Ministro de Seguridad ¡ya! | El Nuevo Siglo
Jueves, 18 de Febrero de 2016

La crisis en la Policía no da más espera

Recuperar la majestad del servicio policial

 

Muchos  pensarían, tal y como están hoy las cosas, que debería acabarse la Policía Nacional y fundar otro ente. Como esto no es posible, la reforma tendría que ser tan de fondo que no dejara asomo de duda sobre la remoción de lo que allí se viene descubriendo en los últimos meses y que, en medio de la impudicia conocida, llevó a la renuncia de su Director. Todo eso, sin embargo, se sospechaba desde el presunto asesinato de la cadete Lina Zapata, de la Escuela General Santander, hace una década, que al parecer se camufló de suicidio, y que era denunciante de redes de prostitución al interior del magno organismo.

 

Ser policía es dignidad que está a la altura de la del sacerdote, profesor o juez. De modo que lo que encarna, más allá de las funciones, es un símbolo de autoridad, soportado en el honor y el orden. Solo de esta manera, por lo demás, puede conservarse la disciplina en una institución tan numerosa y que aglutina la mayor cantidad de servidores públicos del país. De otra parte, no es el arma lo que permite a un policía tener ascendiente ciudadano, sino el carácter ejemplar y la solidaridad con sus congéneres. Por supuesto, más que temor debe despertar una expresión de acatamiento sin llegar a los gritos, la displicencia o el desborde autoritario. Mucho menos, por supuesto, proceder en sentido contrario a lo que debe defender, no sólo la ley, sino los cimientos  de la sociedad, ejemplo por demás de los niños y jóvenes, y responsable de hacer cumplir el Código del Menor.

 

Más de 150 mil hombres y mujeres de la Policía, la gran mayoría de ellos encausados dentro de los criterios anteriores, son garantía de que la institución mantiene su razón de ser. Aun así, demostrado que muchas veces se logran condecoraciones y ascensos a partir de complicidades, como las señaladas en estos días, queda un mal sabor que debe ser de inmediato removido para que el organismo recupere la majestad a la que se debe. Día a día, policías, sobre todo en los más altos niveles, son descubiertos transgrediendo la ley y el régimen disciplinario.  El caldo de cultivo para ello, a más de la lenidad de las conductas, está en parte en la gigantesca cantidad de funciones adscritas que van desde la conservación del orden público, el ataque a las Bacrim y la persecución del narcotráfico, hasta la salvaguarda de tránsito, las aduanas, el turismo y el medio ambiente. Y en la dislocación también ayuda el hecho de que la Policía aparezca como una rama menor en el Ministerio de Defensa, donde naturalmente prevalece el ejercicio militar y los criterios de las fuerzas de choque. De hecho, los policías han sido las mayores víctimas del conflicto, tal y como acaba de suceder con el llamado ‘paro armado’ del Eln.

 

Es hora, pues, de crear el anunciado y nunca realizado Ministerio de la Seguridad Ciudadana, de modo que, de una parte, se deslinde la Policía del Ministerio de Defensa (solamente en Colombia se da este exabrupto) y se le otorgue vocería en el gabinete, siendo precisamente la seguridad ciudadana elemento central de las vicisitudes actuales en el país. Ello, desde luego, ayudaría a concentrar las funciones de una fuerza civil tan dispersa y, de otra parte, generar una mayor cantidad de escrutinio al interior del propio Estado.

 

Nada ha hecho más daño a la Policía que asimilarse a los militares, tanto en los grados como en el desempeño de ciertas facultades, inclusive dándose la extravagancia de que los militares se volvieron patrulleros del campo y los policías la fuerza de choque en algunos lugares del país. El Ministerio de la Seguridad Ciudadana ayudaría, a no dudarlo, a determinar claramente las funciones así como a reorganizar el ente civil.

 

La acción debe ser inmediata porque la situación no aguanta para no actuar con la diligencia del caso. Son demasiadas las noticias que a diario se encuentra la ciudadanía donde algunos policías quedan mal parados, dejando un velo de duda sobre toda la entidad y bajando la moral de quienes bien actúan. No son las comisiones de supuestos expertos, que una y otra vez se han desvanecido en medio de los escándalos, las que hoy puedan dar respuestas francas y categóricas. Y no se trata, tampoco, de una fuerza para el cacareado posconflicto, sino para actuar ya, aquí y ahora. Esperamos, pues, el nombramiento pronto de ese ministro de la Seguridad Ciudadana para la debida aplicación del Código de Policía, que todo el país sabe quién es, inclusive bajo las mismas normas que se han creado otros despachos informales y que mientras se surte la ley pueda actuar a manera de ombudsman en la entidad.