensaje del Sumo Pontífice, su franca repugnancia por la ostentación y la riqueza, incluso cuando es propia de la dignidad que ostenta como papa. Así que cambia la cruz de oro por una de plata, el anillo de oro de su rango, en ocasiones con una piedra preciosa, por uno de hierro. Rasgos propios del miembro de una comunidad como la Compañía de Jesús, en la que sus miembros hacen voto de pobreza. Lo que no llama tanto la atención en la medida que desde cuando se funda la Compañía de Jesús por Ignacio de Loyola, durante el reinado de Felipe II, ninguno de sus miembros había alcanzado el honor de ser el heredero directo de San Pedro, siendo el influjo de los jesuitas tan grande en algunas etapas a partir de la Contrarreforma y del Concilio de Trento, que popularmente se hablaba del Papa Negro, para referirse al superior de la orden.

Los jesuitas, fuera del voto de castidad le juran obediencia al Papa, esa es su máxima responsabilidad, así como por sus notables conocimientos en teología y los diversos campos de la cultura, la experiencia en la formación de las elites católicas y el esfuerzo por dar a los humildes que estudian en sus colegios la misma calidad en sus estudios son  la vanguardia del pensamiento de la Iglesia de Roma, en sana competencia con otras comunidades y sectores importantísimos de la organización del catolicismo como Opus Dei. No siempre contaron los jesuitas con el apoyo de los poderosos en los países católicos, se dieron duras confrontaciones con la masonería y con sectores de la monarquía entre los que se destacan la pugna con los Borbones, que mediante el pacto de familia resuelven expulsarlos de sus dominios. Esa decisión tuvo el efecto de debilitar la corona española y provocó un vacío de poder y desconcierto entre los criollos y  se considera que Carlos III con esa determinación  contribuyó, como el que más, a la futura independencia. Y los grandes movimientos intelectuales y avance de la cultura cristiana están ligados al desempeño de los jesuitas y otras comunidades religiosas, las cuales como los dominicos, franciscanos o agustinos, rivalizaban en el desempeño cultural y misional.

El Para Francisco I representa el sentido de la vida militante que Ignacio de Loyola inculca entre sus seguidores. Es un activista de la religión, a la vanguardia de sus problemas, ideas y políticas. Su prioridad es devolver el espíritu de solidaridad a los católicos, dejar aquello de la simple solidaridad espiritual con los más necesitados y pasar a la acción en las calles y las barriadas para auxiliarlos espiritual y materialmente.

Y, claro, esa militancia papal sacude a la Iglesia, conmueve a sus feligreses, suscita nuevos admiradores y seguidores y preocupa a quienes pretenden disputarle fieles. Y sus malquerientes reaccionan un poco tarde. Es cuando de manera solapada se pretende tejer la especie de un cardenal Bergoglio, que, supuestamente, estuvo vinculado a las dictaduras del Cono Sur. Quienes lanzan esta especia cobarde e infame contradicen la verdad y el testimonio de un pueblo que admira al Papa. Pocos prelados de la Iglesia han tenido tanta dignidad y han desempeñado su ministerio con celo cristiano y ajustado a los cánones más severos del sacerdocio como el primado argentino. Hasta sus más enconados contradictores han salido a desmentir las consejas y chismes en  contra del Papa. Se destacan entre ellos, por su catadura moral,  Alfonso Pérez Esquivel, quien resalta que hubo pocos obispos que “fueron compañeros de lucha contra la dictadura”, entre éstos el más notable fue el hoy Papa Francisco I.