Uno de los principales rasgos que saltan a la vista, con base en los resultados oficiales de las pasadas elecciones del domingo 2 de junio, es la victoria aplastante de la candidata del partido oficial (izquierdista) Morena, Claudia Sheinbaum. Se hizo con el triunfo para ocupar la Presidencia de México –de 2024 a 2030– con un 59 % del total de votos válidos, lo que estaría equivaliendo a 35 millones de votos. Es de recordar que para estos comicios estaban habilitados para ejercer sufragio cerca de 98 millones de mexicanos.
Se trata de cifras sin precedentes. Al menos en dos aspectos. Por una parte, en más de 200 años de vida republicana –desde la declaración de Independencia el 16 de septiembre de 1810– será la primera mujer en dirigir los destinos del Poder Ejecutivo en este país de 68 lenguas indígenas, 1.9 millones de kilómetros cuadrados y casi 130 millones de habitantes.
Por otro lado, Sheinbaum ha sido la candidata más votada en la historia reciente de México, obteniendo 6 puntos porcentuales más –lo que equivale a 5 millones de votos– que los logrados en su momento, 2018, por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). A estas consideraciones se debe agregar que de las 32 entidades en que se divide el país –31 Estados más la Ciudad de México–, la ahora mandataria electa se impuso en 31. Prácticamente sólo Aguascalientes fue la excepción, dándole la victoria a la alianza de oposición Morena.
Los resultados también constituyen un triunfo del actual presidente AMLO. Ha podido salir bien librado, al menos en aceptación popular, luego de seis años de presidencia. Su favorabilidad ronda el 60 %, un caso excepcional, si se compara con las opiniones favorables con las cuales dejaron la presidencia sus antecesores: Vicente Fox (2000-2006), Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018).
El actual mandatario se ha logrado sobreponer al desgaste natural del ejercicio del poder. Uno de los factores que estarían incidiendo en ello es el mecanismo de comunicación “más directo” con los sectores populares, las “mañaneras” conferencias de prensa de 6 a 9 a.m. de cada día, con el mandatario en directo atendiendo a la prensa.
De manera complementaria y notablemente contrastante, se tiene la dinámica en la oposición. Los resultados generales que obtuvieron los podrían acercar a la debacle. La Alianza Opositora se constituyó teniendo como fundamento las posiciones conservadoras, oficialmente se adoptó el nombre de Fuerza y Corazón por México.
Allí coincidían las banderas de campaña enarboladas por el PRI, reconocido como el “partido de la dictadura perfecta”. Este partido, como se recordará, gobernó el país durante casi 70 años ininterrumpidos –de 1926 a 2000– y se hizo nuevamente del Poder Ejecutivo en el país, luego de dos períodos del partido PAN, en 2012.
Su forma de gobierno se basó en lo que se denomina política de Corporativismo en el Poder. Es decir, se aglutinan los principales grupos de presión, teniendo beneficios de una participación incluyente en el Ejecutivo. Para más ilustración véase la obra de Wiarda Howard “Corporativismo y políticas comparativas” (1997) Routledge.
No obstante, en las pasadas elecciones presidenciales de México la alianza de oposición tuvo como fuerza nuclear el partido PAN –que gobernó de 2000 a 2012, con los mandatos de Fox y Calderón–. Es de notarse: tal era la situación de fuerzas políticas en esta alianza, que el PRI por primera vez en su historia no tenía candidato propio.
Los contrarios a Morena lanzaron como lideresa a Xóchitl Gálvez, una empresaria y senadora que no tenía mayor arraigo en las “élites económicas” de México. Al PAN y al PRI se unió el PRD –la fuerza de la que surgió la influencia esencial de AMLO–. Esta última agrupación llegó un día a aglutinar a las posiciones de centroizquierda en México. No obstante, con los últimos resultados por la Presidencia, se ubica ahora en un lugar bastante marginalizado, “al borde de la extinción”.
Como parte de sus planteamientos de gobierno, la mandataria electa ha subrayado la continuidad de los denominados “programas de bienestar” de la actual presidencia. Se trata de acciones nacionales encaminadas a las transferencias de gobierno con especial foco en adultos mayores, infancia y otros sectores altamente vulnerables.
Estas iniciativas serían las responsables, en la práctica, de sostener la popularidad de AMLO y la legitimidad notable que en votos ha conseguido Sheinbaum. El riesgo aquí es el fortalecimiento de la dependencia de las ayudas del gobierno no de manera temporal, sino permanente, con todo el sentido “populista-dependiente” que esto puede implicar.
Desde la perspectiva del manejo de las finanzas públicas, la mandataria electa ha subrayado en varias oportunidades que se inclinará por el mantenimiento de la “disciplina fiscal y financiera”. Esto podría prevenir la generación de fuerzas inflacionarias, pero por otro lado, también se refirió al fortalecimiento de la inversión pública, en particular respecto a los megaproyectos más importantes de este último sexenio: infraestructura estratégica en general, y en particular proyectos por demás claves: Tren Maya y Corredor Interoceánico.
En medio de todo esto, no es de engañarse: el próximo sexenio, con todas sus esperanzas y sus dudas, debe enfrentar los problemas estructurales del México profundo: inseguridad, violencia –incluyendo la pavorosa tasa de feminicidios–, además de narcotráfico. Como prueba de la gravedad de estos problemas, baste reconocer el asesinato de 33 políticos en estas pasadas elecciones. Una realidad lacerante del México actual.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor titular Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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