“La retórica de odio de la que hemos sido testigos tiene que parar”, dijo Zuzana Čaputová, presidenta de Eslovaquia, el pasado miércoles. “Por favor, parémosla”, insistió, mientras el primer ministro, Roberto Fico, luchaba por su vida en un hospital, luego de que un hombre 71 años le disparara cuatro veces en Handlová, a 140 kilómetros de la capital Bratislava.
El atentado contra Fico, quien fue reelegido por cuarta vez el pasado mes de septiembre, ha tenido una enorme repercusión en una Europa preocupada por la escalada de la violencia en Eslovaquia, el único país del bloque europeo donde un periodista ha sido asesinado en 2018 y el primer ministro ha sido víctima de un atentado.
La intensidad del debate público en este ex país soviético, que se escindió de la República Checa en 1993, ha marcado la última década, con Fico de protagonista. De origen comunista, el primer ministro ha pasado de ser un defensor de la integración europea y del estado de bienestar a convertirse en un seguidor de Víctor Orbán y sus posiciones en contra de los principios de la democracia liberal.
En ese recorrido, que empieza en 2018, la joven democracia eslovaca se ha convertido en un país tóxico políticamente, en el que políticos, periodistas y activistas han alimentado el debate de posiciones polarizantes y divisivas que han pasado de los discursos al terreno de la violencia física, como se ha visto esta semana.
Escalada de odio
Según expertos consultados por el medio digital El Independiente, los orígenes de la polarización en Eslovaquia están una acelerada transición del comunismo al capitalismo. “El latigazo social que provocaron estas súbitas transformaciones enfrentó a ciudades contra pueblos, a jóvenes contra viejos, a patriotas eslovacos contra internacionalistas checoslovacos, mientras todos buscaban su lugar en un terreno desconocido”, dice este medio.
La explicación anterior se queda corta. La mayoría de ex repúblicas soviéticas han vivido procesos similares –casi idénticos– de quiebre institucional, político, económico y social, logrando, unos más que otros, consolidar modelos capitalistas y exitosos, como Estonia o Lituania, hoy aliados de Ucrania contra Rusia.
Más bien, la respuesta de la erosión del debate público en Eslovaquia pasa por dos razones endémicas. Una de ellas es el populismo. La figura de Fico, reelegido muchas veces, ha marcado la sociedad eslovaca entre sus partidarios y opositores, llevando a un escalamiento de la violencia política, tras su retorno al poder en septiembre y sus posturas euroescépticas, así como el cierre de medios de comunicación.
La deriva iliberal de Fico viene precedido de cuatros años en los que él enfrentó, en 2018, la muerte del periodista Kuciak y su mujer, cuando este investigaba una supuesta trama de corrupción política en el gobierno. Dos semanas después de estos asesinatos, el primer ministro renunció, atrincherándose en su partido, Smer, que perdió las elecciones generales, en 2020. A partir de entonces, Fico se fue radicalizando, así como los opositores.
Discurso vitriólico
“Hago un llamamiento al público, a los periodistas y a todos los políticos para que dejen de expandir el odio”, dijo, el miércoles el titular del Ministerio Interior, Matúš Šutaj Eštok. “Estamos al borde de la guerra civil”.
Las declaraciones del segundo al mando del gobierno eslovaco muestran que, incluso, las mismas autoridades temen una escala violenta luego del atentado contra Fico y saben que, durante años, la esfera pública eslovaca, ese espacio de deliberación pública entre diferentes –como lo llama el filósofo alemán Jürgen Habermas– ha estado cargada de toxicidad.
De hecho, en un artículo publicado este viernes, “El Político Europa” (la edición europea de esta publicación originaria de EE.UU.) decía que, como en ningún otro país del bloque europeo, “los políticos eslovacos destacan por su discurso vitriólico”.
Con esa lectura coincide el politólogo y presidente del tanque de pensamiento Institute of Public Affairs –con sede en Bratislava–, Grigorij Mesežnikov, quien califica la política eslovaca como “muy conflictiva”, por causa de una “transformación democrática incompleta tras la caída del comunismo y a la persistencia de orientaciones de valores problemáticos como la xenofobia y la homofobia”.
En 2023, la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) declaró que la incitación al odio en línea había aumentado en toda Europa y que la UE no había hecho lo suficiente para regular la cuestión a pesar de la aplicación de la Ley de Servicios Digitales, que busca regular la conducta sobre la incitación al odio en línea.
Para entender un poco mejor el escalamiento en Eslovaquia, en este artículo se ha dicho que, aunque la explicación del salto del comunismo al capitalismo suele ser citada por los expertos, Fico ha empleado una política populista que ha tensionado la sociedad eslovaca a niveles nunca vistos en Europa. También es cierto, como segunda explicación, que la erosión del debate público tanto en las redes sociales como en el Congreso, donde la oposición liberal y los partidarios de Fico se han ido a los puños, viene precedida de campañas de desinformación que han polarizado más a las partes.
En Eslovaquia se han identificado una red bots y cuentas falsas en redes sociales asociadas a Rusia que, desde hace años, han llenado de odio los debates virtuales, alimentados por políticos y actores que en nada ayudan a bajar el tono.
En el mundo
La correlación entre las redes sociales y la violencia física no es clara. Hasta qué punto se puede responsabilizar los mensajes de odio y la desinformación en espacios virtuales con los actos violentos perpetrados contra personas, es difícil de medir y calificar. Pero, algunos hechos dan cuenta que, desde diferentes ópticas, algunos relacionan masacres o guerras civiles con la incitación al odio de las redes sociales.
En 2019, la ONU dijo en un extenso informe que las redes sociales, y en particular Facebook, fueron un catalizador para que se consumara el genocidio contra la minoría étnica rohingya en 2017 en el estado de Rakhine, en Myanmar (antigua Birmania).
Recientemente, el Tribunal Superior de Kenia ha acusado a Meta de servir de “amplificador” de los discursos de odio en el marco del conflicto que tuvo el país con Etiopía en la región de Tigray, de 2020 a 2022.
No yendo muy lejos, en Brasil, durante las elecciones de 2018, que estuvieron marcadas por una gigantesca estrategia de desinformación, Jair Bolsonaro fue apuñalado semanas antes de ganar la presidencia de Brasil. El caso más reciente de un político objeto de la violencia fue el de Fernando Villavicencio en Ecuador, quien solía usar las redes sociales para denunciar al crimen organizado.
Puede que el mundo se empiece a parecer a Latinoamérica, donde desde hace tiempo se ha normalizado la violencia contra los políticos. Sin embargo, lo más asombroso del caso de Eslovaquia es como un país que ha vivido una dictadura de más de 70 años –la soviética– y que luego logró construir una democracia liberal por más de 30 años, hoy es presa de la polarización y la incitación al odio que han pasado al terreno físico hasta terminar en un atentado en contra del primer ministro del país.
Del dicho al hecho sólo hay unos cuantos caracteres.
*Analista y consultor. MPhil en Universidad de Oxford.