La semana pasada, el diario El País anunció que el PIB per cápita de la República Checa había sobrepasado al de España. La noticia causó impacto porque, antes de la crisis financiera del 2008, los españoles celebraban por haber recortado la distancia que los separaba de Alemania, el país más rico de Europa.
Desde entonces, la economía española no sólo ha retrocedido frente a la de Alemania, tan superior hoy a España en términos del PIB per cápita como lo era en 1997, sino que de repente ésta última se ve eclipsada por un pequeño país que se libró del devastador comunismo hace sólo tres décadas.
Como escribe el economista Juan Ramón Rallo, el logro checo se debe a la exitosa privatización de las empresas estatales, un proceso que involucró la transferencia de las acciones a todos los ciudadanos, más no a amigotes de los políticos. Pero la República Checa también ha mantenido un mercado laboral flexible, unos montos de impuestos que no castigan el ahorro o la inversión y “moderados niveles de endeudamiento público”.
En España, mientras tanto, la tendencia ha sido la contraria: el país tiene uno de los mercados laborales más inflexibles de Europa según el Instituto de Estudios Económicos de Madrid; los impuestos nacionales son altos, mientras que el actual gobierno socialista busca imponer la “armonización tributaria” para aniquilar la competencia fiscal entre Comunidades Autónomas; la deuda pública sobrepasó el peligroso nivel del 100 % del PIB en el 2020.
La experiencia española es relevante para Colombia porque la misma mentalidad intervencionista domina el discurso político en nuestro país, donde es un tabú sugerir que el salario mínimo debería variar según la región, ni hablar de eliminarlo para derribar un obstáculo formidable frente a la formalidad.
En términos tributarios, las comisiones de expertos siempre aseguran que hace falta recaudo -es decir, más impuestos- cuando el problema verdadero es un gasto estatal desenfrenado, cuyo inmenso crecimiento no corresponde al constante aumento de los ingresos fiscales. Y no son sólo los partidos afines al chavismo los que exigen más deuda; dentro del uribismo, figuras destacadas como Óscar Iván Zuluaga y Rafael Nieto aseguran que endeudarse aún más es indispensable, porque parten de la idea del Estado como generador de empleo.
Contrario a la evidencia, los dirigentes colombianos llegaron a pensar que de repente habitaban un país muy rico. Por ello la obsesión con la redistribución de la riqueza, no con las condiciones necesarias para su creación. Por ello el afán de pertenecer a la OCDE, un club de países desarrollados y de bajo crecimiento (desde donde se impulsa la armonización tributaria global), en vez de apostarle a un modelo laissez faire de desarrollo acelerado como el de Taiwán o Hong Kong. Por ello el quimerino debate acerca de una renta básica universal en un país que ya gasta mucho más de lo que percibe.
No debe sorprender si, en algunos años, nos dejan atrás naciones que hoy subestiman los responsables de nuestro estancamiento.