Del aislamiento al comportamiento inteligente | El Nuevo Siglo
Foto AFP
Domingo, 10 de Mayo de 2020
María Isabel Ángel Echeverry *
El autocuidado hoy por hoy no es complementaria a ninguna ayuda médica: es lo único. Nueva entrega de la alianza entre EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General

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La epidemia por el nuevo coronavirus -hoy Covid-19- viajó con gran velocidad y hasta su llegada a Colombia el 6 de marzo, ya había cobrado la vida de 3.380 personas y contagiado 98.192 en 88 países.

Cinco días después, la Organización Mundial de la Salud calificó la infección por Covid-19 como una pandemia.

El Covid-19 es un virus de la familia del SARS (South Asia Respiratory Syndrome) y el MERS (Middle East Respiratory Syndrome) y aunque nuevo, dejó ver fácilmente su gran potencial de contagio, el periodo de transmisión y con mayor preocupación, el altísimo porcentaje de portadores asintomáticos y la inclemencia con la que se presenta en personas vulnerables por su edad o su estado de salud, hasta causarles la muerte.

No obstante, lo más sorprendente es cómo, en un mundo donde la ciencia progresa tan rápido que ya estamos hablando de la medicina personalizada (1), ningún avance o ensayo clínico parece superar la efectividad de las medidas de autocuidado con la práctica de hábitos tan simples como el lavado de manos frecuente con agua y jabón, el distanciamiento social, el uso de tapabocas para proteger a otros o la desinfección constante de superficies y objetos inertes.

Hace algo más de dos meses, cuando por decreto presidencial (2) iniciamos el aislamiento preventivo obligatorio, sabíamos muy poco sobre el Covid-19, fundamentalmente porque cuando apareció en enero, nadie en el mundo imaginó que este virus paralizaría el mundo.

Hoy, después de decantado un gran número de noticias falsas, conocemos características del virus como su forma de transmisión por gotas de saliva o secreciones y no por el aire y su capacidad de supervivencia en superficies y objetos inanimados por varios días.

Y mientras los científicos persisten en la búsqueda de tratamientos, una prueba diagnóstica infalible o una vacuna efectiva, el mensaje que persiste es el del autocuidado.

Dicho en forma sencilla: no hay ayudas externas; no será un tercero quien impida que nos contagiemos. El autocuidado hoy por hoy no es complementaria a ninguna ayuda médica: es lo único.

El aislamiento preventivo obligatorio, de la mano de medidas de protección social que propendieran por su acatamiento, es ese periodo que nos dieron, “recogidos” en casa, para prepararnos y convertir en hábito las medidas de autocuidado que nos mantendrán seguros al retornar a nuestra cotidianidad.

El trabajo y el estudio serán los únicos escenarios de interacción social fuera de nuestra casa, pues actividades que propicien la aglomeración de personas estarán proscritas por varios meses.

Para quedarse

El Covid-19 llegó para quedarse y cambiar nuestro estilo de vida

Este virus nos obligó a cambiar el comportamiento individual. Nuestra actitud frente al riesgo de enfermar fluctuó entre el pánico y el desinterés, pasando por cambiar protocolos sociales y la actitud desafiante de sentirse invencible.

Todos los días, los reportes de la autoridad sanitaria nos dicen entre líneas que nadie está a salvo, que el Covid-19 no distingue condición social, económica o cultural.

Durante la temporada de aislamiento obligatorio, practicamos en familia formas alternativas de expresar cariño y emociones positivas para sustituir el contacto físico; compartimos actividades desconocidas como desinfectar el mercado y suelas de zapatos. Incluimos en nuestro vestuario los tapabocas como accesorio y en nuestros bolsillos no falta el gel desinfectante. Todo para protegernos de un enemigo invisible, que puede pasar desapercibido para muchas personas y por lo mismo convertirse en letal para aquellas vulnerables, al punto de costarles la vida.

Y a pesar de los trastornos que trajo a nuestras vidas, paradójicamente nos devolvió a lo esencial. Bajó la velocidad del consumismo, rescató espacios de dialogo en familia o reflexión en soledad, le dio un nuevo valor a las relaciones humanas. Hasta la naturaleza parece reclamarnos ser el peor desastre natural que hay en el planeta. Y si no, ¿por qué mientras el mundo entero estuvo “confinado” en sus casas, especies animales reaparecieron o recuperaron su hábitat?; parece haberse reparado la capa de ozono, el agua del mar recuperó su color… la evidencia de la responsabilidad de la especie humana sobre el deterioro del planeta es ineludible.

Y no deja de ser otra paradoja de esta pandemia el hecho de que cuidarnos, desde la individualidad se convierta en el acto de solidaridad más valioso.

Ayudar a los menos favorecidos con bienes materiales es opcional, pero apropiar las medidas de autocuidado es un deber.

Quienes se puedan quedar en su casa mientras llega el fin de la pandemia no son menos responsables de practicar las medidas de autocuidado. Quienes, por el contrario, deban salir para reactivar su economía y la del país también tienen el deber consigo mismos y con los demás, de controlar el riesgo de contagio. También tendremos que aceptar con humildad los llamados de atención a seguir instrucciones que protejan nuestra sociedad.

Todos estamos en riesgo de contagiarnos o contagiar. En nuestras manos están las herramientas para modificar el curso de esta epidemia.

Estamos llamados a practicar actos de honestidad de tal sencillez, que omitirlo es equivalente a un juego de azar donde las opciones son la vida o la muerte: la propia o la de otros. Posiblemente podamos lidiar con el daño autoinfligido, pero ¿podremos lidiar con la posibilidad del daño que causemos a otro por la ligereza de transmitir el virus a una persona vulnerable que no lo resista?

El Covid-19 pasa hoy por nuestra vida para recordarnos que la salud y el bienestar son un derecho de todos y que la infraestructura sanitaria no es la única garantía de su efectividad. La materialización de este derecho parte del deber del autoconocimiento, del autocuidado y del comportamiento responsable con nuestro entorno.

 

 

(1) Tipo de medicina que usa la información de los genes o las proteínas de una persona para prevenir, diagnosticar o tratar una enfermedad. https://www.cancer.gov/espanol/publicaciones/diccionario/def/medicina-personalizada

(2) Decreto 457 de 2020 “Por el cual se imparten instrucciones en virtud de la emergencia sanitaria generada por la pandemia del Coronavirus COVID-19 y el mantenimiento del orden público”.

* Experta en Salud Pública. Asesora de Despacho. Procuraduría General de la Nación