Peligra el ecosistema | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Agosto de 2012

* ¿Sobrevivirá el homo sapiens?

** No malgastemos el agua

 

Los muiscas, en su mitología sostenían que la vida procedía de la laguna de Iguaque, de donde emerge la diosa Bachué, a la que le rendían culto, origen de la cultura y el sentido mismo de la vida, que no se concebía sin el maravilloso líquido. En algunas lagunas sagradas se efectuaban rituales a los dioses que bendecían al hombre con el preciado elemento.

En casi todas las culturas de orientales y occidentales se entiende que el agua está ligada al existir de la especie. Somos 70% agua. Los antiguos amaban la naturaleza, los bosques, las plantas. Solían tratar a la madre tierra con delicadeza, en la convicción de que después de sacarle una cosecha se la debía dejar descansar y rotar los cultivos, esperar que lloviera y se refrescara.

Por siglos la humanidad comprendió que debía cuidar las fuentes de agua, los nacimientos de los ríos, el curso de los mismos, los árboles y arbustos, que son reservas naturales y atraen las lluvias. El hombre y la naturaleza se confunden, los seres humanos viven cerca de las fuentes de agua. Los habitantes de las urbes saben que el agua riega las cosechas. El ingenio humano se torna creativo para construir acueductos, embalses y aprovechar al máximo los beneficios del manejo inteligente del invaluable recurso.

Sin agua a 2.600 metros sobre el nivel del mar no se concibe posibilidad alguna de vida. Ese solo hecho irrefutable debería hacer reflexionar a los depredadores de la naturaleza y a todos aquellos que atentan contra el ecosistema. Por siglos los colombianos se interesaron en arborizar el país, en mejorar el ambiente, en cultivar la tierra; con el café, nuestro primer producto de exportación y fuente de trabajo, el campo alimentaba a las ciudades y sostenía la burocracia estatal. La población en su mayoría era rural. A mediados del siglo XX, las ciudades crecen de manera inusitada, pequeñas aldeas se convierten en urbes de cemento y ladrillo, que acogen a miles y miles de personas que llegan de los campos en busca de fortuna o espoleados por la violencia; se agrupan en guetos miserables. Puesto que nunca tuvimos una política para recibir, educar y emplear a las gentes que despavoridas huyen de los campos en las guerras civiles o por cuenta de los forajidos que imponen la ley del más fuerte en las dehesas. Esa población de las ciudades modifica el medio y los recursos naturales, el agua y los productos de la tierra cuyo destino es alimentar a los habitantes de las urbes. Los ríos secanos se agotan, paulatinamente las fuentes de aguas se contaminan, el ambiente se va haciendo irrespirable por el hollín de los carboneros y, al avanzar la tecnología, por la contaminación de fabricas y automóviles.

En las últimas décadas del siglo XX la población de las ciudades supera de lejos a la de los campos. El detritus de nuestras urbes contamina los ríos o el mar como en Cartagena, el carbón en Santa Marta, el río Bogotá por curtiembres que emplean mercurio y las basuras. Sin saber en que momento se convierte Colombia en uno de los países en donde el hombre muta peligrosamente en el peor enemigo del hombre, al atentar contra el ecosistema y contaminar de manera despiadada los ríos. El carbón mal manipulado hace estragos en diversas zonas del país. Los cultivadores de flores dejan sin agua los campos y exportan flores producidas con agua de la sabana. Los madereros talan bosques, los coqueros con sus sembrados ilícitos destruyen las selvas. Los mineros emplean el agua y el mercurio para explotar el oro, fomentan la mortal contaminación de los ríos. Se suceden los derrames de petróleo.

Mientras las gentes informadas del plantea se esfuerzan por defender la naturaleza, purificar el agua, evitar la contaminación, cuidar los ríos, en las narices de los bogotanos destruyen las montañas, talan los árboles y después se llevan la arena y las rocas, para urbanizar desde el centro, de sur a norte, hasta más allá de Chía, en zonas que, por decreto del presidente Enrique Olaya Herrera, deberían formar el parque longitudinal y reserva forestal mas largo de nuestra región, que abortan las autoridades municipales venales y los urbanizadores piratas. En algunas partes aún pescan con dinamita. La mejor tierra del país la enladrillamos para edificar a Bogotá. Hace casi medio siglo el Club de Roma advirtió del peligro de extinción que representaba en el tiempo para el Homo sapiens la contaminación del agua y el despilfarro de los recursos naturales; mientras Colombia avanza en el uso de tecnología, retrocede en civilidad por la bárbara incultura cívica y el irrespeto por la naturaleza.