Respaldemos a De la Calle | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Febrero de 2013

*El juego sucio

*Felicidad y banalidad

 

Es  posible que nadie anhele tanto la paz como el pueblo colombiano, la piel de nuestra sociedad está marcada por las heridas de la violencia en casi todos los estamentos sociales, familias presidenciales, políticos, caciques regionales, militares, sacerdotes, ricos banqueros e industriales, ganaderos, agricultores y comerciantes, como los soldados y las gentes humildes, han sufrido los aciagos golpes de los violentos, han sido secuestrados, extorsionados, amenazados o llevan el luto intimo en el corazón que recuerda el ser querido que cayó víctima de las balas homicidas. Todos sin excepción estamos bajo la amenaza latente o real de un súbito ataque terrorista, que puede ocurrir cualquier día en las ciudades o en el campo. Las bandas armadas se multiplican en el país, su acción está ligada a los procedimientos más crueles; una parte de nuestra sociedad  sobrepasa los límites de la degradación moral más allá de lo que imaginan los novelistas más agudos.

La sociedad, en esa larguísima guerra en la que han nacido y vivido generaciones sucesivas por más de medio siglo, ha desarrollado como una especie de congelación o costra  moral que la hace como indiferente al dolor, que le impide reaccionar, ni siquiera abordar el tema de la violencia con alguna seriedad y más allá de lo anecdótico y banal.  Es por eso que, en el colmo de la idiotez o la ingenuidad, los colombianos en su mayoría se declaran los seres más felices del planeta. Acaso por el milagro de seguir vivos

Nuestra sociedad cada cierto tiempo está dispuesta a hacer toda clase de concesiones y avanzar a la amnistía con los grupos subversivos. Siempre con la idea de que a cada levantamiento armado debe producirse un perdón, para reintegrar a los desalmados a la sociedad. Es así como se forman empresas de violencia con un par de ametralladoras y el ímpetu desesperado de los que deciden declararse en rebelión contra el estado de cosas y avanzan en la financiación ilegal mediante el secuestro y la extorsión. Si hacen contacto con algún grupo subversivo, con el tiempo pueden desmovilizarse y alegar que sus delitos los cometieron por razones políticas. En ambos casos esos elementos debían pagar sus crímenes. Aquí no ocurre lo mismo por cuanto en ese aspecto seguimos en el siglo XIX, en donde era una costumbre rebelarse contra el Estado con cualquier pretexto.   

El atraso cultural y la debilidad del Estado, como el indoctrinarismo político de los partidos  nos han conducido al charco de la violencia recurrente en los campos, sin importar que la guerra fría se acabara, ni que el comunismo se derrumbara en el mundo, por cuanto en el trasfondo de todo este desorden está la incapacidad de reaccionar. Nuestra sociedad no reacciona y se sigue mostrando como una agrupación desunida y  claudicante  Es por eso, que dejan solo a un político como Humberto de la Calle, que debe negociar en nombre del Gobierno y de una  sociedad hipócrita, que en su fuero interno desconfía, no lo respalda y que con unos golpecitos en la espalda le desea suerte en su misión de negociar la paz.       

Y cuando el jefe de la misión negociadora de Colombia Humberto de la Calle dice que: “solo habrá un cese el fuego bilateral el día en que se firme un acuerdo para terminar el conflicto”, le reprochan y parecen avalar inconscientemente a las Farc, cuando sus voceros proclaman que la culpa de los secuestros y atentados es del Gobierno, en cuanto ellos sí hicieron un cese el fuego unilateral y el Gobierno es el que incumple lo pactado y sigue disparando contra ellos a lo largo y ancho del país. Esa es una falacia que los colombianos de bien deben rechazar.

Es preciso respaldar al político colombiano en La Habana, para que no desespere y le dé por buscar camorra con políticos colombianos que no creen en la negociación y están en su derecho. En el momento que el negociador abre el frente interno se debilita a los ojos de las Farc, que se atornillan en el modelo intransigente de negociar a lo Molotov, en particular si elementos cercanos al Gobierno comentan que se debe avanzar sin fijar tiempos, incluso en medio de las elecciones o después. Quienes se expresan así, piensan que nada ha cambiado y que la subversión sigue las viejas tácticas del Che Guevara de la guerra irregular, cuando podría estar mudando de estrategia al modelo de guerra de liberación en pueblos y ciudades. Si eso prospera estaríamos ante la posibilidad de una guerra aún más cruel y sanguinaria de lo que se conoce hasta hoy, en la que la aviación, los helicópteros, ni los blindados tendrían mucho campo de acción, dado que los terroristas se mimetizarían entre la población.