De una guerra a otra: la vida de un refugiado afgano en Ucrania | El Nuevo Siglo
AFP
Sábado, 5 de Marzo de 2022
Redacción internacional

"Huí de una guerra, y me veo en otra. No he tenido mucha suerte", se lamenta este afgano de unos cuarenta años, que acaba de llegar a Polonia junto a su mujer Mina, su hijo Omar, de 11 años, y su hija Marwa, de siete, que no se separa de su perro de peluche marrón. 

Esperan junto a otros refugiados en el puesto fronterizo de Medyka a los autobuses que tendrán que llevarlos hacia el centro de acogida en la ciudad vecina de Przemysl.

Además de ucranianos, entre los refugiados hay cientos de personas de otras nacionalidades, estudiantes o trabajadores que viven en el país: afganos, congoleños, marroquíes, indios, ecuatorianos o nepalíes.

"Trabajé diez años para la OTAN en el aeropuerto internacional de Kabul", explica Rahmani, originario de la capital afgana.

Rahmani decidió abandonar su país cuatro meses antes de la partida de los estadounidenses porque sentía que su vida corría peligro.

"Recibía llamadas telefónicas donde amenazaban de muerte a mis hijos. Lo dije en el trabajo, pero nadie quiso escucharme, nadie quería ayudarme o darme un visado". 

Así que se exilió en Ucrania, el único país que lo acogía, y se instaló en la ciudad costera de Odesa (suroeste), en el mar Negro. 

"Tenía una buena vida en Afganistán, una casa, coche, un buen sueldo. Lo vendí todo, lo perdí todo", afirma. "Decidí marcharme por mis hijos, mi familia, por su educación".

1.110 kilómetros 

Hace una semana, cuando Rusia comenzó la invasión a Ucrania, tuvo que dejar todo atrás de nuevo. La familia recorrió los 1.100 kilómetros que separan Odesa de la frontera polaca. Los últimos treinta los tuvieron que hacer a pie, por el atasco que se había formado en la carretera.

"Cuando llegamos, hacía tanto frío", cuenta, "tomé una manta para mi hija, pero poco tiempo después se encontraba muy mal y su madre se puso a llorar".

Fueron asistidos por una ambulancia y la policía fronteriza ucraniana les dejó pasar. 

"Tuvimos suerte, había más de 50.000 personas en la frontera", afirma. "Todo el mundo estaba de pie, con los bebés, las maletas, esperando su turno. Y, de repente, nos dejan pasar delante de ellos".

Los últimos datos del martes de la policía de fronteras polaca indicaban que 410.000 personas habían entrado en el país procedentes de Ucrania desde el inicio de la ofensiva rusa. 

Ajmal Rahmani y su familia, como todos aquellos refugiados que no tengan visado polaco, disponen ahora de quince días para hacer una petición oficial y regularizar su situación, explica Tomasz Pietrzak, jurista de la oenegé polaca Ocalenie, que se ocupa de los refugiados.

Un plazo irrealista, "dado el creciente número de refugiados", explica. "Polonia va a tener que modificar rápidamente esta legislación".

Rahmani no esconde su preocupación ante el futuro de los suyos, pero las primeras horas en Polonia "animan". 

"Nos han recibido muy bien, la gente es muy amable, nos sonríen, le han dado dulces a los niños", dice, "Una buena dosis de energía para lo que vendrá".

El miedo por una guerra que no esperaban y la incertidumbre por su futuro la enfrentan como Rahmani y su familia, los miles de miles de personas que en la última semana tuvieron que abandonar Ucrania por la incursión militar rusa.

El flujo de desplazados por la guerra ha sido constante y en menos de una semana (con corte al miércoles 1 de marzo) se acercaba al millón de personas, que dejaron todo atrás para dirigirse a las fronteras del oeste (Polonia y Eslovaquia) y el suroeste (Hungría y Moldavia) para preservar sus vidas. Las otras zonas limítrofes no podían ser su destino ya que la del este (Rusia) y norte (Bielorrusia) estaban convertidos en teatros de guerra.

Según la ONU, hasta la fecha mencionada oficialmente se contabilizaban 836.000 refugiados, pero ese guarismo incluía únicamente el territorio controlado por el gobierno ucraniano, más no la península de Crimea, anexada por Rusia en 2014, como tampoco las dos zonas en manos de los separatistas prorrusos en el este del país, Donestk y Lugansk, las que fueron reconocidas por el presidente Vladimir Putin como repúblicas independientes, el paso previo a iniciar lo que llamó ‘ofensiva militar para detener el genocidio de Kiev” en dicha región.

Polonia es el país que ha acogido más desplazados, más de 454 mil, seguido de Hungría (117 mil), Moldavia (casi 80 mil) Rumania (no menos de 45 mil), Eslovaquia (67 mil) y un número similar se dirigieron a otros países, más alejados de la frontera.


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Rumania, el plan B

Si bien la mayor cantidad de desplazados por la guerra ucraniana se dirigieron hacia Polonia, ante los gigantescos atascos que allí se registran, miles más optaron por dirigirse a Rumania.

 "Hemos escuchado decir que las filas son enormes, y que hace falta mucho tiempo" para atravesar la frontera, explicó Ernest Lindhal, de 30 años.

Este traductor de nacionalidades griega y sueca, procedente de Kiev, se refugió inicialmente en Leópolis, principal ciudad del oeste ucraniano, antes de dirigirse hacia el sur.

Muchos son los que han tenido la misma idea. La policía de fronteras ha registrado solamente en la jornada del martes cerca de 24.000 ingresos, sobre un total de 118.000 desde el inicio de la invasión. Y este miércoles la afluencia era mayor que la víspera, constató una periodista de la AFP.

Dos campos de refugiados han sido montados, uno en Sighetu Marmatiei y el otro en Siret. Los voluntarios reconfortan a los recién llegados y distribuyen mantas, té, café, trozos de pizza e "martisor", amuletos de la suerte tradicionalmente distribuidos a principios de marzo en Rumania para saludar la llegada de la primavera.

Entre la muchedumbre, hay muchas mujeres, con niños en cochecitos, maletas y envueltas en abrigos y capuchas en medio de la nieve, que cae con fuerza.

La mayoría de los ucranianos quiere seguir más hacia el oeste pues Rumania es, junto a la vecina Bulgaria, el miembro más pobre de la Unión Europea. Según las autoridades, más de 68.000 ucranianos han seguido ya camino hacia otros países.

Natascha Zibrov, de 43 años, no piensa eternizarse en Rumanía. Con su hija de 20 años y otro de 15, dice haber hecho un simple desvío.

"Es terrible lo que ocurre en la frontera polaca" relata. Por el boca a boca, supo que algunos de sus amigos estuvieron bloqueados durante dos días con sus hijos pequeños, y por eso optó por la vía rumana, más al sur.

Por su parte Eugene Jumbo, de 19 años, relata: "Me fui de Járkov el sábado, me daba mucho miedo quedarme", quien viajó también a Leópolis y luego pasó seis horas en un tren para finalmente alquilar un coche, por el equivalente de 240 euros, y conducir durante tres horas más antes de llegar a Rumania.

"Las estaciones de tren eran un caos, estaban repletas" explica. "Ya no es posible atravesar Leópolis, ni siquiera lo intenté, sabía que aquí tendría más posibilidades" agrega este nigeriano que, agotado por el viaje, preocupado por los amigos que dejó en la ciudad que hoy está bajo control ruso tras cruentos bombardeos y con la incertidumbre sobre su futuro sabe que lo que le espera no es fácil.

Rahmani huyó de la guerra en Afganistán y Jumbo de los conflictos en su país. Estos dos extranjeros que comenzaron una nueva vida en la lejana pero pacífica Ucrania hoy retoman un camino que se avizora largo para volver a empezar. Ese es el mismo drama que viven el casi millón de personas que en la última semana dejaron esa nación que está bajo el fuego ruso. /Redacción internacional con AFP