Los interrogantes de Burke | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Febrero de 2013

NO  se trata del famoso pensador e historiador conservador Edmund Burke, del que muchos recordamos su sabio análisis y crítica realista de la Revolución Francesa, lo mismo que numerosas de sus consignas conservadoras que hoy tienen más vigencia que nunca. Como aquella frase suya que se aplica más a la falta de compromiso de buena parte de la sociedad, como de nuestros políticos: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”. Ya volveremos sobre el tema de las hondas y admonitorias reflexiones de Edmund Burke, uno de los grandes del pensamiento conservador. Hoy nos acercamos a una figura académica de la Universidad de Cambridge, Peter Burke. El profesor emérito de ese famoso claustro es de los que no tragan entero, pone en duda numerosas de las verdades reveladas de los laicos en la Universidad, que como en el adagio pretenden ser más papistas que el Papa. Ese es el tema de sus escritos, ensayos y controversias. Él afirma que se siente demasiado británico y pragmático para restringirse a las ideas. La historia de las ideas no existe, porque las ideas no se tienen solas, las tienen las personas que escriben la historia. Lo cierto es que  Karl Mannheim, en su famosa obra  Ideología y utopía (1927), separa la historia de las  ideas del intento materialista de apoderarse del tema alegando unos supuestos científicos que  esconden el más arbitrario de los dogmatismos.

El sistema soviético en la época estalinista concibió  uno de los métodos de opresión más brutales y sofisticados de todos los tiempos. Mediante el supuesto sistema científico se obligaba a los disidentes, los independientes o los que dudaban de la verdad revelada de la Academia de Ciencias de la URSS, a desdecirse, pedir perdón y recibir un nueva educación dogmática, de lo contrario pasaban el resto de su días en clínicas psiquiátricas, los Gulag o prisión en Siberia. Eso se conocía como fidelidad al régimen.

Lo que nos interesa transmitir a los lectores de los interrogantes que se hace el profesor Peter Burke, es  el análisis y los cuestionamientos suyos a los procedimientos Google, que se ha convertido en uno de los mitos de nuestro tiempo. El profesor comenta: “Tenemos mucha información, pero demasiada y confusa para ser conocimiento”. Jóvenes y viejos, gentes de todas las edades, razas y condición social pasan varias horas frente al ordenador. Personas que rara vez han tenido un libro en sus manos leen escritos interesantes en la pantalla que tienen en casa, en la oficina o en el colegio y la Universidad. Resulta que después de llevar varios meses o años navegando, en ocasiones, les pasa algo similar a lo que les ocurre a los marineros que de la continua visión del mar apenas les queda una mirada fotográfica, de la tormenta o quizá del sosiego de las olas o la luz en el horizonte magnifico, de la inmensidad, de la potencia y bravura de sus aguas. Recuerdan más los pasajeros del barco, los  momentos de pánico, el desafío de la naturaleza que lo particular. Para conocer las profundidades del mar se requiere no tanto de marineros y navegantes, sino de hombres de gran curiosidad y riguroso espíritu científico, que se detienen en un lugar en la inmensidad del océano a investigar.  Y, Burke, agrega, esto se debe a que Google “no quiere difundir conocimiento, sino vendernos publicidad. También quiere digitalizar las bibliotecas”... Y lanza una imprecación profética: “Sólo para privatizarlo y explotarlo. Pronto Google nos cobrará por acceder a esas bibliotecas que antes eran para todos gratis”. Y va más lejos: “Google no paga impuestos aquí, aunque se lucra con nuestro trabajo y contenidos”. Y sigue con un tema palpitante y que suscita desconcierto y polémica: Cuando una institución se vuelve inmovilista es más fácil abandonarla y fundar otra que intentar renovar la vieja. Por eso me fui de Oxford a la interdisciplinar Essex. Y explica: Quise luchar contra otra de las grandes tendencias retrógradas de la historia del conocimiento: la especialización. Los burócratas imponen su interés gremial de crear departamentos para controlarlos y frenan la innovación, que consiste en pensar sin límites. Y exalta  la virtud de Essex, la innovación que surge de la mezcla, pero no del caos. Creamos currículos que desafiaban las convenciones pero mantenían la coherencia en el saber. El objetivo no era conseguir un título, sino aprender y más que aprender: cuestionar lo sabido y superarlo. Y presenta ejemplos que fundamentan su propuesta: John Maynard Smith fue un ingeniero aeronáutico que revolucionó la biología y Jared Diamond revolucionó el conocimiento del hombre desde todas las disciplinas. La mezcla de culturas, ciencias y personas diversas es el detonante de la innovación.