Lecciones de Jacinda Ardern desde Nueva Zelanda | El Nuevo Siglo
Cortesía
Sábado, 2 de Mayo de 2020
Giovanni Reyes
En ese país además de que no hay “avispaos”, las medidas a establecer se adoptaron en base la información científica de grupos de asesores: biólogos, médicos y economistas.

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Es muy probable que su nombre no resulte para nada familiar.  Jacinda Ardern es la primera ministra de Nueva Zelanda desde el 1 de agosto de 2017 y ha liderado, junto a Ángela Merkel en Alemania, una de las gestiones más exitosas en el mundo, en cuanto a enfrentar la pandemia del coronavirus covid-19.  Ardern va a cumplir ahora, el próximo 26 de julio, 40 años de vida, y ha dado muestras que, en medio de las condiciones de su país, ha sido posible detener la hecatombe que mortalmente está asolando a otras naciones.

Otros países con la necesidad de adoptar los procesos y mecanismos seguidos en Nueva Zelanda pueden aprender valiosas lecciones, que se traducirían rápidamente en el salvamento de vidas humanas.  Uno de los indicadores de éxito del modelo zelandés contra la pandemia es que, para el jueves 30 de abril de 2020, “se ha detectado que no hay transmisión comunitaria generalizada”.

Los factores detrás de este éxito son varios.  En primer lugar, el liderazgo asumido por Ardern.  Lo que la población había requerido y requiere aún en algunos países son medidas estructuradas, consistentes.  Se demanda lo que la Primera Ministra indicó: (i) una caracterización entendible sobre orígenes y riesgos del covid-19; (ii) medidas de aislamiento riguroso para la población; (iii) el mantener los contactos en lo que se dio en llamar la “burbuja social-personal”; (iv) fomento del trabajo a distancia; y (v) una secuencia de medidas con base en evidencia empírica, esto es, datos que se iban teniendo y procesando.

Claro que la mandataria tenía como ventaja una cultura que no es demasiado permisiva con los atrasos, los incumplimientos o las negligencias.  Al parecer no abunda mucho por esas latitudes el “avispao”.  La información científica sobre el virus y sobre las medidas a establecer, surgieron de grupos de asesores: biólogos, médicos y economistas.

Este componente es decisivo. Es de respetar el conocimiento y la experiencia que a lo largo de la vida ha desarrollado un cuerpo de científicos, académicos y profesores.  Quizá los únicos sectores que, en toda sociedad, no están pensando ni en votos ni en dinero. Cero demagogos. De lo contrario se terminará patéticamente diciendo que “se trata de una gripiña” como lo señaló Bolsonaro, para ahora, que tiene el tsunami devastando Brasil, dar muestras de impotencia, y aferrarse a su único resquicio: “¿y qué?”.

He allí algo clave del liderazgo de Ardern: no opina subjetivamente, sino argumenta.  Es decir, da a conocer a los ciudadanos un pensamiento fundamentado, fundamentado en hechos, cifras, procesamientos lógicos y tendencias que se pueden esperar.

Cuando se dictan las medidas de aislamiento de la población, véase que se trata de proteger hasta donde se pueda, los circuitos económicos que son recuperables.  Aunque en este punto también es de reconocer que influyen ventajas que, respecto al control de la pandemia, ha demostrado tener Nueva Zelanda.

Una de esas ventajas es que el territorio en lo fundamental está dividido en dos grandes islas, las cuales son relativamente fácil de aislar.  La superficie total que alberga a unos cinco millones de personas es de sólo unos 270,000 kilómetros cuadrados.  Algo más que la superficie de Ecuador o, curiosamente, del Reino Unido.  En todo caso, el aislamiento fue clave para detener el caballo a tiempo, antes que se lanzara a un galope tendido que está siendo imparable en otros lugares.  Esto fue exactamente lo que no se hizo en otras latitudes que hoy se debaten con la marea mortal que los agobia.

Esto es preciso subrayarlo.  La prevención fue clave, cuando ya se tenían las dolorosas noticias de lo que pasaba en China.  Nuevamente, es de respetar la evidencia y el conocimiento. No obstante, los incrédulos, los ineptos y los aprendices de cómicos propiciaron con su inacción los desastres que ahora enfrentan sus países, por más seguidores que aún los respalden. Una audaz constatación del mito de la razón humana.

Debido a ese confinamiento temprano, las curvas de contagio no tomaron todo el vuelo ascendente de su crecimiento exponencial y con ello se han evitado muertes.  En todo esto se supone, que, en medio de querer preservar la economía y sus medios de sustento a las poblaciones, lo fundamental es la prevalencia de la vida humana, de la persona humana. 

Hasta aquí bien.  Pero es de reconocer que existe gente que sobrevive en los vericuetos sinuosos de las economías informales, en las economías subterráneas.  Para estas personas o microempresas el sustento descansa con base en la rotación de los inventarios.  Viven del día a día.  De manera que el confinamiento las está condenando. 

He aquí entonces, una ventaja que adicionalmente tiene Nueva Zelanda: sus instituciones.  No es que el mercado pueda resolverlo todo, como nos gustaba creer hasta hace poco.  Es necesario que exista un efectivo entramado institucional que pueda operar.  Tejido de instituciones que se transforma en indispensable al enfrentar una crisis como la actual. Con base en ello es factible establecer procesos de apalancamiento social para los grupos más vulnerables. 

Este apalancamiento social en todo caso, depende de la voluntad política de los gobiernos. Recursos hay, se pueden conseguir, hay concesiones que se les han hecho a grandes corporaciones, hay fondos frescos que pueden hacerse viables vía endeudamiento. 

Se trata de mantener el barco a flote en medio de la tempestad, sin el sacrificio evitable de seres humanos.  Es voluntad política, como la que se tuvo con el “rescate” a los bancos -unos 7 trillones, millones de millones de dólares- con la crisis financiera de 2008.

Bien por Nueva Zelanda y sus habitantes.  Cuentan con el liderazgo de Jacinda Ardern y sus colaboradores. Las tragedias contrastantes, desgraciadamente, asedian ahora a Estados que naufragan; como el Estados Unidos de Trump o el Brasil de Bolsonaro.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario

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