La paradoja programática | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Abril de 2022

* De un lado, contracción monetaria…

* De otro, capacidad de gasto desbocado

 

 

No le será fácil al país saber qué hacer después de terminados los subsidios que se crearon a raíz de la pandemia y de establecer el programa de Ingreso Solidario. Por supuesto, lo óptimo sería que la economía colombiana tuviera el suficiente vigor para no tener que recurrir a este tipo de estrategias que, por lo demás, fueron adoptadas en otras partes del mundo a través de la expansión monetaria.

Ahora, luego de un par de años de aplicar estos criterios, en especial a causa de las cuarentenas que incidieron muy negativamente en la marcha de la economía y profundizaron la crisis social, el planeta ha cambiado hacia otro escenario casi completamente contrario: todo a cuenta de la destorcida inflacionaria que se ha venido exacerbando en el globo, luego de que se mantuviera la economía a flote a partir de las transferencias estatales.

Con ello se pudo, ciertamente, atender a los más vulnerables, salvar las empresas y evitar que el desempleo siguiera su dramática escalada. Pero asimismo se incubó la gravosa situación que hoy se vive por cuenta de la inflación, por el momento tan solo enfrentada por las alzas constantes de las tasas de interés a fin de restringir el flujo monetario y “enfriar” la economía. Es por ello, naturalmente, que se esperan indicadores de crecimiento mucho menores para 2022 frente a lo ocurrido en 2021. Y cuando apenas, si es del caso, se lograron mantener como gran éxito los índices de 2019.

Pero, aparte del coronavirus y sus secuelas, la guerra en Ucrania es el nuevo factor que ha desquiciado aún más el desenvolvimiento económico mundial y en la misma medida el colombiano, con énfasis en la inflación. Ya no es solo la ruptura en la cadena de suministros, sino que la invasión rusa ha sido la punta de lanza para generar en nuestro país una altísima incertidumbre frente a la cotización del dólar, el futuro de los precios del petróleo, la transición energética, la suerte de los fertilizantes y el abastecimiento alimentario.

De hecho, el informe de esta semana de la agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señala que con un 12,6 por ciento más en los precios de los alimentos frente a febrero del año pasado se ha llegado al nivel más alto desde 1990, cuando se crearon estas estadísticas. El dato es, desde luego, estremecedor e indica que el problema no parece ser de resolución inmediata.

Por su parte, el organismo señala que el incremento ha llegado a esos máximos históricos en los rubros de los cereales, la carne y los aceites y, en no menor proporción, los del azúcar y los lácteos. Inclusive, en cuanto a los cereales el aumento ha sido del 17,1 por ciento, muy probablemente por la afectación de las exportaciones de trigo a través del Mar Negro. Lo que, a su vez, ha tenido una amplia incidencia en los precios de la cebada, el sorgo y el maíz.

En el caso colombiano, de acuerdo con el DANE, no solo son los alimentos los que se han visto afectados por la espiral inflacionaria, sino igualmente los productos de aseo y en particular las comidas fuera de casa. Esto ha golpeado de modo evidente el bolsillo de los colombianos, llevándose por delante buena parte del aumento del salario mínimo, con el problema adicional de que no hay antídotos inmediatos, salvo por las medidas que ha venido tomando el Banco de la República y cuyos efectos, como se sabe, no se sentirán sino a mediano y largo plazos.

Hoy en día, en medio de la campaña presidencial colombiana, el tema más acuciante es, efectivamente, el de la inflación. Se podría esperar, de suyo, que sea casi el único asunto que suscita el interés de la opinión pública puesto que tiene un impacto determinante en la vida diaria. Y es por ello, claro, que en las encuestas aparece en primer lugar de las preocupaciones todo lo atinente a la economía: carestía, empleo, alimentos… Siendo así, no deja de sorprender sin embargo que, por lo general, la inflación se despache en un dos por tres, con formulismos arcaicos, mientras al mismo tiempo en los programas de los candidatos lo que más claramente y ante todo se vislumbra es una gigantesca capacidad de gasto (unos menos que otros). En todo caso, parecería, ciertamente, que esa es la propuesta prevalente: gastar.

De una parte, pues, está la realidad de la contracción monetaria para contener la inflación y, de otra, un espíritu de gasto desbocado en todos los frentes. Y en esa paradoja incisiva el país no sabe hoy a ciencia cierta a qué atenerse.