Hoy hace 75 años se suicidó Adolfo Hitler | El Nuevo Siglo
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Jueves, 30 de Abril de 2020
Redacción internacional con Europa Press
Alemania sigue lidiando con la larga sombra del nazismo tras ese 30 de abril en que se quitó la vida el dictador y su esposa, Eva Braun. Así cayó Berlín y el Tercer Reich.

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EL dictador nazi Adolf Hitler y su esposa, Eva Braun, se suicidaron el 30 de abril de 1945 en un búnker de Berlín, acosados por las fuerzas soviéticas entre las cenizas del imperio que "iba a durar 1.000 años". Llevaban casados menos de 40 horas. Hitler había cumplido 56 años diez días antes.

Tras albergar una especie de desayuno de boda improvisado en mitad de la noche del 29 al 30, Hitler se pegó un tiro la tarde siguiente. Braun eligió el envenenamiento por cianuro para quitarse la vida, según las conclusiones finales del historiador Hugh Trevor-Roper, encargado de reconstruir las últimas horas del dictador, objeto de rumores, exageraciones y conclusiones contradictorias. El hallazgo de un anexo al testamento de Hitler, meses después, ayudó a aclarar el panorama.

En las horas previas, el dictador se despidió uno por uno de los últimos aliados que le quedaban en su círculo de amistades y subordinados, recluidos junto a él en el Führerbunker de Berlín, las fuerzas soviéticas se encontraban a menos de 500 metros de distancia. En torno a las 15.30 horas, Hitler y su mujer se quitaron la vida.

En ningún momento de ese día Hitler pudo elegir a su sucesor. En un principio, según su última voluntad, tenía la intención de designar a su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, pero nunca ocurrió un traspaso de poderes formal.

Por contra, fue el vicecanciller del Reich, Hermann Goering, quien exigió a Hitler que le entregara el mando mientras que el jefe del aparato ejecutor del régimen nazi, las SS, Heinrich Himler, intentaba negociar la rendición con los aliados. Una de las últimas decisiones de Hitler fue arrestar a ambos. El régimen que comenzó con Hitler 12 años antes terminó con él ese mismo día.

Siguiendo las instrucciones de Hitler, los dos cuerpos fueron trasladados al exterior a través de una salida de emergencia, hasta el jardín en la parte trasera de la Cancillería del Reich, donde fueron reducidos a cenizas. El edificio sigue cerrado hoy, semidestruido primero por las fuerzas soviéticas y después por la antigua República Democrática Alemana que emergió en Berlín tras la guerra.

Hitler pudo ver los escombros. En una de sus últimas apariciones públicas, emergió del búnker para galardonar con la Cruz de Hierro a los miembros de las Juventudes Hitlerianas que habían realizado un último intento de impedir el avance de las tropas soviéticas. La iniciativa, prácticamente suicida, fue alentada por el propio dictador meses antes, en uno de sus últimos discursos ante la nación, a la que exhortaba a contestar la cadena de desastres de las últimas semanas. "Sortearemos la crisis", espetó, "con voluntad inquebrantable".

Dos días antes de la muerte de Hitler, su aliado italiano, el dictador fascista Benito Mussolini, fue ejecutado de un disparo a manos del partisano italiano Walter Audisio. Los cadáveres de Mussolini y de su amante, Clara Petacci, fueron exhibidos en la plaza milanesa de Loreto. Alemania sucumbió al caos absoluto, entre informaciones de suicidios en masa entre funcionarios y población civil conforme avanzaban las fuerzas aliadas y soviéticas.

Hitler se aseguró de que no quedara en pie ni la infraestructura industrial alemana, que ordenó destruir para que no cayera en manos del enemigo.

El Reich acabó descabezado -Goebbels se suicidó poco después-, casi literalmente hecho cenizas y Alemania en ruinas a partir de la tarde del 30 de abril. Lo que sucedió con la cremación todavía es objeto de cierta disputa entre los historiadores, que dudan sobre la fiabilidad de los documentos soviéticos: los restos de Hitler, Braun, Goebbels y su familia, así como los perros del dictador, fueron exhumados y las cenizas esparcidas en un río del norte de Alemania.

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Como cabía esperar tras una muerte de semejante magnitud, buena parte de la población alemana se negó a creer que el dictador hubiera muerto, como constataría un año después el oficial de Inteligencia británico W. Byford-Jones, tras encuestar a una veintena de berlineses, todos con educación formal.

"Solo uno de ellos creía que Hitler estaba muerto. Los otros 19 reconocieron saber la fecha de su cumpleaños, y estaban convencidos de que seguía vivo. Hablaron de él sin reproches. Y también descubrí que los niños, generalmente una buena guía para comprender las creencias de los adultos, hablaron de su 'Tío Adolf' como un ser vivo. Casi todos, sin excepción", declaró, según le cita el libro 'La Muerte de Hitler', de Ada Petrova y Peter Watson.

Una sombra de 75 años

Alemania vuelve a encontrarse hoy con su pasado. Son 75 años de ese 30 de abril cuando se suicidó el dictador que significó la caída de Berlín, la aniquilación del Tercer Reich y el principio de la rendición total de sus fuerzas, una semana después, en el final de la II Guerra Mundial en Europa.

Tres cuartos de siglo después, Alemania sigue cargando con esa losa sobre sus hombros, una que le ha acompañado durante su devenir histórico y definido para la eternidad su conciencia nacional, marcada por la guerra desencadenada por el dictador y los horrores de la aplicación de su ideología supremacista.

"Arroja una larga sombra", reconoce el profesor de Historia de la Universidad de Freie, en Berlín, Arnd Bauerkamper. "El pasado nazi", sentencia, "todavía sigue con nosotros, con Europa y el mundo", añade.

Los efectos de la tiranía de Hitler siguen siendo objeto de debate en el país, que no puede evitar examinar cada crisis desde esta faceta. El desplome económico mundial de 2008 disparó todas las alarmas ante una posible subida de la inflación, uno de los factores determinantes del ascenso del Partido Nacionalsocialista en el prolegómeno del conflicto mundial.

Diez años después, otra crisis, la migratoria, desató de nuevo el odio racial en algunos sectores del país, traducida en una cadena de victorias del ultraderechista partido Alternativa para Alemania (AfD) el año pasado en los parlamentos estatales que fue interpretada como un resurgimiento de una ideología que la canciller Ángela Merkel ha dedicado su vida a combatir.

Tres cuartos de siglo más tarde, en el panorama internacional, Alemania se vanagloria de abanderar una visión multilateralista de las relaciones internacionales. Como escribió Horst Krueger en su novela 'La casa rota', "este Hitler se va a quedar con nosotros hasta el final de nuestras vidas".

Pero Merkel no ha sido la primera canciller en lidiar con una Europa consciente del impacto de Alemania en su historia contemporánea. El exjefe del Gobierno alemán Helmut Kohl recordó en sus memorias el impacto del nazismo en su juventud. "Como muchos de mi generación lo viví de primera mano, y actué guiado por el deseo de impedir otra guerra a cualquier precio", declaró el fallecido canciller, que tenía 15 años de edad cuando el general Alfred Jodl, representante del Alto Mando del Ejército alemán, firmó la rendición en el cuartel general aliado en la ciudad francesa de Reims. Cuatro meses después, en septiembre de 1945, Japón haría lo mismo tras su derrota en el Pacífico y la destrucción de Hiroshima y Nagasaki.