Macron o la centroderecha | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Abril de 2022

* El nuevo líder europeo

* Otra vez a derrotar el extremismo

 

 

Puede decirse que las elecciones presidenciales francesas de ayer son demostrativas de la confusión cada día más evidente del sistema de doble vuelta electoral, cuando hay una dispersión generalizada de las opciones políticas. Con ello el sistema democrático pierde vigor puesto que, en vez de generar legitimidad de una vez por todas, se aplaza por un par de semanas la contienda real hasta que, a partir de una suma de fragilidades, se concentran los bloques hacia el balotaje.

Esto hace, ciertamente, que en la primera vuelta se produzcan aspiraciones que no tienen mayor razón de ser y el escenario político se vuelve entonces un espacio en que el elector cae presa de la confusión. De tal modo, prospera el abstencionismo, aunque aparentemente se ha adoptado este método para que suceda lo contrario. Prácticamente, pues, hay tantos partidos o movimientos como las ambiciones personales lo indiquen, mientras que los propósitos nacionales quedan subsumidos en un archipiélago de pequeños intereses.

Se dirá que, pese a ello, la mayor cantidad de legitimidad democrática posible se obtiene posteriormente, al lograrse las coaliciones para la segunda vuelta entre los dos candidatos que clasificaron en la primera ronda. Pero, a decir verdad, esto no es indicativo de una mayor legitimidad, sino de una aglutinación que, si bien puede concentrar una mayor cantidad de votos, simplemente obedece a las alianzas que se pudieron haber hecho con anticipación y sin desgastar la democracia.

Desde luego, el propósito del general De Gaulle de adoptar este método se ha venido cumpliendo prácticamente a rajatabla. Un éxito, en ese caso. Se trataba, en efecto, de que los sectores conservadores gozaran, al final del proceso y dinámica electoral francesa, de una preeminencia frente a otras alternativas extremistas, en especial de la izquierda. Y así ha ocurrido desde que se estableció hace varias décadas este procedimiento, con la única excepción del primer mandato de Mitterrand, porque en su segundo hubo de recurrir a la cohabitación, para sobrevivir, revirtiendo la andanada socialista (por no decir casi comunista) de la primera ocasión. Y también hay que contar, claro está, el desastroso mandato de Hollande.  

De resto, las tendencias conservadoras han primado por largo tiempo en el Elíseo, incluido el espectro ideológico de Macron que, aunque varios tildan de centrista, en realidad responde en muchos aspectos al ideario conservador francés y del que, asimismo, ha llegado a ser su vocero fundamental como insignia de la centroderecha contemporánea. Tanto así que la candidata oficial de ese partido quedó en el sótano en las elecciones de ayer, pese a que se sabía de antemano que el conservatismo ya estaba con Macron, como igual ocurrió con la aspirante socialista frente a otras alternativas de izquierda que tampoco clasificaron.

Ahora, de nuevo será la candidata de extrema derecha, Marine le Pen, la que dispute la presidencia con Macron, como en 2017. Por descontado, solo tendrá la adhesión de un disidente de su propio partido, aún más derechista y con la reedición truculenta del bonapartismo como propuesta central (al estilo chavista con Simón Bolívar) y que fue un fracaso en la primera vuelta. Por supuesto, los franceses no son tan ingenuos de comer cuento de resucitar a sus antiguos héroes para distraer incautos.

Es fácil, pues, presumir que de nuevo ganará Macron, aunque Le Pen haya hecho esfuerzos sobrehumanos para intentar aparecer de centrista, con base en un populismo de toda laya. Mucho dependerá ciertamente del único debate televisado que se lleve a cabo en la segunda vuelta. Y que, para no asfixiar a los electores y desgastar la fórmula periodística, se evita en la primera ronda.

Por lo pronto, el triunfo electoral de Macron demuestra que una proporción importante de los franceses ha premiado su desempeño en el Elíseo, incluidas sus posturas sobre la guerra de Ucrania y su idea de relanzar a Europa. Y que, pese a situaciones tan difíciles como las revueltas de los “chalecos amarillos”, supo imponer la autoridad y el orden. De hecho, él mismo suele ser acusado de posturas napoleónicas por defender la majestad del Estado, pero no tiene intenciones diferentes a las de amparar las instituciones de su país, que considera el alma de la nación.

Ello no obsta, naturalmente, para no tener cuidado en enfrentar el asunto más delicado que afecta a los franceses, al igual que en otros sitios, que es la inflación. Pero estando Le Pen de por medio, aun disfrazándose de oveja, el dilema es idéntico al de siempre y que se replica en otras partes del globo frente a los extremismos: democracia, con sus libertades y ordenamiento, o populismo autocrático, con sus nefastas consecuencias.