Un país inundado de leyes | El Nuevo Siglo
Jueves, 25 de Julio de 2013

No  faltan los que  sostienen que la visión política y el estilo, así como la filosofía y el espíritu de lo conservador, deben desaparecer. Se declaran contrarios a las tradiciones y la moral de los mayores, sencillamente, por cuanto les parece caduca y absurda. Eso de la palabra empeñada es una estupidez, de lo que se trata es de engañar el entorno y sacar provecho. Esos conceptos de la caballerosidad, la dignidad, el sentido del honor, el respeto por el otro y sus opiniones,  nada valen en pleno siglo XXI. Con criterio utilitarista, sin haber leído a los filósofos del utilitarismo, que por lo menos consultaban los anticonservadores en el siglo XIX, como Jeremías Bentham, que en Inglaterra era más bien conservador por sus postulados económicos, aquí lo contrario por discrepar de la moral católica; o Tracy, quienes sostienen que todo lo que sea bueno para ellos y para enriquecerse es positivo. Ellos dicen: la vida es una lucha darwiniana sin cuartel, para imponer un credo político la violencia es un medio tan válido como el dinero y puede ser  fundamental. Por la inmadurez nacional para resolver sus propios problemas, el  precursor Antonio Nariño, molesto por las pugnas demenciales y armadas para defender los modelos constitucionales de otras naciones que copiaban al calco, denominó esos retozos aciagos como: la Patria Boba.

El término de Patria Boba es una radiografía  política  benévola para calificar la impericia de nuestros antepasados, que pretendían erigir Repúblicas sin cimientos y  sobre la infantil copia de constituciones de países con problemas, tradiciones y grado de evolución política distintos al nuestro. La copia de textos jurídicos de otras naciones, de la que se ufanan  algunos colombianos, se hace patente en varios proyectos del Congreso, particularmente, en ciertas de las trascendentales decisiones que toma la Corte Constitucional. Con la mejor de las intenciones los magistrados de esa Corte se tornan en legisladores, entre los que se cuentan prestigiosos juristas del país. Se fundamentan en eso del Estado Social de Derecho, que les facilita, junto con la misma Constitución y vía la tutela, inmiscuirse en casi todos los aspectos de la vida colombiana, que pretenden resolver por medio de acomodar las leyes a su arbitrio. Olvidan  que no son las leyes las que ordenan la sociedad, sino a la inversa. Las leyes responden y obedecen a la evolución política de la sociedad, la costumbre y la necesidad, que las  consagran en artículos y normas. Por lo que el derecho consuetudinario se convierte en ley, particularmente, en los países anglosajones. Un  funcionario local puede prohibir las corridas con fundamento en una norma, con la idea de beneficiar a los toros, sin entender que la democracia es el respeto a las tradiciones, incluso de las minorías, ni que al toro se le eleva a la par del hombre en una lucha singular de éste con la bestia poderosa que lo puede eliminar, de donde surge un arte que viene de la antigua mitología griega, en la que se admira el temple y coraje del torero, así como  la bravura del animal. El diestro cuando mata expone su vida y lo hace de frente mirando al toro.

Somos un país inundado de leyesinoperantes y las que no existen surgen en la improvisación de las Cortes o del Congreso, cada legislador sueña con una Ley que lleve su nombre y que produzca revuelo, incluso,  alguno resolvió  prohibir los animales en los circos y en un circo colgaron un cartel que decía “no admitimos micos”. Cada magistrado quiere tener una ley que lo consagre, algunos funcionarios del Gobierno aspiran a lo mismo con las que promueven en el Congreso.  Somos uno de los países del mundo, que se ahoga  en leyes. Los legisladores de 1991,  con la mejor de las intenciones, consagraron el respeto a la vida humana en la fachada de  la Constitución, junto con los artículos sobre el tema de la ONU al respecto, sin que hayamos tenido un día de paz desde entonces, como lo demuestra el estremecedor informe Basta Ya, sobre los últimos 50 años de violencia.

Por  Señal Colombia, la televisión oficial que se sostiene con los impuestos de los colombianos, al tiempo que se habla de paz todos los días y en los foros oficiales o privados,  se  transmite en las horas de la noche una novela en la cual se hace la apología de la violencia, se presenta a los campesinos y aldeanos conservadores de alguna región del país como si fuesen más sanguinarios que las hordas de Atila, por las depredaciones y eliminación sistemática de los contrarios. Esa es una historia tergiversada, manipulada  y malintencionada, un vergüenza, un monumento a la desinformación, un falaz atentado a la libertad y la inteligencia del televidente; en cuanto omite la raíz del conflicto, no dice la verdad de los orígenes de la violencia, que viene de muy atrás, desde el siglo XIX, desde cuando se importaron las ideas utilitaristas para combatir  la moral cristiana y las ideas revolucionarias de toda laya hasta hoy, que se imitan  para destruir nuestra sociedad y, en ocasiones, masacrar a campesinos inocentes. Es una incitación cobarde y criminal  para que los bárbaros eliminen a los conservadores.