El partido de la vida: cuarto de hora para un cambio | El Nuevo Siglo
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Viernes, 17 de Mayo de 2019
Oscar Darío Villalobos C. *
Una aleccionadora crónica sobre los retos y las correcciones. Nueva entrega de la alianza de EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General de la Nación

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Un solo partido no es la vida, pero se parece. Comienza, termina, incluye ilusiones, golpes y caídas y hace posibles momentos de brillo inolvidables, instantes en los que el esfuerzo otorga encanto y dignidad a la tarea de intentar el triunfo. Y en ocasiones, por inspiración repentina, a causa del biorritmo, o gracias a una conjunción astral desconocida, lo dejamos todo sobre el verde. Allí logramos entender a los volcanes y a nuestros más memorables campeones, pues darlo todo nos hace intuir y creer en el Olimpo. Incluso, en algunas fechas, nos permite un acceso fugaz a sus jardines.

- ¡Viva el partido que le da vida a la vida!- grita aquel espíritu de aventura que jamás nos abandona.

Aunque esta no es exclamación que asista a todos los encuentros. Alcanzar y sostener la plenitud durante dos extenuantes horas no es experiencia común en todos los mortales. Vivir para lograrlo, en una que otra ocasión, podría contar como definición de ser profesional. Y experimentarlo de manera muy frecuente parece hazaña exclusiva de los elegidos, de los Messi, James y otros cuantos. Reunir un equipo convencido, entrenarlo, y, siendo parte de él, atestiguar el paso entre los pórticos de la gloria resulta un sueño accesible a todos. Y, por otra parte, una posibilidad ardua, discriminadora, sin concesiones. Así como una despiadada realidad tangible que mide con vara de hierro talento, actitud, preparación, e incluso los caprichos del destino.

Deportivo Integridad

Nos estaba destinado comprender estas crudezas cuando optamos por la cancha. Imaginando que teníamos un rol que jugar en la historia, emprendimos el camino entre esos espacios abiertos a la medida de nuestra inteligencia. Así nació Deportivo Integridad, el vehículo que iba a elevar a determinante histórico nuestras formidables condiciones éticas.

Y así abordamos nuestro partido inaugural, aventura alejada de la epopeya clásica, pues, olvidando la tarjeta amarilla recibida por nuestros desencuentros con el yo colectivo, en aquel ya reportado juego de las preliminares, habíamos regresado al césped antes de inspeccionar nuestras costumbres deportivas. Dejando a un lado las advertencias sobre la ausencia de un factor aglutinante, sobre la independencia de nuestras integridades personales, sobre los riesgos del amor ciego por las propias intenciones, navegamos entre el caudal de sueños que crece cuando pretendemos la razón: ¿quién mejor que nosotros para enseñar claridad, juego limpio y transparencia?

ENS

Ebrios de autenticidad saltamos al juego, convincentes, razonables. Tras el primer pitazo, lo ineludible se apresuró a inaugurar y ensanchar el marcador en contra. Indiferente a nuestros argumentos, el sórdido equipo de lo innoble desplegó su juego, como si nada trascendental hubiera transcurrido. Con frialdad, fue concretando anotaciones que, aunque escandalosas, iban siendo recibidas por la tribuna con la indiferencia que provoca lo habitual. Sus movimientos llegaron sin sonrojo hasta las arcas de la taquilla, al nombramiento repentino de sus hinchas en casi todos los empleos y dignidades del estadio, a la asignación de jueces para las siguientes fechas, a la distribución de las ganancias remanentes de la boletería.

En ese humillante y acostumbrado rumbo, con la duda hurgándonos la espalda, habiendo visto a la inspiración jugar del otro lado, escuchamos el silbato que cerraba el primer tiempo, flotando como corchos al garete, entre la mirada de las masas y la impavidez de las pantallas electrónicas.

Vuelco radical

Apremiaba una jugada cardinal del coach, una acción de su genio sobre nuestro proceder, para transformar, en quince fugaces minutos, ese perplejo colectivo en una desbordante máquina ganadora. En la intimidad del camerino, resultamos todos mirando al Profe, con la esperanza titilando entre los párpados, apretados entre los minutos disponibles para alcanzar el giro prodigioso que también codiciaban las tribunas.

Él se queda mirándonos, sonriente. 

-Aquí, quienes hacen milagros son ustedes- nos indica.

-Volvamos al comienzo- y continúa oteando, silencioso, atrás de aquella tensa bandada de pupilas.

- ¿De cuál comienzo hablamos, Profe? -interroga nuestro mejor defensa, tras dos preciosos e interminables minutos.

- Excelente apunte -asiente el estratega-. Revisemos el comienzo: ¿quiénes somos o para dónde vamos? Porque si alguno entre nosotros trae estas claridades, estamos destinados a ganar: hoy, el próximo año, o cuando la vida lo disponga. 

De nuevo, otra corta eternidad, esta vez rota por una de nuestras jóvenes promesas:

- Ya sabemos quiénes somos- expresó, sonriendo y señalando el escudo en su propia camiseta.

- Jugada individual y de riesgo, apenas iniciando una secuencia- replicó en corto el profe-. Al parecer, es la que mejor conocemos, la que bien explica este primer tiempo que acaba de padecer la tribuna. ¿Es por esto que arrancamos de repente, sin siquiera una mirada a los ojos de nuestros compañeros? ¿Sin verificar siquiera si este yo-voy puede hacer parte de algún aquí-nosotros-también-vamos o de un posible allí-estaremos? ¿Y sin considerar cuál es la zona de la cancha en la que estamos ubicados y cuáles son las posiciones que ocupa cada uno, los propios y contrarios, qué clase de marcaciones anulan o limitan las mutuas fortalezas, y en cuáles vacíos se anuncian las debilidades donde las sorpresas no serán más que lamentos avisados y cuestión de tiempo?

- No sabía que tuviera que preocuparme tanto por mi equipo –remató-. Como pésimos aficionados, vamos recorriendo una humillante autopista a la derrota.

Nos quedamos mirándonos, pasmados. Era cierto. No parecíamos profesionales. Y la jugada individual y de riesgo resultaba nuestro sello. ¡Muy preocupante! Porque la respuesta del joven pudo venir de cualquier miembro del equipo. Y en tanto rebotaba incuestionable el listado de objeciones sobre nuestra actuación en la primera parte, seguían retumbando las preguntas acerca del comienzo. ¿Quiénes somos? Ese nombre, Deportivo Integridad, podía anunciar el credo de sus jugadores o apenas una marca sin contenido de fondo.

Afuera, allá donde el destino toma la forma de la historia, los cantos y la algarabía aclamaban nuestro nombre. Mientras, en nosotros, la intervención del coach comenzaba a ser definitiva: lanzándonos a jugar contra el espejo, había dado un vuelco magistral al partido. Y, aunque no pareciera lo que la hinchada esperaba, el segundo tiempo anunciaba intensas emociones.       

* Coach organizacional. Movimiento Fuerza del Amor