En especial en estos tiempos en que los diferentes países luchan por recuperar, aún, las condiciones prepandemia, es de reconocer que la región latinoamericana ha presentado mejoras en lo referente a disminuir las tasas de pobreza, tanto total como de pobreza extrema o indigencia. Sin embargo, en algunos países se mantienen los problemas de satisfacción de necesidades básicas. Una situación dramática es la condición de hambre crónica -o aguda- en la que puede vivir una población. Además, continúa siendo la región más inequitativa del mundo y este es un factor que se debe abordar si deseamos fortalecer la competitividad y productividad de la región.
Los últimos datos comparativos entre países latinoamericanos, los ha dado a conocer el Instituto para la Investigación en Políticas Alimenticias Internacionales (International Food Policy Research Institute, IFPRI). Se trata de una organización independiente que tiene su sede en Washington D.C. Este índice considera tres variables: (i) subnutrición; (ii) bajo peso infantil; y (iii) mortalidad infantil.
En el ámbito mundial los países que más están siendo castigados por el hambre figuren naciones al Sur del Sahara y del Sur de Asia, tales como Costa de Marfil, Congo, Botsuana, Somalia, Eritrea, Burundi, además de Corea del Norte y Bangladesh. En Latinoamérica, los países que presentan los índices más serios de hambre son: Haití, Guatemala, Bolivia e increíblemente Venezuela.
En el otro extremo, los países latinoamericanos en donde se tiene menor evidencia respecto a este grave problema social son: Uruguay, Costa Rica, Chile y Argentina. Según los datos del IFPRI los países que mostraron un descenso de cerca de 50 por ciento en el índice de hambre -lo que constituye un dato alentador- fueron: Perú, Brasil y México.
Los países latinoamericanos en los cuales el índice de hambre bajó entre 25 y 50 por ciento fueron: Bolivia, Ecuador, Colombia, Guyana, Honduras y El Salvador. Nótese que aun cuando Bolivia experimenta descensos en su índice sobre carencia crónica de alimentos, la situación en el país andino todavía mantiene niveles preocupantes. Las naciones en las cuales el índice de hambre tiende a estancarse son: Guatemala, Venezuela, Paraguay y Haití.
Cuando se tiene una perspectiva integradora de la región latinoamericana, la situación de este índice ha mejorado en los pasados 20 años. En efecto, se pasó de tener este indicador regional con 8.8 en 1990, a 4.9 en condiciones de prepandemia. No obstante, como se ha presentado, los matices o diferencias ocurren al comparar países específicos.
Con todos los datos, las sociedades más funcionales en Latinoamérica corresponden a Uruguay, Costa Rica y Chile. Una condición más bien moderada se presenta en naciones como Ecuador, Colombia y Perú.
A partir de 1970, el panorama de apoyos a los grupos sociales más débiles iba en ascenso. El crecimiento económico se lograba con base en estabilidad de los mercados internacionales, en mantenimientos relativamente equilibrados en los ingresos tradicionales de los países en desarrollo, y en niveles controlados de inflación. Pero a raíz del colapso de las entidades reguladoras mundiales nacidas de los acuerdos de Bretton Woods la situación cambió.
Este colapso de entidades tuvo su punto de inflexión más evidente en el anuncio que hizo el Presidente Richard Nixon el domingo 15 de agosto de 1971, cuando declaró el fin de la paridad del dólar con el oro. Eso fue resultado de varias fuerzas que incluyeron la presión inflacionaria a raíz del déficit presupuestal estadounidense con motivo de la participación de ese país, y sus cuantiosos gastos, en la Guerra de Vietnam.
En marzo de 1973 se liberalizan los mercados cambiarios internacionales y las fuerzas especulativas foráneas hacen pesar su presencia en las condiciones internas de las naciones, incluyendo en estas últimas, las latinoamericanas. En la creación de este escenario de inestabilidades y de factores adversos a la producción y distribución de alimentos, influyeron también factores relacionados con los dos incrementos dramáticos del precio del crudo: 1973 y 1979-1980.
No sólo la región latinoamericana -y en general el mundo en desarrollo- entró desde los setentas en una etapa de inestabilidades, sino que ya en los años ochenta, se desmantelaron los sistemas de bienestar y de apoyo, en especial para los pequeños y medianos agricultores. Este descenso del papel de las instituciones generando bienes públicos fue decisivo para que en la actualidad Latinoamérica tenga poca capacidad de producción alimenticia propia.
La resolución del problema del hambre, como lo subraya IFPRI, implica hacer una gestión integrada del ambiente y de factores económicos, de manera sostenible -estos últimos- y sustentables -los primeros-. Se debe tomar en cuenta la administración de recursos naturales renovables como la tierra, bosques, semillas o germoplasma y fuentes de agua. Con anterioridad se contaba con el apoyo, la investigación y los servicios de extensión en lo que se refiere a las nuevas tecnologías.
Es de reiterar, los desafíos de mayor producción de alimentos, de hacer de estos procesos productivos más eficientes, pasan por la generación de bienes públicos. Para ello se requiere de una mayor institucionalidad de los gobiernos, actuando con eficacia y eficiencia.
De las experiencias de la llamada “revolución verde” de fines de los sesenta y los setenta, podemos observar: (i) procesos de generación y selección de semillas; (ii) mecanismos de cooperación tanto norte-sur, como sur-sur; (iii) establecimientos de métodos de extensión y mejoramiento de vida rural; y (iv) obras de infraestructura en la agricultura, tales como distritos de riego, un mejor acceso a la tierra productiva y sistemas de crédito y mercadeo agrícola.
Los planteamientos fundamentales deben ser reiterados. Los mercados deben actuar, por supuesto que sí, pero se trata también de que los sectores más vulnerables, los sectores más pobres de una sociedad, tengan acceso a los alimentos que requieren en demanda real, aunque no siempre efectiva. Tenemos recursos y tecnología para ello. Hace falta voluntad política.
Según Danielle Resnick, miembro del equipo de redacción e investigadora principal del IFPRI, “comprender mejor las cuestiones de gobernanza multinivel y la economía política urbana es fundamental para lograr un compromiso político genuino para abordar los desafíos del sistema alimentario en las ciudades de todo el mundo”.
Es otra vergüenza global que hoy en día terminen en la basura casi 1.300 millones de toneladas de alimentos, mientras 800 millones de seres humanos padecen hambre crónica.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario
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