La Nación clama justicia | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Agosto de 2013

*Crimen de lesa humanidad

*Cayó por redimir a Colombia

 

La  investigación sobre el vil atentado que le costó la vida al estadista Álvaro Gómez, quien dirigió por años El Siglo y  con talento y franqueza desde esta tribuna establece una cátedra de cultura política y social, con sus escritos  y  propuesta de beneficio colectivo, avanza por años como el cangrejo y es una burla a los colombianos de bien que creen en la imparcialidad y eficacia de la justicia.  Álvaro, como cariñosamente lo llamaban sus amigos y seguidores, sobresalía con luz diamantina por su cultura humanista, su capacidad reflexiva y dialéctica, como por la entereza moral y por consagrar su poderosa inteligencia y su vida al servicio de Colombia y de los más grandes ideales conservadores. En los últimos tiempos de su desafío al Régimen le vimos trabajar en la soledad de su oficina en el  esfuerzo patriótico de denunciar y derrocar el Régimen, era conmovedor su noble empeño por  analizar y departir a diario con pasión sobre el acontecer nacional en todos los aspectos políticos, gubernamentales, económicos, sociales, partidistas, de orden público, así como de calcular el poder desestabilizador  de las fuerzas ilegales y de la corrupción, en las ciudades y en los campos,  hasta organizar un arsenal de postulados  para combatir el Régimen en todos sus aspectos. No temía estar solo en esa lucha, por cuanto decía que en la soledad es donde se fortalecen las grandes causas y surgen las más poderosas e insobornables convicciones, que llevan al político a perseguir sus  objetivos con grandeza.

La impunidad en el crimen de Álvaro Gómez Hurtado sorprende a los extranjeros y ofende a la gran masa de colombianos. Entre más se recuerdan sus ideas y su sacrificio, por intentar con valor limpiar los establos del Régimen, más se laceran sus corazones porque se haga justicia en ese horrendo homicidio  que conmocionó a la Nación, que no entendía cómo se podía atentar contra un estadista que reclamaba pulcritud administrativa, honradez en los funcionarios públicos, pronta justicia, solidaridad para con las Fuerzas Armadas y la mayor pulcritud de las mismas, con miras a formar una fuerza elite que pudiese combatir hasta la derrota a los subversivos en la periferia, puesto que el mayor bien que le podía hacer a Colombia era la paz. La paz sin transar la ley. Abominaba de aquellos políticos que transaban la ley, en el falaz supuesto  de que no existen límites para negociar con los violentos. Ese vicio de los políticos y gobiernos colombianos por transar la ley le parecía que era uno de los factores decisivos que incuba  la aparición de nuevos actores armados que esperaban recibir más  beneficios por alzarse, acumular asesinatos y depredaciones, para reclamar absoluta impunidad y disfrutar el botín.

Álvaro, en su enfoque crítico del sistema político colombiano, denunciaba que: “la política, la que tiene el valeroso propósito de convocar, está desaparecida como elemento determinante de la opinión pública. Parece que el éxito de los dirigentes consistiría en perdurar sin correr riesgos”. Y agregaba: “lo que se quiere alcanzar, en cambio, es la complicidad. Se pretende tener a la gente comprometida por interés. La consideración del provecho individual se impone por encima del bien público. Los propósitos colectivos se vuelven singulares, porque así es como producen beneficios. Cada actuación del Estado puede ser una oportunidad de enriquecimiento. El conjunto de esos aprovechamientos, generalmente ilícitos, crea un sistema de connivencias y encubrimientos que se convierte en el factor dominante de toda la vida política”. “Es así como se engendra lo que suele llamarse el ‘establecimiento’ o, lo que yo llamo el Régimen”. En  otro juicio lapidario expresa: “Estas asociaciones de intereses creados se mantienen unidas por la complicidad, que es una forma bastarda e impúdica de la solidaridad. Los regímenes logran sortear los anhelos de la opinión pública, sin complacerlos, porque la desprecian, la miden, la cuantifican para reconocer su precio. Su intención es encontrar la manera de sobornarla. Los elementos de convicción que son el instrumento para hacer el ejercicio de una política limpia son remplazados por la inequívoca fuerza subyugante del soborno. Con éste no solo se obtienen las complicidades internas en las instituciones, sino la mayoría de votos en los cuerpos colegiados y hasta en las elecciones populares”.

Los anteriores párrafos de su idearium,  que compartimos a plenitud, estaban cargados de  esa poderosa fuerza moral y convicción política, que suscita entre el público la más cálida y positiva reacción, como cuando una luz ilumina súbitamente un oscuro túnel, él interpretaba con elocuencia el sentimiento generalizado de frustración en el que han vivido y padecen sucesivas  generaciones  de colombianos sumidos en la podredumbre política, por lo que instintivamente se mostraban propensos a contribuir a combatir el Régimen. Sentían el llamado de acompañar al veterano dirigente en su ardorosa lucha hasta llegar a la cumbre del altar de la Patria, con el objeto de  pactar un acuerdo sobre lo fundamental por hacer una política limpia, que debía superar el fatal  miserabilismo habitual de los partidos.

En ese empeño superior entendía que los colombianos podíamos competir con las demás naciones del globo. Tenía fe inmensa en la arcilla que conforma el ser nacional, que no consigue sus grandes objetivos por la pequeñez de sus dirigentes, que determina que vivamos en uno de los países más ricos de la Tierra como pobres. Por ese fenómeno de contagio se produjo  la intempestiva y creciente comunidad de ideales entre Álvaro y el público que le oía con atención hablar de la Patria herida, desgarrada, saqueada, rezagada, mal gobernada, envilecida. Hasta que la garra brutal y sangrienta de los sicarios del Régimen apunta sus armas y se comete el horrendo  crimen de lesa humanidad que estremece a la Nación, el cual debe esclarecerse para lavar esa mancha ominosa de  impunidad de la vituperada justicia colombiana. Crimen que solo se explica por el delirio cobarde de los asesinos por acallar la conciencia nacional, sin percatarse de que  cometer el atroz delito  los acusaría hasta la eternidad.

 

No temía estar solo en esa lucha. Decía que en la soledad es donde se fortalecen las grandes causas y surgen las más poderosas e insobornables convicciones, que llevan al político a perseguir sus objetivos con grandeza