Amenazas recurrentes de los estados fallidos | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 2 de Marzo de 2019
Giovanni Reyes

EN las condiciones actuales, como debe ser ampliamente reconocido, el caso de texto de la disfuncionalidad, en un sentido más evidente, que salta a los titulares de la prensa internacional y que mantiene despabilados a los sectores más influyentes, es la situación de Venezuela. 

Por supuesto que los discursos tan interminables como incendiarios, saturados de ese aderezo sensacionalista que es la pirotecnia de la palabra, abunda. Pero el régimen chavista desde hace ya 20 largos años, tergiversó según el “socialismo del Siglo XXI” -cualquier cosa que eso signifique- las más elementales leyes económicas y sociales.  Resultado: el desastre al que ahora Maduro, faltaba más, trata de endilgar, de culpar, a otros países y sectores.

El punto a destacar aquí es la disfuncionalidad social.  No es viable, obviamente un país que acumula para 2018 una inflación de 1.3 millones de porciento, sí, millones, de incremento generalizado de precios en los productos y servicios.  Realmente, por más ideología que se le meta, no es posible negar que se trata de un país inviable. 

Ese porcentaje de inflación que se ubica en la exósfera como capa atmosférica superior, inalcanzable, rompe el récord de inflación de casi 900,000 por ciento que se tenía luego del 9 de mayo de 1945, al culminar la Batalla de Berlín con sus 361,000 muertos en tres semanas.  Era la Alemania que tenía más que frescas, las heridas de la Segunda Guerra Mundial.

En verdad el caso de Venezuela es la psiquiatría de lo disfuncional, pero eso no empaña la existencia de otros escenarios, en cuanto a que hay realidades lacerantes que también golpean.  Allí está el caso de Haití, de Nicaragua, de Honduras, de Guatemala -la Guatemala del mandatario Jimmy Morales quien se escuda en su “jet set nativo” para evitar que se le investiguen los supuestos actos de corrupción-.

Sí, es de precisarlo, muchos países latinoamericanos viven en una situación de crisis recurrente, sostenible, omnipresente, afectando los niveles de vida, de vulnerabilidad de amplios grupos sociales.  Se trata de disfuncionalidad social y política, con todo el entramado económico que le acompaña.  Esta condición se ha exacerbado en especial en algunos países latinoamericanos más que en otros.  En los casos de mayor atraso, las realidades cotidianas, los desastres naturales -pero sobretodo sociales- y la carencia de un contexto legal y funcional, provocan la existencia de estados fallidos; países con violencia endémica. 

En las naciones menos funcionales de Latinoamérica, se tienen por lo general, escandalosos grados de inequidad, en una región que de por sí es la más inequitativa del mundo. Son altísimos los porcentajes de pobreza, de indigencia y de personas que deben sobrevivir en los intrincados laberintos de las economías informales. 

En esos países por lo general, grupos privilegiados no han demostrado, desde tiempos de la colonia española o francesa, estar interesados en el desarrollo o ampliación de los mercados internos.  Esos grupos evidentemente se interesan más en la inserción en los mercados internacionales a fin de poder ampliar los márgenes de rentabilidad y el poder monopólico de sus empresas. Viven de cara a las metrópolis mundiales o sub-regionales y de espaldas a sus propias sociedades. 

Esa desvinculación y descuido de grupos de poder real de las condiciones internas, se constituye en un factor significativo que favorece el mantenimiento de los niveles de pobreza, de personas viviendo en marginalidades estructurales. Las cifras de quienes no pueden satisfacer sus necesidades básicas llegan en algunos casos, incluso al 60 por ciento de la población.

No es casualidad que muchos de los grupos sociales traten de buscar en otros lugares las oportunidades que sus propios países les niegan.  De allí, por ejemplo, las altas tasas de migración, en especial a Estados Unidos, y la consolidación de grupos al margen de la ley, con actividades delictivas relacionadas con el crimen común, el narcotráfico y la extorsión.  Estas situaciones, suelen ser en la actualidad, moneda de uso corriente en las sociedades especialmente centroamericanas, con la notable excepción de Costa Rica.

En la medida que no se abran oportunidades para las personas por la vía fundamental de los empleos productivos, ni que por otra parte se amplíen las capacidades de la gente -por medio de la educación y capacitación de calidad- las condicionantes negativas tenderán a reproducirse en lo social. 

Esta situación hace que especialmente los estados que están en riesgo de ser estados fallidos, se encuentren atrapados en un círculo vicioso de sub-desarrollo.  Fenómeno que fue estudiado por el economista sueco Gunnar Myrdal (1898-1987) y que le valió el Premio Nobel de Economía en 1974. 

Salir de este estado de cosas pasa por hacer un notable esfuerzo en función de: (i) establecimiento de factores de desarrollo del país; (ii) logro de legitimidad concreta de las instituciones; y (iii) mecanismos que se dirijan con eficacia al logro de inclusión social.  Los factores de competitividad o desarrollo, concentran otros componentes de manera más específica.  Esos factores apuntan a la generación de mayores oportunidades y capacitación del capital humano y a promover crecimientos económicos que van más allá de la mejora de las cifras macro de un país.

Los componentes que favorecen la inserción de una sociedad en mecanismos virtuosos de desarrollo, son, fundamentalmente: (i) estabilidad política; (ii) educación o formación del capital humano; (iii) estabilidad macroeconómica; (iv) infraestructura física; (v) cultura; y (vi) estado de derecho y eficiencia funcional de instituciones.

Una de las claves estratégicas, reside en esto último, en las instituciones.  En la medida que las mismas propicien la inclusión social, el “social leverage” o apalancamiento para grupos menos favorecidos, se posibilitará la integración social. Así se pueden ir conformando círculos virtuosos “de causación acumulativa” como indica la teoría desarrollada por Myrdal y luego profundizada en las tesis del neoinstitucionalismo, que le valieron el Premio Nobel de Economía de 1993 a Douglass North.

Se ha dicho en varias ocasiones y está allí, grabado en piedra a la entrada de Naciones Unidas. Lo deseable son condiciones de vida que concreten el señalamiento del Papa Paulo VI en su Encíclica Populorum Progressio (26 de marzo de 1967): “El nuevo nombre de la paz es el desarrollo”.

(*) Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario. Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard.