El “Trump” brasileño al acecho | El Nuevo Siglo
Foto AFP
Sábado, 6 de Enero de 2018
Giovanni Reyes
Jair Balsonaro es el antipolítico y concita el “voto de la rabia”. Figura en segundo lugar de la intención de voto en empate técnico con la exministra Silva. Es irreverente, impulsivo y habla sin remilgos, ganando parte del escenario político

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Brasil, como se sabe, es un país indiscutiblemente importante, que ocupa una posición por demás estratégica en Latinoamérica. No sólo se trata de su papel en el ámbito de las relaciones internacionales, de su liderazgo dentro de Mercosur o respecto a los acercamientos con Europa, China o los países de la Alianza del Pacífico -Chile, Colombia, México y Perú- sino también por el aplastante tamaño de su economía. 

Un dato al respecto: este gigante constituye un 42% de los 5.5 trillones -millones de millones de dólares- que tiene la región como producción total anual (producto interno bruto, PIB).  Este monto supera al total de producción de todos los países latinoamericanos juntos, excluyendo a México.  Este otro país también es vital en la región y representa un 22 por ciento del total de producción en el sub-continente.  De allí que si algo se desea mover -más allá de lo anecdótico- en la región, debe contar con el aval, o al menos el no rechazo, de esos dos países.

Tómese en cuenta lo anterior y véanse ahora las perspectivas políticas para 2018.  La coyuntura es muy importante, toda vez que ambas naciones tendrán elecciones este año.  Mucho del gran escenario del sub-continente se juega en la gran orientación política que dentro de poco se tenga en estos dos actores de primer orden en la región. En el caso que nos ocupa, Brasil, la situación es particularmente inusual.  Ya quedaron atrás, tiempos aquellos que, arrancando con el Siglo XXI, daban por sentado que el Partido de los Trabajadores (PT) tenía un peso determinante en los procesos electorales.

Así ocurrió desde enero de 2003 con la posesión de Luiz Inácio Lula Da Silva (1945 - ) y luego la elección de Dilma Rousseff (1947 -) las orientaciones del PT dominaban los planteamientos de la política pública desde la Brasilia de Juscelino Kubitschek -inaugurada el 21 de abril de 1960.  Claro que esta gestión del PT se vio aupada, es decir favorecida, por los vientos de popa que significaron los altos precios de las materias primas en los mercados internacionales desde 2003 hasta aproximadamente 2014.

Todo esto con la conveniente anotación de que Brasil, junto a México y Costa Rica, tiene una economía bastante diversificada en el portafolio de sus productos de exportación.  Sin embargo, ahora las cosas han cambiado, los grupos más conservadores no vacilaron en aplicar “legalistamente” decretos, normas y procedimientos y se deshicieron de Rousseff. Colocando en su lugar a Michel Temer (1940 - ).

No es que Temer haya escapado de polémicas.  Para nada.  Se ha salvado “políticamente” de los escándalos que son pan de cada día en la política cotidiana brasileña -caso de Odebrecht o de Petrobras, o las especificaciones de la Operación Lava Jato-.  Ha eludido el abismo por poco, ciertamente dejando parte del pelaje en el alambrado.

Se ha salvado de perder la presidencia, es de acotar, dados los escamoteos políticos muy propios de un Estado que a pesar de su tamaño, de la presencia e importancia del país en lo internacional, no deja las condiciones de premodernidad aderezadas con las dinámicas de juegos de poder, con actividades “lícitas” propias del tejemaneje de los juegos de liderazgo en Brasil.  Una suerte de diligencias genéricas que se desarrollan como tramas más bien salidas la serie “El Padrino” (1972) de Francis Ford Coppola, que de acciones responsables, propia de mujeres y hombres de Estado.

El escenario

Ahora, con datos a diciembre de 2017, Lula Da Silva se ha disparado en las encuestas.  No se sabe cuánto durará esto, dado que la elección será octubre.  No obstante, este ascenso en preferencias ocurre cuando ha sido “condenado” a cárcel por el aparato judicial brasileño.  Lula tiene ahora un 34% de favorabilidad en el voto, más que duplicando las correspondientes cifras que se les adjudica al segundo y tercer lugar: Marina Silva -ecologista- con 15% y Jair Bolsonaro -la amenaza de raíces ex militares- con un con 14% de las preferencias.

En términos de la situación jurídica del expresidente se tendrá una resolución en segunda instancia, para este mes.  En todo caso, el proceso jurídico de Lula se ha movido con una inusual celeridad para los tiempos que normalmente se requieren -Brasil no es la excepción- referente a mecanismos y tramitaciones propios de la burocracia de notariado y legalidad.

Y sí, Bolsonaro es por demás atípico. Su forma de “pensar” antojadiza la ha expuesto sin pudores, recovecos ni remilgos.  Es una figura popularísima en las redes sociales, esos medios de comunicación tipo grafiti, propensos a exacerbar pasiones y a convocar posiciones de ira. No ha tenido escrúpulos en puntualizar que: “las mujeres deben ganar menos que los hombres porque pueden quedar embarazadas”, ha “defendido” a la dictadura que se hizo con el poder en Brasilia de 1964 a 1983: “El error de la dictadura era que torturaba y no mataba”; en relación a la masacre de la cárcel en Corandirú, en 1992, señala: “Se tuvo que haber matado a 1000 y no sólo a 111 presos”.

Bolsonaro ha sostenido que en su familia no hay problemas fundamentales: “no hay peligro de que mis hijos sean gais porque están bien educados” y luego otra perla: “los negros no hacen nada, ni siquiera sirven para procrear”.  Eso le costó una multa de cerca de 16,000 dólares.  No fue la primera vez.  En agosto pasado también se lo multó cuando dijo de una parlamentaria del PT -a quienes manifiesta odio visceral- que “no merece ni siquiera que se le viole dado que es muy fea”.  Se ha dicho que se trata del “Trump brasileño” quizá para tratar de limpiarle un poco la imagen.

Bolsonaro es el voto de la rabia. A falta de propuestas promete dinamitar el escenario político brasileño. Es el “antipolítico” que como tal no tiene propuestas, es la amenaza clara de una decepción histórica sembrada en la corrupción, la ineptitud y la carencia de renovación política.  Por supuesto que no tiene planes de gobierno, no dice nada de los empleos, la inclusión social, la sostenibilidad en el desarrollo y el crecimiento. Son temas que rebasan la precariedad de los muebles que tiene en la cabeza.

Si Brasil fuese moderno, si no estuviese aun luchando por dejar atrás la premodernidad con toda la carga de tradición, peso de la religión, actitudes más pasionales que racionales, además de los caudillismos que aún debe soportar -como muchos de los países latinoamericanos- Bolsonaro estaría fuera de toda consideración. Pero no es el caso. Si Trump triunfó en un país “educado”, él también puede hacerlo.

No se confunda. Las apuestas están abiertas, y es posible que ocurran coaliciones y acuerdos. A los escándalos diarios de corrupción, se agrega la recesión económica y reducción de oportunidades en Brasil. A pesar de todo, sin embargo, como lo refiere el analista Carlos Pagni, continua vigente la frase del expresidente brasileño Getulio Vargas (1882-1954): “En política no sientas a nadie tan amigo que no pueda ser tu enemigo, ni a nadie tan enemigo que pueda llegar a ser tu amigo”.      

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.