UN RECONOCIDO cirujano, especializado en medicina forense, profesor universitario y exempleado de la Organización de Naciones Unidas y del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), jamás pensó que terminaría conduciendo su tractomula hacia la Alta Guajira para ayudar en la educación y la alimentación a más de 2.100 niños indígenas.
Se trata de Máximo Alberto Duque Piedrahíta, exdirector del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses y con una maestría en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, que luego de conocer en carne propia los estragos de las guerras, que solo dejan pobreza y dolor, decidió trabajar en forma voluntaria para ayudar a los niños indígenas. Gracias a esta decisión, conoció a unas personas que ayudaban a los más necesitados en Mocoa, en el Putumayo.
Duque Piedrahíta explica a EL NUEVO SIGLO que durante su vida profesional trabajó en la región agroindustrial del Urabá y en otras regiones blanco del conflicto armado que afecta a Colombia. Luego de retirarse del Instituto de Medicina Legal se integró a la ONU y al CICR. Fue enviado a Kenia, a Afganistán, Irak y Sudán, antes de que esta nación se separara por un conflicto interno, para trabajar como médico forense. También prestó sus servicios en Arabia Saudita.
“En estos países vi la pobreza, la destrucción, el hambre, la muerte y todos los resultados negativos que traen las guerras. Así es Colombia. Entonces, cuando volví al país, por supuesto que continué trabajando como perito, como consultor, y en el año 2016 empezamos a ver las noticias de que los niños indígenas fallecían por desnutrición en La Guajira”, relata.
“Así es la vida. Conocí a unas personas dedicadas a ayudar sin ningún interés ni reconocimiento a los necesitados, especialmente a niños. Viajamos a Mocoa, Putumayo, para llevar alimentos. Pero las noticias de La Guajira nos tenían conmovidos y decidimos trabajar con las comunidades más vulnerables de ese departamento. Claro que ellos ya habían viajado a esa región”, expresa.
Duque Piedrahíta refiere que “ante este trabajo maravilloso de ayudar sin mirar a quién, decidí hacer parte como voluntario de la Fundación Dos Peces, cuyo director es el sargento viceprimero en retiro del Ejército Nacional Gerson Gelves Jiménez, quien registra una dramática historia de vida y es muy sensible al tema de la pobreza. Se curó de una enfermedad por un milagro y decidió dedicar su vida a este trabajo humanitario”.
Asegura que “la Fundación es muy sencilla y mi aporte inicial fue en el transporte. Lo que la gente no sabe es que soy propietario de una tractomula y yo mismo la conduzco. Puedo decir que mi pasatiempo es manejar vehículos pesados por las carreteras del país. Sin lugar a dudas puedo decir que me gusta ese trabajo de conducir”.
“Así fue como me integré a la institución, primero transportando lo que se conseguía en donaciones, básicamente, alimentos hasta La Guajira, y poco a poco hemos estructurado un proyecto de apoyo a la educación. Pero la educación también debe ir con ayuda humanitaria como alimentos y otras cosas. Un niño con hambre no aprende. Ese es un resumen de todo ese recorrido hasta el día de hoy”, indicó.
Columna vertebral
Insiste en que “la columna vertebral de la Fundación es la educación y es lo que realmente va a generar un cambio positivo en estas comunidades”.
Revela que “iniciamos nuestro trabajo humanitario en el Centro Etnoeducativo Rural Ishachimana, cerquita de Manaure, que tiene además 22 escuelas satélites. En total tiene 1800 estudiantes de las comunidades wayuu. Estos niños afrontan una condición familiar económica muy precaria”.
Aseguró que “buscamos primero la matrícula de los niños en el centro educativo y luego les llevamos su kit escolar, cartillas, cuadernos, lápices, colores y demás elementos. También les llevamos lo que podemos de ropa y obviamente alimentación”.
Precisa que “vamos cinco veces al año como mínimo y siempre estamos al día con la información y necesidades debido a que otra voluntaria de la institución que siendo de Bogotá y fisioterapeuta profesional, Seuri Gelves Jiménez, es profesora y vive allá en La Guajira. Es nuestro enlace permanente”.
Anota que “ahora el Centro Etnoeducativo Rural Ishachimana es nuestra base, donde llega la tractomula con los alimentos, kits escolares y en general todo lo que podemos conseguir. Pero ahora nos fuimos a otra escuela en el Valle de Parashi, en la Alta Guajira, donde las necesidades también son muy marcadas”.
Dice que “es una comunidad en condiciones muy precarias. Allí contamos con 300 niños estudiando en una escuela que prácticamente no tenía ni salones. Los jovencitos recibían sus clases debajo de los árboles y en espacios muy precarios hechos de paja”.
Escuelas
Duque Piedrahíta declara que “allá empezamos a construir una escuela. Hoy en día ya tiene cuatro salones de clases hechos con ladrillos y con techo en muy buenas condiciones. Nos falta avanzar para terminar doce salones de clases para que los niños puedan estudiar tranquilamente y a gusto. En esa tarea estamos”.
“Con esta nueva misión, no quiere decir que nos olvidamos del Centro Etnoeducativo Rural Ishachimana. Hemos mantenido nuestro apoyo y llevamos pupitres para las escuelas satélites. También construimos un aula virtual, porque esperamos que los jovencitos que terminen sus estudios de secundaria puedan estudiar carreras universitarias en la modalidad virtual”, señala.
Asegura que “nuestro trabajo y esfuerzo sostenido en el tiempo es para que los niños sientan realmente que están aprendiendo y que una vez concluyan su primaria e ingresen al bachillerato y lo terminen, sientan que van a tener oportunidades diferentes e incluso ser profesionales”.
Reiteró que “no se trata de llevar alimentos y regalos en Navidad. Es un esfuerzo sostenido por profesionales voluntarios y esperamos seguir haciéndolo durante muchos años más. Queremos aportar en forma desinteresada y sin buscar reconocimientos en ese trabajo silencioso de ayudar a educar y alimentar a los niños, que en últimas son el futuro de Colombia”.
También destaca el profesor de la Universidad Militar Nueva Granada que siempre acompaña al director de la Fundación Dos Peces, porque su noble y dedicada tarea alimentaria y en la formación académica de los niños indígenas es muy importante.
Aclara que “en la entidad ninguna persona gana un solo peso. La razón es que todos los que la integramos lo hacemos voluntariamente y lo que nos queda es la satisfacción del deber cumplido. Por ejemplo, la familia Soler se encarga de revisar y hacer el mantenimiento de nuestros vehículos y nuestras familias también nos ayudan”.
Indica que “todas las donaciones van directamente a los beneficiarios. No tenemos una sede o un edificio y solo contamos con un pequeño espacio en un barrio del norte de Bogotá”.
Acota que “cuando estamos disponibles los días viernes, recorremos las frías calles de Bogotá para repartir alimentos a los habitantes de calle, donde se encuentran historias dramáticas, porque no todo es drogas y delincuencia. También hay personas que por alguna circunstancia de la vida lo perdieron todo y su único escape fue la calle”.
Agrega Duque Piedrahíta que “sigo con mi trabajo profesional, pero después de ver la guerra uno se da cuenta de que hay que apoyar la reconstrucción con todo lo que podamos aportarle a nuestro país para que salgamos de la pobreza, pero es un trabajo entre todos y no esperar a que solo lo hagan el Gobierno y las entidades oficiales, es un esfuerzo de toda la sociedad”.