¡Y Chile dijo no! | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Septiembre de 2022

Mandato de una democracia vigorosa

* Trino de nuestro analista-presidente

 

El no rotundo del plebiscito que pretendía una nueva Constitución en Chile no tiene, por supuesto, nada que ver con el retorno de Pinochet, contrario al decir del presidente Gustavo Petro. Tiene que ver, en cambio, con el rechazo contundente a las teorías refundacionales que estaban al aire; a la violencia que palpitaba en el trasfondo genitor del proceso; a la infausta división social causada por las políticas identitarias que abjuran del ciudadano integral; al veto del populismo y la demagogia a propósito de instaurar el pensamiento único; a la desaprobación del exceso y la insania que incluso llevaron, en los debates legales colaterales, a tratar a las mujeres de “personas menstruantes”; y a otros dislates que pretendieron institucionalizarse en una borrachera seudo filosófica que fue derrotada, en toda la línea, por el pueblo en un ejercicio democrático ejemplar.

Desde luego, como bien lo han dicho los opositores victoriosos, no se trata en lo absoluto de regresar a la Constitución surgida de la época en que Pinochet fue obligado a dejar la dictadura, sino en dar curso a un proceso constituyente verdadero que logre poner a Chile a tono con unas instituciones donde prime un sistema de orden y libertades que permita alcanzar los propósitos nacionales, acaso dentro del marco común y equilibrado de un Estado Social de Derecho.

Es probable, claro está, que el gobierno de Boric (así como sus respaldos principales del partido comunista y la coadyuvante señora Bachelet) se sienta profundamente derrotado a raíz de constatar que alrededor del 62 por ciento de sus compatriotas se manifestaron en contra de las ideas que lo habían llevado al poder. Porque, ciertamente, es el joven presidente chileno en buena parte resultado de las jornadas que pusieron al entonces primer mandatario, Sebastián Piñera, contra las cuerdas, cuando para salir del estruendoso laberinto incendiario hubo de proponer el cambio constitucional. Y fue en esa estela, precisamente, en la que Boric se montó para obtener el triunfo en las elecciones presidenciales siguientes, un poco también (hay que reconocerlo) por los errores políticos de su contrincante.

Varias, pues, son las lecciones que pueden sacarse del histórico evento vivido ayer en Chile. En primer lugar, que el país está hasta el cogote del divisionismo, sin lograr el más mínimo punto de encuentro, por lo que la primera tarea, inclusive por parte del gobierno, es propender por la unidad, por mantener la idea central de la democracia de acuerdo con la cual ella se alimenta del disenso para llegar al consenso que finalmente se logra cuando se vota la ley. Mucho más, naturalmente, cuando se trata de elaborar o reformar una Constitución. Que no puede ser, como fue la pretensión demagógica reinante, fruto unilateral de quienes por cualquier razón se sintieron repentinamente dueños del país, con base en unas mayorías mal entendidas, y que siempre emitieron un acre vaho autoritario, excluyente y exclusivista, dándose al final de bruces contra la pared.    

Por otra parte, también es claro que el Congreso chileno sale fortalecido para que, en un nuevo ambiente de serenidad y sensatez, se puedan adelantar las reformas que sean necesarias para la modernización institucional de una nación que se resistió al abismo propuesto. Y que, por demás, comienza a recuperar la lumbre de una historia que, desde la propia independencia, ha tenido especial singularidad en América Latina.

En ese sentido, Chile tiene ahora no solo la posibilidad de enterrar sus fantasmas, dentro de un proceso constituyente renovado, sino de demostrar una vez más que está a la vanguardia latinoamericana. Recuperada, después del plebiscito, la noción del progreso, el carácter nacional del país, la fortaleza del sistema de mercado y el contrato social uniforme, pueden tomarse y afianzarse estos elementos después de la indigestión utópica ampliamente vencida en todas sus cláusulas anárquicas.

Esta es la realidad, más allá de las extemporáneas percepciones de nuestro analista-presidente, que reduce semejante triunfo democrático a que ‘resucitó Pinochet’, lamentándose por el ojo izquierdo y pasando por alto la nutrida decisión ayer de los jóvenes que ni lo conocieron.