Las cartas de Maduro | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Noviembre de 2013

*Inflación alimentaria del 74.3%

*Se agotan las reservas

 

En Venezuela, apenas a cuatro meses de la muerte del comandante Hugo Chávez, la crisis económica y el malestar social mantienen en vilo a un régimen que se ha venido desgastando a través de los años. El presidente Nicolás Maduro ha manifestado varias veces que suele hablar con su antiguo jefe, que en las noches se le aparece en sueños y le indica cómo debe proceder y las medidas a tomar. No se conforma con esos dudosos mensajes del más allá, para estar más seguro suele visitar la tumba del difunto y se concentra por largas horas hasta recibir la inspiración. Y con frecuencia menciona los milagros que atribuye a su antecesor, que parecen reducirse a la inspiración de su discurso o  a la multiplicación de los panes, asunto en el que tuvo un famoso lapsus, no así en mejorar la situación económica de los venezolanos cuya deuda externa pesa como una lápida sobre la población. Es una tragedia que cuando un país avanza por el despeñadero de la ruina económica, no bastan los buenos deseos, ni invocar al más allá para que las cosas mejoren. Puesto que cuando se trata de consolidar un régimen de partido único es preciso recuperar la economía para solventar el populismo entre los más necesitados, poco importa que se trate de un gobierno de izquierda o derecha, los estómagos  vacíos no se alimentan de la retórica demagógica ni de promesas.

Es de reconocer que el presidente Maduro, por ahora, ha logrado superar los antagonismos en la lucha por el poder con el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, tras rumores de que las diferencias entre ellos llevarían a un choque inevitable de poder. Lo mismo que los contratiempos de los que se han publicitado con la familia del extinto comandante Chávez los ha manejado con diplomacia, permitiendo que siga viviendo en la Casona, residencia privada habitual de los presidentes. Igual que otras fricciones con sectores de poder y con elementos de las Fuerzas Armadas las ha manejado con prudencia, según dicen los comentaristas. En tanto, que su discurso se ha endurecido contra la oposición y la jefatura de la misma por parte de Henrique  Capriles y Corina Machado. Y ha concentrado sus dicterios contra el imperialismo yanqui, al que acusa de buena parte de los problemas que agobian a su país, sin importar que en los últimos catorce años su partido ha sido responsable del manejo del gobierno, por lo que no hay manera de ocultar las responsabilidades en cuanto a la situación económica y social actual. Entre los mayores problemas que afronta su gobierno está el de la deuda externa con China que según informa el prestigioso diario El Nacional de Caracas: “Las deudas contraídas por el Ejecutivo nacional y por Petróleos de Venezuela arrojan un saldo de 21,9 millardos de dólares al cierre del primer trimestre de 2013, lo que representa 20,8% del endeudamiento foráneo contratado por la República”. En tanto, ni el Fondo Monetario ni el Banco Mundial parecen dispuestos a solventar al Gobierno, que se ha comprometido en nuevas compras de armamento en el exterior.

Pareciera que lo más razonable sería intentar detener el proceso inflacionario que según el Banco Central de Venezuela en el 2013 está en él: “54,3%” en tanto que la inflación en alimentos según los mismos datos oficiales va por el 74.3%. En tales circunstancias es evidente que los más afectados son los sectores marginales que sufren por la escasez de alimentos y el racionamiento. Y como Venezuela es un importador neto de productos alimenticios, está acosada por las deudas y según la banca internacional pese al control de cambios sus reservas no sobrepasan los 21 millones de dólares, la crisis que se avecina es de proporciones gigantescas. El presidente Maduro ha conseguido bajo presión desaforar una diputada de la oposición para arrancar de la Asamblea Nacional los poderes que le confiere la Ley Habilitante que lo convierte en un poderosísimo autócrata como lo fue su antecesor. De tal manera que ha resuelto ocupar fábricas y tiendas para fijar los precios que según el Gobierno deben acabar con los oligarcas criminales que explotan a la población, fijando los que el  régimen a su juicio considera justos. Por esa vía se desquicia el comercio y por la falta de dólares como por la inseguridad jurídica el sector privado no se va a arriesgar a importar nuevamente los productos básicos para perder su capital de trabajo, mientras los problemas se agudizan y la sociedad amenaza explotar.