Los generales de la paz | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Marzo de 2015

La posta del proceso en sus manos

Un sendero inédito, necesario y glorioso

 

No es solo por el hecho histórico de que los generales hayan viajado a La Habana, a dar las primeras puntadas del cese de fuego bilateral y definitivo, que resulta importante resaltar el tema. También lo es porque a partir de este momento la batuta del proceso de paz ha pasado a manos de las Fuerzas Militares. Y lo que allí ocurra tendrá, pues, que ver con las capacidades y habilidades que tengan los altos oficiales designados para tamaño propósito. No apostarán, en lo absoluto, al fracaso, sino que tratarán ciertamente de aplicar sus altas calidades profesionales, estratégicas y tácticas a que el tema salga adelante. Como nunca había ocurrido.

Es la primera vez, por supuesto, que se pone, por decirlo así, toda la “carne en el asador”. Una comisión de semejante nivel y autoridad, sobre todo con los más altos oficiales de Inteligencia, nunca había tenido la ocasión de ponerse a prueba en el desafío. Ya no se trata de oficiales retirados que por más entronque con las tropas y la buena imagen que pudieran tener, no gozan de jerarquía castrense activa ni de la facultad directa para tomar decisiones. Sobra reconocer, a no dudarlo, que los generales en retiro, Mora y Naranjo, han sido fundamentales hasta donde se ha llegado. Ahora se pasa a otra etapa. De modo que el asunto y la metodología son completamente novedosos. Las imágenes de ambas partes en la Mesa, al más alto nivel posible, ponen de presente una importante ancla para la irreversibilidad del proceso. Y eso es también de tenerlo en cuenta.

  La gran ventaja de ello, a diferencia de oportunidades anteriores, consiste en que se reducen las consultas y ya no hay necesidad de los filtros de civiles a los militares. De manera que se acorta el tiempo y se gana en experiencia.  Las decisiones que allí se tomen, obviamente con el aval y orientación del Presidente de la República como Comandante Supremo, implicarán prontos avances en el inicio del fin del conflicto. Todo ello, por lo demás, con la moral en alto de unas Fuerzas Armadas que, reunidas con el adversario de más de cincuenta años, han sabido cumplirle al país en la guerra y de antemano le sabrán cumplir en la paz. De manera que la retórica y los discursos sobre la nivelación de la Fuerza Pública con el terrorismo parecen bastante anacrónicos, mucho más cuando se entiende y observa que la decisión de crear la Comisión ha sido ampliamente discutida y consensuada al interior de las fuerzas. Lo que, a su vez, permite concluir que las tropas, dentro de los criterios de jerarquización castrense, deben estar satisfechas de que negocian sus propios comandantes. Y eso, en la conservación y respeto de la línea de mando hasta el último soldado, es fundamental. Sabrán las tropas, por su parte, que ningún oficial de los seleccionados dará ventajas militares a la subversión. Y, de otro lado, que el pacto al que se llegue se logró con el más alto grado de profesionalismo y dignidad militares.

De otra parte, como se trata de avanzar en la localización de los frentes y la verificación del cese de fuego, es decir que se tendrán que adoptar lugares para la concentración de los contingentes subversivos, nadie más conocedor de los territorios que los propios militares. Ninguno, como ellos, sabe de táctica y estrategia, lo que significa que la guerrilla no podrá derivar fortalecimiento alguno. ¿Cuántos sitios se requieren? ¿De qué tamaño y por cuánto tiempo? Son preguntas, precisamente, que deben ser resueltas por ellos. Todo esto, por descontado, combinado con los mecanismos posteriores de desarme y la vigilancia de las zonas. Seguramente no serán pocos, ni de gran extensión, los lugares de concentración. No se sabe, desde luego, si esos lugares concordarán con las zonas de reserva campesina o serán independientes de ellas. Lo que interesa, en todo caso, es que las decisiones que se adopten en la materia sean, precisamente, fruto de la experticia castrense.

En los diálogos de Caracas y Tlaxcala se alcanzó a hablar de lo que, a los efectos, desde entonces se llamó “zonas de distensión”, cada una de las varias, de treinta kilómetros cuadrados y con un colchón de seguridad a la redonda. Luego, en el Caguán, se pensó en una sola zona de distensión de mucha mayor amplitud, pero que en caso de cese de fuego bilateral cobijara todos los contingentes guerrilleros. Habrá que esperar ahora, con las nuevas zonas de ubicación, cuál es la salida más práctica y legítima que permita la plataforma para direccionarse, no solo hacia el cese de fuegos bilateral, sino hacia el fin definitivo del conflicto.

Todo ello será motivo de las semanas y meses que vienen. Por lo pronto, como se dijo, lo que interesa decir es que los nuevos timoneles del proceso de paz, mientras se avanzan o consolidan otros puntos de la agenda y en lo que corresponde, son todos y cada uno de los miembros de las Fuerzas Militares, representados por sus generales y almirantes en La Habana. De modo que su participación ya no es retórica o por terceros, sino que es menester hacer el mejor trabajo posible, responder con la misma idoneidad que han demostrado en otros campos y cerrar el ciclo bélico de los últimos 50 años, con el galardón de la paz y la cara en alto, como siempre la han tenido.