Latinoamérica, hacia una nueva globalización con el agro | El Nuevo Siglo
Foto cortesía FAO
Domingo, 17 de Mayo de 2020
Pablo Uribe Ruan
Al final del Siglo XIX, la región constituía el 8% de las exportaciones mundiales, principalmente por sus productos alimenticios. Más de un siglo después, en búsqueda de su ventaja comparativa, el agua y la tierra generan la simbiosis perfecta para volver a la agricultura

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Aunque Fukuyama haya despistado a más de uno, no se trata de un fenómeno que vino después de la caída del bloque soviético. La globalización llegó mucho antes de 1990. Empezó en las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, como una forma de intercambio de materias primas y productos alimenticios, que incluyó a Latinoamérica con el 8% del total global.

Entre guerras, elecciones y democracia, la producción de alimentos se convirtió en la aliada de Latinoamérica en los últimos años del siglo XIX. La Argentina de Roca vio como la Pampa se llenó de cultivos de trigo, que, poco a poco, fueron compartiendo tierras con el ganado vacuno. Al mismo tiempo la caña para Cuba fue casi oro, como el maíz para México. El café, casi, llovía en las colinas de clima templado en las afueras de Sao Paulo, en Brasil.

Para los historiadores económicos, la región logró, en ese tiempo, una ventaja comparativa. Los productos tuvieron un grado de especialización que le permitió ser competitivos y sostenibles. Así lo cuentan Luis Bértola y José Antonio Ocampo, en "El Desarrollo Económico de Latinoamérica desde la Independencia”, diciendo que: “Las estructuras de producción de los países estaban fuertemente influenciadas por algunos sectores en los que tenían o habían adquirido ventajas competitivas”.

La búsqueda

Más de cien años después, la búsqueda de la ventaja comparativa sigue siendo, como las películas de Tomás Gutiérrez Alea, un ejercicio introspectivo sobre las raíces de Latinoamérica. Pese al proteccionismo, hay quienes dicen que el modelo de sustitución por importaciones le dio a la región cierta ventaja, pero falló, como varios expertos han dicho, en su manifestación global: no se empezó a exportar a tiempo.

Nuevamente algunos -porque Latinoamérica siempre se pregunta y solo algunas veces se responde- ven en la crisis del coronavirus una oportunidad para que la región, por enésima vez, se pregunte: ¿cuál es su ventaja comparativa? Sus economías, se sabe, viven principalmente de las materias primas, que desde la Colonia han sido una fuente esencial de crecimiento. Pero ellas, también producidas en países emergentes, tienen poca autonomía de los mercados internacionales.

Esta ha sido una inquietud que también tuvieron Roca y Porfirio Díaz. Y de alguna manera resolvieron. En ese tiempo vieron que, llena de ríos y bosques secos y tropicales, el potencial de Latinoamérica estaba en dos palabras: agua y tierra. Hoy a pesar del cambio climático, que golpea a los países de la región especialmente, se sigue teniendo aquella diversidad geográfica. Hay agua y mucha tierra; la frontera agrícola debe ser ocupada.

La ventaja geográfica coincide con la mayor demanda de alimentos de la historia, dada por la inserción de economías emergentes, sobre todo cascos urbanos, en la cadena alimenticia global. En 2050, según la FAO, la población va llegar a 9.000 millones de habitantes, aumentando el consumo de alimentos en un 63.2% (será significativo en África subsahariana, donde se espera un incremento del 300% y en India con 200%). Para satisfacer la demanda, Latinoamérica puede encontrar en la pequeña, mediana y gran agricultura la ventaja comparativa que signifique crecimiento y avance en materia social.

El viraje hacia la agricultura en países en vía de desarrollo (término cada vez más devaluado) debe guiarse por unas premisas que diferencien a la región de los principales productores de alimentos del mundo, Estados Unidos y China, como explica William G. Mosley, director del Programa de Alimentos, Agricultura y Sociedad, en Saint Paul, Minnesota,

Una de las premisas, dice Mosley, es que los sistemas de producción sean descentralizados. Al tener diversos cultivos en tamaño, tipo y propiedad, se limita el número de plagas y enfermedades que afectan en mayor medida a economías dependientes del monocultivo. A su vez, la desconcentración de la industria es una ventana de oportunidades para que se construyan redes locales entre medianos y pequeños agricultores, generando empleo y fomentando, idealmente, mejores prácticas con el medio ambiente.

Latinoamérica no está tan mal parada en varios aspectos. La dependencia, casi unánime de las materias primas (commodities), ha hecho que se innove poco en agro, pero no ha significado una parálisis total. En un informe de 2015 del Banco Mundial, “Facilitando los Negocios en la Agricultura”, varios países de la región se destacaron por sus avances: Perú y Chile por tener sistemas digitales y de etiquetas, mientras que Haití cuenta con su propio catálogo de semillas. Bien evaluada, Colombia combina una protección fitosanitaria y unas regulaciones efectivas para el manejo del agua.

Además, las cadenas de suministro son más cortas y la producción es más diversificada. Esto, sin duda, potencia la pequeña y mediana agricultura que abastece los grandes cascos urbanos, como Ciudad de México, Buenos Aires, Sao Paulo o Bogotá.

Retos

El suministro de alimentos tiene que aumentar en un 50% en los próximos 30 años para suplir correctamente la demanda de países cada vez mejor alimentados. En las últimas décadas, el número de personas que tienen poco para comer ha pasado de 36% al 11%, al mismo tiempo que el costo de los alimentos ha caído en mercados emergentes. El coronavirus pone a prueba hasta qué punto estas cifras pueden seguir bajando. O, si suben.

Muchos países dependen hoy más de las importaciones que unos años atrás, fenómeno que incluye a Latinoamérica. Para Josef Schmidhuber y Bing Qiao de la FAO, “si el número de países importadores ha aumentado para la mayoría de los cultivos, también lo ha hecho el número de países exportadores”. La clave, entonces, es entrar en aquellos que se han convertido en exportadores de alimentos. Para ello, hay que invertir en tecnología y agro.

Pero hay otros desafíos. La seguridad es uno de ellos: difícil invertir cuando no hay seguridad en el campo. Es cierto. Pero, el petróleo y la minería han enfrentado este dilema, y han seguido en el campo pese a difíciles condiciones. Parece, más bien, que el gran reto es de perspectiva.

Si se quiere cambiar de paradigma económico, hay que definir cuál va ser la ventaja comparativa de Latinoamérica en los próximos 30 años. Algunos dicen que está en el agua, en la tierra, en su simbiosis, que es su adecuación por los humanos para producir alimentos.

*Mphill en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Oxford (en curso). Colaborador de El Nuevo Siglo en Europa