Johnson, en viaje de vuelta a un conservadurismo inclusivo | El Nuevo Siglo
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Sábado, 14 de Diciembre de 2019
Redacción internacional con Europa Press

La extraordinaria y contundente victoria electoral de Boris Johnson abre un espacio de oportunidad para que el primer ministro conservador británico redefina qué dirigente quiere ser: si el líder de un gobierno inclusivo en el que tienen cabida diferentes sensibilidades y el nuevo espectro social que apuntaló su presencia en el Número 10, o un mandatario atrapado por la dictadura del Brexit, lo que le impediría priorizar el pragmatismo político y económico.

Su primera intervención institucional en Downing Street tras ser ratificado oficialmente por la Reina Isabel II ofrece robustos indicios de que la hegemonía obtenida ha comenzado a facilitar que la primera faceta gane terreno y que la aproximación que había marcado su periplo como el liberal y centrista alcalde de Londres pese más que el activista de la retórica belicista en el que se había convertido desde la convocatoria del referéndum de 2016.

Concluida la agotadora campaña, su tono ha sufrido una significativa transformación que sugiere que el 'premier' comprende la necesidad de Reino Unido de superar la fractura en la que lleva sumido desde hace tres años y medio. Su apelación directa a la unidad revela una asunción de responsabilidad antes poco clara y su invocación a "permitir que empiece la curación" representa una admisión tácita de la obligación moral impuesta por su abrumadora victoria en las urnas.

El mantra 'Materialicemos el Brexit' que había guiado su camino a la reelección ha sido rápidamente reemplazado por un nuevo concepto diseñado para reformular la percepción que en la calle hay de Johnson: 'Un Gobierno de la gente', un eslogan que irónicamente recuerda al 'Voto de la gente' ('People's Vote', en inglés), la campaña a favor de un segundo referéndum cuyo certificado de defunción fue dispensado por el triunfo arrollador de Johnson.

"Sanación"

El lema apareció reflejado por primera vez en la pared ante la que compareció en su primer discurso de la victoria, en la mañana del viernes ante los activistas conservadores, pero su enunciado ante la residencia oficial, en Downing Street, le otorga lo más parecido a rango institucional.

Más allá de la fría realidad de los niveles de aprobación estadística, durante la carrera por el Número 10 Johnson vislumbró la animadversión que genera en un sector de la población y, con los cinco años de su mayoría conservadora, parece resuelto a iniciar él mismo la "sanación" que reclama para la sociedad británica.

No en vano, el viaje que ha protagonizado desde el plebiscito es tan extraordinario como la recuperación del Partido Conservador casi una década después de su regreso al poder en un gobierno de coalición, tras 13 años de hegemonía laborista.

El inminente proceso de búsqueda de identidad en la oposición y los incontestables resultados del jueves pasado anticipan una nueva era de dominio 'tory', en la que las preferencias de su jefe de filas tanto en materia de salida de la Unión Europea como de integración en casa, marcarán el destino de una de las siglas electoralmente más resistentes de Europa.

De hecho, si hay un perfil que encaja en la teoría evolutiva de la derecha británica, es el de Boris Johnson. Los conservadores no necesitan una línea para ganar, su línea es ganar, una táctica que el actual 'premier' ha aplicado a lo largo de su trayectoria profesional, primero en el periodismo y, posteriormente, en la política, y que este 12 de diciembre generó una reestructuración radical de los lindes ideológicos y partidarios de la quinta economía mundial.

La primera disyuntiva que tiene que resolver Johnson es cómo interpreta el cheque en blanco de la ciudadanía. Su estreno como candidato en unas generales ha reportado los mejores resultados para su partido desde Margaret Thatcher en 1987, por lo que el dilema obliga a elegir si supone un refrendo a la polarización imbuida desde su ascenso al liderazgo en julio, o la ocasión de emplear la saludable ventaja para unificar a un país profundamente dividido desde el plebiscito de 2016.

De diputado a premier en un año

Hace un año, Johnson era un mero diputado, tras haber dimitido como ministro de Exteriores cinco meses antes por su disconformidad con el plan de divorcio planteado por Theresa May. Analizada con perspectiva, su marcha semeja una pieza más de una estrategia minuciosamente preparada para llevarlo hasta donde está hoy: el Número 10 y refrendado como el dirigente conservador más exitoso de las últimas tres décadas.

El adelanto electoral constituía un riesgo en el que podía perderlo todo, por lo que el éxito es doble y el poder que le entrega, absoluto, tanto para decidir fórmula de Brexit, como para reconfigurar la vocación de un Partido Conservador que debe sus resultados fundamentalmente al respaldo de las clases trabajadoras del norte y del interior de Inglaterra, que han abandonado en masa la tibieza del Laborismo con el Brexit y se han entregado por primera vez a las siglas que les habían prometido materializarlo.

Johnson no es, de hecho, un ideólogo del divorcio, sino un experto en adaptar su mensaje a las circunstancias. En un principio había apoyado la salida más como movimiento estratégico para reforzar sus ambiciones sucesorias que por un anhelo vital de cortar lazos con el continente, por lo que el viaje de retorno está abierto para quien ha alcanzado su propósito y tiene que decidir cómo lo emplea.

Ahora, el premier se concentrará en el tan mencionado divorcio con la UE, que aunque se hará oficial el 31 de enero, afrontará en 2020 su fase decisiva, con la determinación de la futura relación entre dos poderes que desde 1973 caminaban de la mano.

Tanto Johnson, con un poder absoluto que ningún mandatario tory había ostentado desde Margaret Thatcher como la Unión Europea se dicen preparados para iniciar las negociaciones. Sus mandatarios, reunidos esta semana en Bruselas, pidieron a la Comisión Europea preparar un mandato de negociación donde se fijará la visión sobre el futuro acuerdo comercial y sus líneas rojas, que deberá ser ratificado por los 27 países miembro. El premier británico hará lo propio con el acuerdo en la Cámara de los Comunes. Tras ello se iniciarán las conversaciones