Crónica|Tensa calma en campamento de Tienditas | El Nuevo Siglo
Fotos de Pablo Uribe Ruan
Domingo, 24 de Febrero de 2019
Pablo Uribe Ruan

ASÍ ESTÉ agonizando, Marcos está orgulloso del sistema musical venezolano creado por el profesor Abreu. Frente a la entrada principal de Tienditas, este músico de Calabozo, Venezuela, es uno de los 300 ciudadanos que aguardan en un campamento temporal ante el cierre de la frontera por parte de Nicolás Maduro el sábado por la noche. “Tengo temor de regresar”.

El miércoles, después de 20 horas de viaje desde el estado Guárico, llegó a San Cristóbal. Allí se encontró con unos familiares y en grupo pasaron la frontera para presenciar el concierto y la entrada de la ayuda humanitaria, que finalmente fue bloqueada, quemada y guardada de nuevo en Colombia. “Son unos bárbaros”, dice, en referencia al régimen chavista.

Sus pómulos delatan el duro camino que tuvo que transitar. Rojos, quemados y con costras, Marco -rubio y de ojos claros- se esconde detrás de su cachucha verde. A pesar de las dificultades, él vino a apoyar la entrada de la ayuda porque una amiga suya -la mejor- enfrenta un cáncer de cerebro en medio de la escasez de medicinas. “Yo sé que ella va a morir”.

Frente a él está su compadre Alejo, quien lo recibió en San Cristóbal, y Ciro, dos hombres de Los Andes venezolanos (de Táchira), que superan los 60 años. Hablan con soltura, convencidos de que el fin del chavismo está cerca.

En sus cinco hectáreas, Ciro ha palpado la crisis venezolana. Antes podía producir alimentos, pero ahora “no hay semillas”. “Una paca de abono vale 150.000 bolívares; el sueldo de uno son 18.000 bolívares”, dice.

Son las 2 de la tarde en Cúcuta. Las personas que llenan con cartones los pisos de tres malocas con techo de paja se acuestan o sientan sobre ellos. El cansancio es revelador. Unos han pasado cuatro días entre un campamento provisional en tienditas y ayer durmieron por primera vez acá.

Tienditas, Ayuda

La crisis, que les ha quitado casi todo, ha reforzado la hermandad. Ciro y Alejo le han abierto las puertas a Janneth para charlar sobre la vida, sobre la cotidianidad, sobre la música que les gusta. Ella es mamá de dos gemelas, de 19 años, que estudian en la Universidad de Los Andes de Mérida (ULA) y la acompañan en esta travesía que, al final, no terminó bien: llegaron tarde al concierto del viernes.

Como casi todos los venezolanos, Janeth es una devota católica. Inicia cada frase con “si Dios quiere” y, como Marco, que tiene el Nazareno de Calabozo detrás de su cartón, viste un rosario. La fe es lo único que no se pierde, coinciden todos.

Así esté en constante reto, como el jueves pasado cuando un Guardia Nacional le exigió $90.000 por persona para cruzar una de las 800 trochas que hay entre Venezuela y Colombia. “Al final llegó una de mayor jerarquía, y pude pasar”. Pero esa demora fue, probablemente, la que hizo que el sueño de las gemelas de ver a los artistas se truncara.

Una de las gemelas, María José, llena de vida el denso ambiente calentado por la intensidad del sol. Mientras toma agua de una bolsa plástica, revela que en su universidad, en especial en Química, de la que terminó retirándose hace seis meses, de las 25 personas que empezaron solo quedan cinco.

En el campamento improvisado, del que no se sabe nada de su dueño, Luis Sánchez, un voluntario de la fundación “Venezolanos en Cúcuta”, comenta que en otro lado de la ciudad “hay otras 1.500 personas ubicadas afuera”. El objetivo central de la organización es atender a los caminantes que se enrumban en una ruta hacia el interior de Colombia y a otros países sin ninguna clase de garantía.

Algunos de ellos parece que lo harán. Mariano y Laureano, dos hermanos que vienen del estado Aragua. En una delgadez absoluta, Mariano, de 26 años, tiene tres hijos y planea permanecer en Colombia para enviarles algo. “Vi como traficaban la comida y el combustible”, cuando estaba en la Guardia. “A mí me dio rabia como la leche que le falta a mis chamos se la traían para acá”, comenta este hombre que desertó en 2015.

Acá hay gente proveniente de varios estados como Guárico, Portuguesa, del oriente, de Mérida. Están débiles, pero el caldo que les sirven los voluntarios, hecho en una olla que se caliente con leña, revitaliza las fuerzas.

Tienditas, Ayuda Humanitaria,

Desesperada por no poderse bañar desde hace cuatro Días, Maribel, una trigueña de 36 años, lamenta no saber nada de lo que pueda pasar. En Cúcuta, en el campamento, está con uno de sus seis hijos y dos sobrinos. “No esperábamos que se formara esto”, dice sobre los hechos de violencia en los puentes fronterizos.

Sus últimos años no han sido fáciles. “Me botaron del trabajo, me desalojaron de la casa porque me retiré del PSUV (…) porque eso es pura estafa”, espeta, con molestia. “Como ya Maduro dio la orden que el que esté en su contra es traición a la patria, hay miedo para regresar allá (…) No puedo quedarme acá, tengo seis hijos”.

El lamento, sin embargo, no es una opción en estas condiciones. Hay que “echarle bolas”, como dice un hombre que se acuesta sobre una columna. La misma verraquera que llevó a Marco, profesor de música de casi 2.000 niños en Calabozo, a salir a protestar contra el régimen por la muerte de un “joven que tenía gran futuro”. Su apellido era Cañizales; lo mataron en las protestas de 2014. “La muerte del muchacho Cañizales me tocó el alma y me puse en contra de mis directivos (…) Les dije que no iba a quedarme sentando viendo como asesinaban a los jóvenes”.

Este intérprete del contrabajo y defensor del sistema musical, del sistema Abreu, sabe que la caída del chavismo es inminente, pero aún falta. “Uno tiene que oír a sus padres, y mi mamá es sabia, en 1998 me dijo: ese señor (Chávez) se va a montar ahí y van a sentir la bota militar”

*Nos abstenemos de publicar los apellidos de las personas que dieron sus testimonios en esta crónica. Ellas dijeron que podrían incurrir en una posible "traición a la patria", según el gobierno de Maduro, por apoyar desde Colombia la ayuda humanitaria.