¿Y la defensa política? | El Nuevo Siglo
Jueves, 23 de Octubre de 2014

Mininterior tiene la palabra  

Espejismo de la “capitulación”

EL  documento presentado por la oposición, bajo el título de las 52 capitulaciones de Santos en La Habana,  tiene precisamente esa característica de resultado inicial: capitulaciones. Es decir, que se arranca el análisis, no con motivo de hacer unas reflexiones, incluso unas críticas constructivas, sino que de una vez se entra en el subjetivismo y la polarización.

Fue clara, desde luego, la defensa temática y constitucional del proceso de paz hecha ayer por los negociadores Humberto de La Calle y Sergio Jaramillo. No podían ir más allá, como evidentemente se esperaba, de tomar punto a punto el legajo del uribismo, refutando la interpretación acomodaticia que por lo demás interesa a la oposición para mantenerse a flote.  Todo eso está bien, pero aún falta la defensa política del proceso.

El documento uribista, por su parte, carece de las preocupaciones puntuales que podrían derivarse de las preguntas hechas a propósito de la publicación de los preacuerdos de La Habana: ¿Cuántas serán las zonas de reserva campesina? ¿Habrá en ellas algún tipo de autoridad al estilo de las reservas indígenas o de los territorios entregados a los afrodescendientes en la Constitución de 1991? ¿Tendrán especial impacto ellas en las zonas fronterizas, verbigracia en los límites con Venezuela? Esto, por supuesto, recibirá respuesta propia y acertada en el momento en que se entren a negociar los “pendientes”. El uribismo no reparó en ello y más bien se dedicó a insinuar que la negociación se trataba de un proceso de colectivización, expropiación y de economía planificada de estirpe estalinista. Pero a nadie se le ocurre que un gobierno que como pocos ha patrocinado el libre mercado, la reinstitucionalización democrática y el desarrollo con equidad social, logrando los mejores índices de crecimiento, inversión extranjera y empleo en América Latina, tenga el menor viso del comunismo insinuado. Las exageraciones así planteadas trascienden la metáfora y terminan rayando en lo desestimable.

Ahora lo que procede, al parecer descartada cualquier reunión del presidente Santos con el senador y exmandatario Uribe Vélez, es que el Ministro del Interior conteste políticamente el documento en el seno del Congreso para que allí pueda debatirse libremente y la bancada de la Unidad Nacional aboque y responda, de modo estratégico y ordenado. No son suficientes, en todo caso, pequeños rifirrafes al respecto y sin dimensión alguna, como el de la plenaria del Senado de anteayer cuando se iba a hablar del tema del Metro de Bogotá. Hay que elevar el tono político del proceso, sacarlo del reduccionismo del twitter y mejorar las condiciones pedagógicas y políticas que supone el camino hacia la refrendación y la magnitud de un esfuerzo de semejantes características. De eso se trata la democracia y si lo que se quiere es un proceso de paz con altos niveles de política, entendida ella como el elemento insustituible de la orientación nacional, nada mejor que el hemiciclo parlamentario.

Bienvenido, pues, el debate en los términos constitucionales propios de una nación civilizada que se encuentra en un punto de inflexión para demostrar su vigor democrático. Está bien, desde luego, que el Presidente se reúna con los diversos actores de la vida institucional y de la política nacional, inclusive el Procurador General de la Nación o elementos de la oposición. Desde aquí hemos insistido en que la paz es nacional, y no partidista, por lo cual lo que se haga en esa dirección resulta conveniente, pero igualmente debería ser lógico, para entrar de fondo en las materias de paz, el reconocimiento de los perdedores en la última justa presidencial de que el presidente Juan Manuel Santos obtuvo con creces (un millón de votos de diferencia) un mandato por la paz, bajo su orientación y dirección. Y eso precisamente hay que acrecentarlo y defenderlo con el único instrumento viable a la mano: la política. No puede el Gobierno perder espacios, sino ganarlos bajo la certeza de que intentar y desarrollar la paz es decir bien de la Patria.

Lo que interesa al país no es si se habla en la cúpula dirigente, sino que el proceso de paz avance, inclusive con el Eln, y que ello permita avizorar el futuro como escenario diferente al de la confrontación de los últimos cincuenta años. Por eso nadie puede entender, asimismo, que se diga capitulador al Gobierno que más golpes les ha propinado a las Farc en toda la historia, menos cuando la negociación real ni siquiera ha comenzado. Tomar el toro por los cuernos, de una vez, corresponde al Gobierno y sus principales agentes. A nadie pueden decirle capitulador y dejar la especie en el ambiente. El mininterior tiene la palabra.