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La decisión que tomen los ecuatorianos en las elecciones presidenciales de este domingo apunta a ser un punto de inflexión en el rumbo del país suramericano no solo en lo que resta de esta década, sino a mediano y largo plazos.
La reedición del pulso electoral entre el hoy mandatario Daniel Noboa, que reúne a los sectores de centro y derecha, y la aspirante izquierdista Luisa González, ficha del condenado y exiliado exmandatario Rafael Correa, va más allá de una mera competencia electoral.
En realidad, cada uno de ellos plantea un proyecto político y de país muy distinto para una nación que en la última década ha sufrido un pico de violencia sin antecedentes que además ahora está incursa en una cruzada a fondo para desactivar amenazas criminales que llegaron a tener tal poder de desestabilización que intentaron cooptar la institucionalidad.
Noboa, quien apenas lleva quince meses en el poder pues fue electo en octubre de 2023 para completar el periodo del dimitente Guillermo Lasso, ha logrado en ese corto tiempo redirigir el país, combatiendo sin cuartel a los carteles y pandillas, avanzando poco a poco en la recuperación del control de las cárceles, tratando de estabilizar la economía y enfrentando crisis tan graves como la del apagón.
Las encuestas señalan una ventaja del mandatario por un promedio de diez puntos y la incógnita más grande se refiere a si será capaz de triunfar en primera vuelta o tendrá que acudir a un balotaje con la misma González. Se ve complicado que saque la mitad más uno de los votos y, por lo mismo, aspira a sacar más del 40 % de los respaldos en las urnas y superar por más de diez puntos porcentuales a su rival.
Noboa, es claro, representa una opción de futuro y de continuar la senda de corrección del rumbo, recuperación de la autoridad, viabilidad institucional y vocación de progreso. González, por el contrario, sería apostar por el pasado, el populismo y una izquierda regresiva y anacrónica.