Se atribuye a Oscar Wilde la conocida frase que afirma que “la verdad supera a la ficción” y, sin duda, pareciera no haber una manera de describir con tanto acierto lo que experimenta la Unión Europea (UE) en 2022, como consecuencia del conflicto bélico que Rusia sostiene en Ucrania.
Para los que están familiarizados con la trilogía “The Matrix” (1999-2003) de seguro el nombre de Zion no les resulta extraño. En esos largometrajes se hablaba de la ciudad de Zion como el último bastión de la raza humana, ubicado en lo más profundo de la tierra donde, gracias a las máquinas, respiraban aire puro y contaban con la energía suficiente para vivir.
En la segunda entrega de la saga, titulada “Matrix Reloaded”, justo en el minuto 34 con 18 segundos, Neo -el protagonista principal- se encuentra con el concejal Hamann, ambos recorren los pasillos de la ciudad debido a que no pueden conciliar el sueño.
Hamann invita a Neo a visitar el nivel de ingeniería y es ahí cuando el concejal plantea -lo que he denominado- la Paradoja de Zion.
Hamann comienza diciendo que nadie visita esa área a menos que haya algún problema y asegura que “a nadie le interesa cómo funcionan las cosas mientras funcionen”.
Es importante recordar que en la película las máquinas son las enemigas de la raza humana, por lo que Hamann advierte que la ciudad sobrevive gracias a las máquinas que posee -ajenas a las enemigas-, resaltando que mientras unas procuran la muerte de la humanidad, estas otras, contrariamente, la ayudan a sobrevivir.
Mientras el concejal reflexiona, Neo explica que la diferencia es que en Zion los humanos controlan a las máquinas y no al revés, “si quisiéramos -dice Neo- podríamos apagarlas”. Y el concejal Hamann responde que, con certeza, es así; pero que, de hacerlo, habría que evaluar el efecto que tendría sobre la luz, el calor y el aire que esas máquinas proporcionan a la ciudad.
En un breve instante Neo reflexiona y concluye: “Necesitamos a las máquinas y ellas a nosotros”.
¿Se entiende la paradoja?
Como puede inferirse, los humanos tienen el poder de apagar las máquinas, incluso, si quisieran podrían “hacerlas pedazos” pero, de hacerlo, todos los beneficios que ellas ofrecen se verían comprometidos, pudiendo causar con ello un daño mayor e irreversible.
Los habitantes de Zion se enfrentaban a las máquinas para librarse de ellas y, al mismo tiempo, dependían de las máquinas para vivir. He ahí la paradoja.
Y es, precisamente, en este punto donde la realidad supera a la ficción.
Como el lector, sin duda, ya se ha percatado, en este análisis Zion representa a la Unión Europea y “las máquinas” juegan el papel de Rusia.
Poco después de iniciada la guerra entre Rusia y Ucrania, específicamente el 24 de febrero, la UE anunciaba las sanciones que impondría a Rusia, entre ellas, “la prohibición de entrada en territorio comunitario a decenas de altos cargos y políticos rusos, el veto a ciertas entidades financieras y al Estado ruso para operar en el mercado financiero y el sector servicios europeo, y un embargo comercial a las dos provincias ucranianas declaradas en rebeldía”, tal y como lo reseñaron Bernardo De Miguel, Iker Seisdedos y Marc Bassets para en diario El País.
Con esas sanciones la UE hacía uso de su poder para controlar los aspectos que consideraba clave para desmotivar la acción bélica rusa, pero ¿fue una decisión acertada?
Como se sabe, sólo en 2019, el consumo anual de gas estuvo por el orden de los 500.000 millones de metros cúbicos y la dependencia del suministro exterior a la Unión Europea alcanzó el 90%, según lo señaló José María Yusta Loyo, vocero del Colegio de Ingenieros Industriales de Aragón y La Rioja, el pasado 26 de febrero y publicado en El Periódico de Aragón. Yusta también indicó que Rusia es el principal proveedor de gas natural, cubriendo el 45% del mercado de la UE.
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Es por ello que no fue una sorpresa que, a dos días de haber anunciado las sanciones a Rusia, el precio del gas se incrementara en un 40% en la Unión Europea, llegando a costar más de 6 veces su valor con relación al año 2021.
Es importante recordar que cerca de un tercio del suministro del gas ruso, que llega a Europa, se hace a través de Ucrania.
He aquí la Paradoja de Zion:
La Unión Europea depende casi en un 50% del gas ruso. Sí, la UE tiene el poder para ejercer controles y sanciones a Rusia por causa de la invasión a Ucrania, pero esto equivale a apagar la mitad de las máquinas -de Zion- que permiten acceder a los servicios que proporcionan calor, por decir lo menos, recordemos que aún es invierno en Europa. Como se sabe, en algunos casos, esta necesidad ha sido trasladada al consumo eléctrico, llegando a elevar en más de 300 euros el costo por megakilovatio-hora, como ha ocurrido en España.
Si bien, en ese simple ejemplo, el daño no parece ser irreversible, Europa no podría mantenerse por mucho tiempo privada del gas ruso, ya que alternativas como el gas natural licuado (GNL) han incrementado su costo, por ejemplo, antes de iniciarse el conflicto Rusia-Ucrania, el GNL se incrementó en un 11% como respuesta a la probabilidad de la guerra.
Rubén Esteller, subdirector de elEconomista.es y director de las revistas Energía y Agua y Medioambiente, afirmó (el pasado 31 de enero) para ese medio de comunicación que el “precio del gas que llega desde EEUU (a Europa) se paga un 40% más caro que el ruso”; por lo que es lógico inferir que representaría una inversión costosa y, prácticamente, insostenible depender del gas estadounidense en la misma proporción que la EU lo hace del gas ruso.
La situación de Europa frente a Rusia es tan paradójica como la que se expone en la película “Matrix Reloaded”, donde, al igual que en el film, sólo queda la esperanza de encontrar una solución viable antes de que sea tarde.
*Universidad Complutense de Madrid, España y Universidad del Rosario. Bogotá, Colombia. Profesor de Estrategia en la unidad de Postgrados