Integración social y pandemia | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Abril de 2020
Giovanni Reyes

ES evidente que la pandemia que ahora enfrentamos -sin fecha de caducidad previsible- traerá aparejadas medidas de coyuntura, de emergencia, pero también cambios que serán persistentes. Alteraciones que afectarán incluso, componentes estructurales en países y sociedades. Esto es particularmente importante, porque copados por estas emergencias -a veces desvalidos, confundidos o perturbados, como nos sentimos- podemos dejar de percatarnos acerca de cambios y peligros que podemos enfrentar a más largo plazo.

El punto a resaltar en esta nota es el riesgo que tiene, como resultado de la crisis, el entramado institucional en Latinoamérica en cuanto a resultar aún más erosionado y débil en comparación con las condiciones previas a la pandemia.  Al respecto, existe la tendencia a reconocer que en tiempos de aturdimiento y presiones tan insospechadas como inmediatas y generalizadas, los discursos sociales del odio, de señalamientos grupales y del inculpar al “otro” sin remilgos ni descensos, se van haciendo moneda de uso habitual.  Y a ello hay que agregar las mentiras y las tergiversaciones, la “información” de las redes, sin filtro.

Ciertamente no es lo mismo enfrentar la pandemia en países como Francia, Alemania, Italia o los países nórdicos, que tenerlo que hacer teniendo al frente del ejecutivo al mandatario actual en Washington, Bolsonaro en Brasilia o bien Daniel Ortega en Nicaragua, para no citar a Andrés López Obrador desde la capital mexicana.  Este último es de reconocerlo, tratando de dar reversa ante su posición inicial de invocar la garra y la fuerza azteca.

Uno de los rasgos más sorprendentes ahora es que en la región latinoamericana, de nuevo se ponen de manifiesto dos grandes grupos de países entre los más funcionales y los de menor inclusión e integración social.  En el primero, los de mostrar son Uruguay, Chile, Costa Rica y hasta cierto punto Trinidad y Tobago. 

Argentina ha formado parte de este grupo, pero los problemas últimos, ese vivir en crisis casi constante de la economía, hace que su posición no sea consistente en el grupo puntero.  Tan sólo esta tercera semana de abril, al filo de estar redactando esta nota, el Presidente Alberto Fernandez (1959 - ) insiste desde la Casa Rosada en la necesidad de reestructurar la deuda argentina en no menos de un 35 por ciento.  Nada de buen augurio, ahora que se requieren, capitales frescos a fin de inyectar liquidez en los mercados.

Retomando el tema de los grupos de países latinoamericanos más y menos funcionales, lamentablemente en esos últimos encontramos a Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Guyana, y hasta cierto punto la Bolivia actual que pospone elecciones presidenciales.

Ante una situación de desespero como la que debe enfrentar ahora, en particular la población latinoamericana que vive del día a día, y amplios sectores empresariales se ven especialmente perjudicados, afectando así, aún más, la dinámica de integración social de la región. 

Es evidente.  Las empresas, además de la competitividad y del desempeño interno, dependen de la demanda, ésta a su vez depende del ingreso, el ingreso del empleo, y este último -cerrando el círculo- está ligado al desempeño de la urdimbre empresarial. En especial de mercados de la economía real, la que tiene que ver con la producción de bienes, servicios y generación de oportunidades -vía emprendimiento, innovación y puestos de trabajo.

Ante la pandemia, tanto las personas como los grupos sociales tienen la tendencia al “sálvese quien pueda”.  Es la tentación de resolver en lo inmediato.  Sin embargo, es claro que ha sido la solidaridad, la disciplina y el desempeño incluyente y a largo plazo de las instituciones, lo que ha hecho posible que unos países más que otros, vayan superando esta situación de turbulencia que debemos enfrentar.

De allí que resulte desalentador que, en varios países, en lugar de trabajar en pro del fortalecimiento del entramado institucional, hacerlo más efectivo -eficiente con los recursos y eficaz en su entrega de resultados- en lugar de mejorar esta condición social de inclusión, se camine en vía contraria.

Relacionado con esto de las amenazas palpables a las instituciones vigentes, allí está el dirigente de Washington debatiéndose con todas sus debilidades, contradicciones y sus consignas: tan fáciles de repetir como alejadas de soluciones permanentes. Es desalentador. Y hay gente que aún le cree. No lo olvidemos, ahora Estados Unidos, el país con mayor desarrollo científico del planeta, debe enfrentar la condición de la tragedia, con los peores números detectados: más de 45,000 muertos -el doble de Francia o Italia- y casi 800,000 infectados.  Es duro, y aunque no es seguro, algo quizá se puede aprender a golpe de muertos.

Otro tanto puede decirse de Daniel Ortega y sus seguidores que al parecer no se han percatado que en el mundo ya hay 170,000 fallecidos.  No se toman medidas ante un tsunami letal que viene avanzando.  Que ya ha sido avasallante y devastador en otras latitudes.

Se dirá que más personas mueren por cigarrillo o cáncer.  Cierto.  Con otras causas y repercusiones, las circunstancias difieren.  No obstante, si seguimos por esa vía, entonces podríamos tener la garantía de las superficialidades: males generalizados no necesariamente sustentan los específicos, así como errores de muchos, no justifican los propios.

Para más evidencia de la amenaza autoritaria, lo que ocurre en Brasilia, donde Bolsonaro desea el cierre del Congreso y con motivo de ello convoca a sus seguidores.  Ellos, violando cuarentena y aislamiento se congregan junto a su líder. Un auténtico juego colectivo a la ruleta rusa que representan el contagio y la probabilidad de muerte.

El compromiso por no dejar caer la economía es válido.  Pero las cosas no son, de nuevo, blanco y negro. Se trata de proteger la vida, de forjar consensos, de establecer planes secuenciales con base en decisiones corroboradas mediante evaluaciones constantes.  Se trata ahora de superar la crisis sin que con ello comprometamos las bases de la institucionalidad, la inclusión y la integración social en los países.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario

(La opinión de este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no comparte necesariamente la posición de este medio de comunicación”