Reflexiones éticas: ante la incertidumbre, la virtud | El Nuevo Siglo
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Jueves, 13 de Junio de 2019
Edgar Javier Garzón P. *

En el Menón o de la virtud, Platón presenta una inquietud fundamental de su maestro Sócrates: ¿puede ser enseñada la virtud? Ante tal preocupación, Sócrates afirma que la virtud es un misterio y que dicha naturaleza se irá revelando a medida que las circunstancias le permitan a cada habitante de la polis comprender que no se trata solamente de cumplir una serie de deberes ante lo público o lo privado, asunto que por lo demás es muy fácil de llevar a cabo, sino de develar en el propio ser lo que implica ser virtuoso.

De esta manera, la pista más afortunada que el maestro ofrece para descubrir algo de dicho misterio es comprender que la virtud es el conocimiento del propio bien y su práctica. Alrededor de esta definición, recuerda una canción popular de la época que dice: primero es la salud, luego la belleza y luego la riqueza. Antes dichas convenciones, Sócrates afirma que la letra de la canción está equivocada puesto que la mayor felicidad de un ser humano reside en ser justo, dado que practicar la justicia obedece no solamente a ser justo, sino a encontrar el bien;  en este orden, la práctica del mal y los que lo padecen sería un indicador de locura, dado que la práctica del mal se concreta en el poder de atesoramiento de la riqueza y en el dominar a los demás. La gran pregunta que surge de allí es la siguiente: si se pierde ese poder ¿qué queda?

La única razón que puede explicar que alguien se mantenga en la práctica del mal, es el desconocimiento o la ignorancia del propio bien y una especie de mal gusto por cohibir a otros y a sí mismo del deleite de un buen vivir. Lo que se desvirtúa en el ser humano es su gusto, el cual se hace manifiesto en una capacidad para someter a otros al mal o a la injusticia, cuestión contradictoria con su deseo, puesto que el único deseo en el ser humano es el deseo de su propio bien y el de los demás: las expresiones del gusto -o del mal gusto en este caso- corresponderían al vicio, a la propensión al mal, del cual el injusto es quien sufre el primer daño.

De esta manera, si se tiene valor y se posee la virtud, estos dos elementos son condición de posibilidad suficiente para gobernar. La fuerza que imprime el valor y la belleza con la que se adorna al alma, es decir la virtud, se convierten en dos tesoros ante los que los ciudadanos no solo se rendirían, sino ante los cuales darían su vida por la ciudad, por sus congéneres y por preservar y enseñar la virtud que los unifica.

Puede enseñarse

En torno a la importancia de una vida ética para nuestro contexto, podemos considerar que la virtud puede enseñarse. Pero esta enseñanza/aprendizaje requiere que en nuestro país se genere un cambio cultural profundo. Es necesario que practiquemos un equilibro entre la emoción y la razón. Para constatarlo solo hace falta ver cómo se manejan las tendencias en las redes sociales y los hilos de respuesta que se tejen en torno a la palabra equivocada, al insulto e irrespeto frecuentes, al nulo respeto al afirmar o negar, a la incapacidad casi absoluta de generar un debate serio y, al contrario, lanzar afirmaciones que parecen tener como fin molestar y disgustar a los otros. Ante esta realidad vale la pena traer la recomendación de Santo Tomás de Aquino frente a la justa proporción: “Afirmar mucho, negar poco y distinguir siempre” como una máxima de la dialéctica, con la finalidad de enaltecer la verdad y la bondad del otro en cuanto pueda afirmarse, evitando el daño que puede provocar la falta de diálogo y el exceso de terquedad en una postura equívoca, para que distinguir provea espacios de encuentro.

La formación

Otro tema obligado al pensar en la posibilidad de virtud, consiste en observar cuidadosamente la manera como nos formamos desde la familia, la escuela o la sociedad. Es necesario detenernos y analizar el tipo de mensajes que conforman nuestra mentalidad. Nos desvirtuamos cuando desde pequeños somos enseñados a mentir, a practicar la ley del más avivato, a defender la excusa como medio para justificar la falta de compromiso, cuando el irrespeto de palabra o de obra destruye la confianza, vulnera al otro y lo anula en la realidad y grandeza de su persona, para citar solo algunos referentes. Estos comportamientos y actitudes terminan por minar la estructura social de tal modo que educación en la virtud queda excluida como escenario posible.

Lo que sucede en nuestro país es un indicador de lo anterior que nos obliga a considerar la reconstrucción de la sociedad sobre la base de la educación en la virtud. Tenemos una urgente necesidad de ser virtuosos, de retornar al conocimiento del propio bien y su práctica, de considerar el papel de los valores como cartas de navegación que nos pueden dirigir a puertos y costas donde se consolide el encuentro con el otro y, así, asumir la recomendación de San Agustín: no se trata de tu verdad, ni de mi verdad, sino de nuestra verdad. Colombia atraviesa una coyuntura única; un momento particularmente importante que nos revela que en tiempos de incertidumbre la certeza que estamos buscando y necesitando se halla en nuestro ser, se halla en la virtud.

 

* Filósofo, Magíster en Investigación Social e  Interdisciplinaria. Profesor del departamento de Humanidades de la Universidad Católica de Colombia