Por una historia del servicio doméstico | El Nuevo Siglo
SIRVIENTES domésticos de Curraghmore House, Irlanda, siglo XIX.
Cortesía del National Library of Ireland
Sábado, 20 de Marzo de 2021
Luis Gabriel Galán Guerrero (*)

En esta pandemia, como en otras epidemias globales, algunas de las heroínas silenciosas han sido las empleadas domésticas. Y, sin embargo, ¿qué sabemos de sus vidas privadas, meditaciones, felicidades y tristezas? ¿Cómo se representan el mundo y su lugar en él? ¿Qué sueños las visitan cuando posan sus cabezas fatigadas sobre la almohada? A todas luces, sabemos poco o casi nada.

Es una pregunta importante. Hasta hace unas décadas, el servicio doméstico fue por largo tiempo el mayor empleador de mujeres. Aunque estas personas no produjeron objetos de consumo o se organizaron políticamente como una clase social, sus vidas estuvieron en el corazón de las clases trabajadoras y de numerosas familias de clase media, alta y aristocrática en Europa y las Américas. Estas mujeres fueron excluidas de las reflexiones de los economistas clásicos, de los intereses de los sindicatos y del concepto de ‘clase obrera’ de un gran número de historiadores, a pesar de su importancia en la vida familiar.  Bajo estas miradas, su existencia fue, hasta cierto punto, invisible para la economía, la política y la historia.

Hoy, al menos desde la historia, un gran número de trabajos que se ocupan de la familia, infancia, vejez, mujeres y clases trabajadoras, le ha devuelto al servicio doméstico su lugar protagónico. En Inglaterra, por ejemplo, los trabajos de Selina Todd, Siân Pooley y Lucy Delap han convertido al hogar Victoriano en un mundo fascinante que no tiene nada que envidiar a los afilados cuentos sobre Jack ‘The Ripper’. La familia, uno de los grandes temas de la novela europea del siglo diecinueve, es un universo inagotable y apasionante. Es posible que Dickens nos haga divertir mucho más en Historia de dos ciudades con la escena del marqués francés y la cadena humana de criados que le sirve una simple taza de té, pero el trabajo detectivesco de esas historiadoras, y su disposición a ensuciarse las manos en una infinidad de archivos, nos ofrece una historia más límpida, íntima y verosímil del servicio doméstico y la familia Victoriana.

No había que tener la imaginación de Dickens ni ser un aristócrata francés para contar con decenas de sirvientes hormigueando por las escaleras y pasillos de casa. Lady Granville, ingeniosa aristócrata inglesa, dijo de modo memorable en una cena: ‘En la sociedad de mi juventud, nadie solía hablar de su propia pobreza o de su digestión’. Aunque está claro por otros testimonios que el humor de Lady Granville estaba alejado de toda pobreza y no indigestaba a su audiencia, los censos revelan que las grandes veladas donde desplegó su maravilloso wit fueron atendidas por más de una docena de criados. Esta abultada cifra fue algo normal en muchos otros hogares aristocráticos que también emplearon una compleja jerarquía de mayordomos, criados, limpiadoras, cocineras, asistentes de cocina, entre otros oficios.


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Servicio y silencio

Con todo, esta legión de sirvientes no corresponde a la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de trabajadores domésticos. En los hogares de clase media alcanzaron un número menor (de uno a tres), pero se convirtieron en símbolo de ‘respetabilidad’ y comodidad para familias enteras compuestas por más de cuatro hijos, tíos, primos y viudas. Algunas niñas, como Jane Gabtree, con apenas 13 años, cuidaron de familias integradas por esposos, cuatro hijos y una nodriza. Si tan sólo los censos victorianos pudieran comunicarnos los llantos de esos niños, los juguetes desparramados por la escalera, el fogón ardiente tocado por la joven Jane... ¡Si tan sólo ella hubiera dejado algo escrito!

Por suerte, contamos con una masa copiosa de archivos familiares de las clases medias y aristocráticas que nos ayuda a reconstruir una parte de su historia. Asimismo, existen diarios, autobiografías y causas judiciales que permiten imaginarse, aunque sea intermitentemente, las voces y los sentimientos palpitantes de mujeres, y en muchos casos, niñas como Jane. No fueron vidas fáciles; con frecuencia estuvieron sometidas a la violencia, a los abusos de los hombres, al maltrato psicológico por parte de las amas de casa y a una carencia de derechos civiles. No obstante, tampoco fueron vidas desprovistas de felicidades, privilegios, diversiones y bondades, en medio de su precariedad material.

Parte de la familia

En algunos hogares se desarrollaron complejas relaciones de afecto entre las familias y los sirvientes domésticos. La correspondencia de Lord Minto, miembro de una de las familias poderosas de la Compañía del Este de las Indias en el siglo dieciocho, ilustra los lazos de amistad, patronazgo y racismo que unían esos hogares. En una carta, confesó a su mujer: ‘Considero un deber proveer para las familias de todos los sirvientes que me han acompañado.’ Aunque Minto los consideró una parte integral de su familia, y en muchas ocasiones fue bondadoso según los términos de su época, sus palabras de ninguna forma pretendieron la existencia de algo similar a la igualdad. El servicio doméstico en aquella familia, como en tantas otras, se deslizó entre la proximidad física y la distancia social.

Hasta aquí, gracias al trabajo de Margot C. Finn y otras brillantes historiadoras británicas, podemos entrever una parte de la intimidad de familias como las de Minto. Pero no debemos pensar que el trabajo doméstico es un tema superado que pertenece al pasado. En Inglaterra, perduró como un símbolo de estatus y comodidad entre las clases medias; el 40% de las mujeres que trabajaban en 1950 lo hacían todavía en el servicio doméstico. Hoy, 1 de cada 10 hogares cuenta con algún tipo de ayuda doméstica, en especial prestado por inmigrantes polacas.

En Colombia, la ausencia de estas historias no significa que el servicio doméstico fuera inexistente o sin importancia. Al contrario, un gran número de familias, relaciones sociales, infancias y vejez, resultan simplemente inconcebibles sin el trabajo de miles de estas mujeres. Esas personas merecen su lugar en la historia y a su vez merecen que sus vidas ayuden a comprender nuestra sociedad. Esperan, no obstante, que alguien reconstruya sus pasados laborales y emocionales, alejado de cualquier simplismo y condescendencia, alejado de cualquier antagonismo de clase y prejuicio social.

*Candidato a Doctor en Historia de la Universidad de Oxford


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