La temeridad nuclear | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Febrero de 2022

* ¿De nuevo la humanidad en vilo?

* Atávica obsesión por dividirse el mapamundi

 

La guerra en Ucrania ha entrado en un punto de inflexión. De una parte, su presidente Vladimir Zelensky acepta abrir conversaciones con el gobierno invasor de Rusia, sobre el futuro del territorio de la nación agredida pero, de otro lado, el autócrata Vladimir Putin ordena poner en alerta máxima a las “fuerzas de disuasión” nucleares.

Es decir, que el mundo ha entrado en un escenario inconcebible después del estallido de la bomba atómica, en la Segunda Guerra Mundial. Así, por primera vez desde hace décadas cobra plena vigencia, en el imaginario universal, el alcance inverosímil de las armas de destrucción masiva que en aquella época acabaron, en una sola detonación, con buena parte de las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.

En ese orden de ideas, si por cualquier razón los líderes de Estados Unidos y las principales democracias europeas pensaron que, dejando a Ucrania a la suerte de su propia y solitaria defensa, se iban a domesticar las obsesivas y esquizoides intenciones de Putin, estaban muy equivocados. Hoy es evidente que la contemporización, la retórica y el desconocimiento del presidente ruso tienen al orbe en un estado de nervios comprensible, puesto que se ha regresado a esas épocas cuando de un plumazo podía borrarse la faz de la tierra, o al menos una parte de ella, con solo oprimir un botón o dar la orden de activar el arsenal y las ojivas nucleares. Y que fue el elemento central que incidió en las generaciones de la llamada “guerra fría”, habiéndose olvidado sus realidades subyacentes hasta ahora, cuando de repente surgen a la superficie.

Ciertamente, la decisión del primer mandatario estadounidense, Harry Truman, de lanzar la bomba atómica, obedeció a varias premisas. La primera de ellas, la intención de avisarle al mundo que su país había logrado ganar la carrera armamentística por incluir dentro de su infraestructura bélica un arma de semejantes proporciones, la más letal que hasta entonces hubiera producido la humanidad. Y la segunda, disuadir a los japoneses de que no siguieran actuando en la guerra del Pacífico, una vez terminada la hecatombe mundial en el flanco del Atlántico, y a fin de producir tal estremecimiento que no quedaran dudas al respecto. Fue, naturalmente, lo que llevó a la rendición del Japón y a la aceptación de la derrota por parte del emperador Hirohito.

Asimismo, esta fue la situación que hizo de Estados Unidos la nación predominante dentro de las democracias occidentales, aparte de su liberación de Europa, en compañía de los rusos, de las garras de Adolfo Hitler, quien por su lado venía apurando la creación de la misma bomba atómica, pero por fortuna no logró la agilidad que mostraron los estadounidenses en utilizar la experticia de los científicos expulsados por el propio autócrata alemán en su carácter de judíos. En todo caso, terminada la Segunda Guerra Mundial, la competencia fue por lograr en el menor tiempo posible el estatus nuclear y así procedieron los principales gobiernos y ejércitos del planeta, con el auge correspondiente de Moscú, hasta la actualidad.

Visto, pues, en la somera perspectiva de los últimos cien años, la sombra de una guerra que comprometa la viabilidad de la humanidad no ha dejado de cernirse sobre el planeta, mucho menos con los movimientos que se han venido dando en los últimos días. De hecho, no pocos resaltan la coincidencia entre la Primera Guerra Mundial y la expansión inmediata de la peste a través de la mal denominada “gripa española” y las circunstancias actuales, con el desenvolvimiento dramático de la pandemia del coronavirus y las amenazas nucleares de Putin. Aunque se cambien los factores, no se altera el producto, puesto que señala un mismo período, convulsivo y desconcertante.

Pero, además de esto, resulta igualmente asombroso que, en el transcurso de tan solo un siglo, ya se esté hablando de una nueva conflagración universal, con su carga devastadora y su carácter impredecible. En efecto, la Primera Guerra Mundial tuvo de colofón el uso indiscriminado de las armas químicas; luego, la Segunda sirvió de plataforma de la más alta tecnología para terminar con el ser humano, hasta llegar a la ruptura del átomo y la expansión de la radiación en esos propósitos; y ahora, con todo ese acumulado nuclear destructivo y los vertiginosos avances tecnológicos, se comienza a abrir un incierto camino hacia la Tercera con el único objetivo desde que la humanidad existe: dividirse el mapamundi…