Igarapé es el nombre de un centro de estudios de Brasil que se dedica a reflexionar y documentar las condiciones de violencia y desarrollo. Muy recientemente, a fines de abril, esta entidad dio a conocer un informe sobre violencia en América Latina, con un por demás oscuro y trágico contenido. Es difícil poder imaginar algo peor en cuanto a problemas de seguridad en la región, al menos en los países más afectados.
De entrada, un rasgo que sobresale es el hecho de que los países latinoamericanos, con tan sólo 8 por ciento de la población del planeta, contienen el 33 por ciento de los homicidios mundiales. A esta pavorosa realidad se agrega otro dato: desde 2001 los asesinatos en la región han superado los 2.5 millones de personas. En verdad se necesita que una persona se mantenga con un altísimo y constante grado de alienación, de escape, una especie de droga en la actitud y de ceguera para no darse cuenta de esta tenebrosa realidad que se está haciendo cotidiana y que nos acorrala cada día.
En cuanto a los países más afectados, el informe puntualiza que: “una cuarta parte de los homicidios del mundo se concentran en tan sólo cuatro países: Brasil, Colombia, México y Venezuela”. Por otra parte, las perspectivas, confiesa el informe, no son halagadoras. En prospectiva se tiene un ambiente de mantenimiento y de profundidad de las condiciones de violencia.
Tal y como lo documenta Tom Phillips, desde México, “es cierto que América Latina, comprende un área inmensa y tiene muchas variaciones, sin embargo, como región –incluyendo a México, Centroamérica y Sudamérica- la tasa de asesinatos seguirá aumentando hasta 2030. Los únicos otros dos lugares en los que vemos aumentos parecidos son partes del sur y de la región central de África, además de zonas de guerra”.
Como parte del informe, surgen detalles importantes en cuanto a caracterización de las víctimas y medios de ejecución de violencia. Al respecto, son los jóvenes quienes son más víctimas. Casi el 50 por ciento de las víctimas presentan edades que oscilan entre 15 y 30 años. Por otra parte, “la gran mayoría de los asesinatos se cometen con armas de fuego; en el 75 por ciento de los casos se han usado pistolas”.
En todo esto es claro que hablamos de violencia directa, en donde las víctimas pierden la vida y con ellos se provoca una fuerte ruptura de los tejidos familiares y sociales. No obstante, y muy probablemente ligado a este fenómeno, está la violencia que se genera con base en la desigualdad, en la carencia de estándares mínimo aceptables para la subsistencia.
En este punto, muchos sectores se pronuncian por la falta de un sistema adecuado en la distribución de la riqueza. No obstante, en términos más estructurales se trataría de condiciones asociadas a la distribución equitativa de dos aspectos vitales para el desarrollo: (i) incremento de capacidades de las personas, por la vía de la educación y la preparación del recurso humano; y (ii) aumento de oportunidades, vía el empleo, la promoción de empresas y de productividad.
Sin esos dos pilares, el medio fértil de la violencia continuará imperando, con el agravante más contemporáneo de las oportunidades de sobrevivencia que brindan los diferentes sistemas de producción, distribución y consumo de las drogas ilícitas; puntualizándose este rasgo para reforzar, nunca está de más, la existencia de drogas lícitas.
Ante la falta de oportunidades, y dado que la gente no se suicida ni se resigna tan fácilmente por más religión que le metamos, los circuitos de la droga son atractivos. Son ilegales pero atractivos. Representan la oportunidad de que a pesar del gran peligro, se puede tener dinero rápido y efectivo. Debe subrayarse –cosa que no les gusta escuchar por lo general a varios sectores estadounidenses- que el problema radica esencialmente en la demanda.
En efecto, en un mercado como el de los estupefacientes, se tienen tres condiciones clave: (i) gran demanda, quizá unos 40 millones de consumidores en Estados Unidos, sin contar los europeos que no están muy rezagados; (ii) la demanda es inelástica, para el adicto no hay droga cara; y (iii) no hay substitutos para la droga. Difícil creer que alguien pueda decir: ¿si no hay coca que tal un chocolatico?
Estas condiciones de demanda están muy estudiadas en economía, en particular en teoría del consumidor. Este tipo de demanda genera su propia oferta. A eso se agrega la condición de la prohibición, lo que se asocia con el aumento de precios de las drogas y con ello, los niveles de acumulación de rentas, de acumulación de capitales. A tal punto ocurre esto último que este mercado junto con las armas y la trata de personas, son los tres más lucrativos en el ámbito mundial.
Caldo de cultivo
Son las condiciones de marginalidad, de pobreza tanto extrema como no extrema, y este fortalecido mercado de la droga, lo que estaría detrás, por ejemplo, de la violencia alta y cotidiana que se presenta en los países centroamericanos, en México y muy probablemente en Colombia. A todo esto, debe unirse el concepto de que con mucho, la violencia común puede ser una manifestación del desempleo armado, de las condiciones de carencias cotidianas. Al respecto es de reconocer que América Latina ha hecho esfuerzos fructíferos por una baja relativa de la pobreza, haciendo que la misma pasara hasta 2015 de 42 a 25 por ciento, tal y como lo documenta el investigador Mauro Bafile.
Sin embargo, a eso se une el dato de que unos 160 millones de latinoamericanos siguen subsistiendo en condiciones de pobreza, con 7 millones de ese total en pobreza extrema, esto es, incapaces de poder satisfacer las necesidades básicas. De manera que no sólo son las condiciones menesterosas las que acorralan a muchos sectores sociales, también -es de admitirlo- el consumo de droga también se va enraizando en los mercados locales en los países. Esto último, también estimulado en la medida que los controles para venta de droga se acentúan en los circuitos del tráfico y micro-tráfico en las metrópolis.
A todo esto, quienes optan por las exclusivas salidas de fuerza, ya han empezado a vociferar: “lo que se debe promover es la compra de armas, que no estemos indefensos”. Lo dice por ejemplo, el pre-candidato a presidencia de Brasil, un ex-militar: Jair Bolsonaro. Los desafíos de una correcta forma de pensar no sólo pertenecen a Trump y sus seguidores; para nada. Se frotan las manos los belicistas, a la espera de jugosas ganancias y derrochadores consumos.
De manera similar al problema de la legitimidad y asociado con ésta, la situación de la violencia común y política se ha llegado a posesionar intensa, fuertemente en América Latina. Ante ello es necesario abordar las causas estructurales. Aquellas que están ligadas al desarrollo, a la formación de las personas, a la posibilidad de contar con opciones para existencias dignas, con vidas prolongadas y fecundas para las personas. Se trata de que los países opten de manera consistente, con ciudadanos íntegros; donde no sea extraña la palabra valores o ética; en donde no sean extrañas las condiciones de justicia, libertad y ante todo solidaridad entre grupos sociales.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.