La tormenta siria | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Marzo de 2013

*El derrumbe de las dictaduras

*Y las Naciones Unidas, ¿qué?

Algunos especialistas sitúan el momento en el cual se desencadena la tormenta en Siria a partir del 26 de enero de 2011. En realidad esa es una fecha trágica, pero convencional o simbólica,  la confrontación entre la oposición armada y  las fuerzas regulares del gobierno del presidente  Bashar al Asad es posterior a cuando se puso de moda la primavera árabe por el reclamo de las masas en las calles en varios países de la región contra los regímenes fuertes y dictaduras, que como en Túnez y con posterioridad en Libia y Egipto, dieron al traste con gobiernos que se habían eternizado en el tiempo y parecían evolucionar por la costumbre y la presión de las armas al sistema hereditario. Naciones en los cuales la democracia resultaba una farsa, en los cuales  se daban mascaradas de elecciones libres sin que existiera la menor posibilidad de trasparencia electoral, ni  que por medio de votos espontáneos se derrotara el fraude.  Esos gobiernos sobrevivían todas las crisis, congelaban todas las protestas y, a tiros, perseguían la oposición, en el convencimiento que un destino mesiánico legitimaba su mandato por encima de la eventual decisión de las mayorías. Entre tanto, por las bonanzas que se presentaron en la región, surgió una suerte de clase media que pudo enviar a sus hijos a estudiar en el exterior, en Europa y los Estados Unidos.

Esos jóvenes que retornaban a su país cargados de títulos y de sueños se resintieron con la falta de oportunidades que encontraron en su tierra, una oleada de acuerdos comerciales con Europa que, en no pocos casos, habían devastado incipientes empresas locales que no alcanzaron a desarrollarse y hacerse competitivas, las que se habían beneficiado temporalmente con créditos blandos para comprar maquinarias en el extranjero. Esas quiebras en cadena fomentaron el desempleo de forma dramática. El gobierno, a su vez, al seguir instrucciones de la banca internacional, redujo la burocracia estatal, factores que incidieron para que cayera la capacidad de consumo de la población. En tales circunstancias, los jóvenes profesionales se dieron cuenta que mientras la población se empobrecía y se cerraban las posibilidades para los más preparados, una clase burocrática enquistadas en las posiciones oficiales se lucraba. Los dictadores, sus esposas y familia se enriquecían de manera grotesca y ostentosa, en los corrillos de las calles se comentaban los negocios de los déspotas de turno, lo mismo que sus extravagancias y cuantiosos gastos en el exterior. Y lo que más indigna a estos profesionales  que veían como se frustraban sus posibilidades por cuenta de los malos gobiernos y la corrupción, es que a cada protesta en las calles la represión aumentaba proporcionalmente, lo que los decidió a moverse en masas empleando los recursos de la red social y el correo de las brujas, que les permitió convocar a miles de personas y anticiparse a las acciones de los grupos de choque de las dictaduras, que reblandecidas en el poder fueron cayendo, una a una.

El dictador de Túnez no resistió la presión  en las calles de las turbas dispuestas a morir en la protesta antes que languidecer famélicos y sin esperanza en sus casas. Los dirigentes de esa protesta, en su mayoría  profesionales cultos,  antes que emigrar de nuevo prefirieron desafiar a los usufructuarios del poder. La decisión irrevocable de lucha de las masas y la desesperación de los más, contagió al resto de la población. Las movilizaciones populares se hicieron incontenibles, de nada les valió disparar contra los manifestantes inermes, ni bombardearlos. El tumulto se extendió como un incendio incontenible. El fenómeno se  reproduce estremecedor  de un país a otro, sin que las clases dirigentes entiendan lo que ocurre. El dictador libio es desalojado del poder y asesinado por milicianos. Al de Egipto lo cercan las masas iracundas y es derrocado, le obligan a devolver los bienes mal habidos y se le juzga, pese a contar aún con numerosos y poderosos partidarios. Entre tanto, la humanidad consternada y perpleja se pregunta ¿para qué son las Naciones Unidas?

Las cosas se complican en Siria, donde ya no se trata de desalojar del poder a un gobierno hereditario y despótico, sino liquidar a la clase dirigente, que se percata de la maniobra -en la que observan las orejas de potencias extranjeras-, y  resuelven luchar por su supervivencia. Es un choque colosal en el cual el país ha sido destruido, los edificios, las casas, los comercios, los colegios y universidades, como la mayoría de edificios públicos han sido arrasados.  La conjunción de bombardeos y las bombas de los terroristas se esfuerzan por borrar del mapa las ciudades y pueblos. En el curso de la guerra aciaga han caído más de 70 mil seres, la mayoría civiles inocentes. Y el gobernante, como en el caso del caudillo libio, prefiere morir con las botas puestas a entregarse para que lo asesinen o le hagan un remedo de juicio como a Hussein en Irak.