Réquiem por un grande: Krsysztof E. Penderecki | El Nuevo Siglo
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Lunes, 30 de Marzo de 2020
Emilio Sanmiguel

Tenía 86 años. Tras una larga enfermedad y una prolífica trayectoria musical, murió uno de los más grandes compositores de nuestro tiempo, Krsysztof Eugeniusz Penderecki, que nació en Dębica, al sureste de Polonia. Su familia era de origen armenio. Padre abogado, abuelo banquero, ambos músicos, muy niño se inició en la música, primero en el piano, después el violín. Se formó profesionalmente en el Conservatorio de Cracovia, donde murió el pasado domingo.

 

Un treno para Hiroshima

A los 26 años, gracias al “Treno por las víctimas de Hiroshima” se convirtió en uno de los más grandes compositores del mundo. Obra maestra de la “disonancia” y el “cromatismo” para 52 instrumentos de cuerda donde puso la música al servicio de la desolada concepción de uno los momentos más aterradores de la historia: “Dejé en el treno expresada mi firme creencia de que el sacrificio de Hiroshima nunca será olvidado” declaró. Es una de las obras fundamentales del siglo XX. Quedó muy claro que el joven polaco era riguroso y original, en posesión de una técnica compositiva deslumbrante; sabía usar su conocimiento de la técnica, «pedía a los instrumentistas tocar en puntos vagos de su registro, a concentrarse en ciertos efectos texturales; buscó ir más allá del cromatismo recurriendo a la hipertonalidad para conseguir disonancias que habrían sido imposibles con la tonalidad tradicional».

Su genialidad para dominar la técnica compositiva y orquestal estaba ya  presente en “Emanaciones para dos orquestas de cuerdas” del año inmediatamente anterior y fue una de sus obras sinfónicas más admiradas hasta el estreno de la “Sinfonía n° 1” de 1973, cuyo estreno, con la Sinfónica de Londres él mismo dirigió en la Catedral de Peterborough en el Reino Unido.

La más grande “pasión”

Una sola obra le habría valido su paso a la inmortalidad, la “Passio et Mors Domini Nostri Jesu Christi Secundum Lucam”, “Pasión según san Lucas”, unánimemente aceptada como el más grande oratorio sobre la Pasión de Cristo desde tiempos de Bach. Los atavismos con las pasiones del barroco son evidentes, como recurrir al texto bíblico de San Lucas o la utilización de la secuencia BACH –Si bemol, La, Do, Si- indudable homenaje al autor de la  “Pasión según Mateo”. También recurrió al texto del «Stabat Mater», himnos, Salmos y una selección de las “Lamentaciones de Jeremías”. Instaló la estética en el campo de la atonalidad, con excepción apenas de un par de pasajes. Observaciones anecdóticas, porque lo fundamental es el impacto que su profundidad, es la obra de un creyente donde el tratamiento del coro es de una originalidad sin precedentes.

Penderecki atrapa desde el pórtico del “O Crux Ave”, texto que procede del “Vexilla Regis Prodeunt” y prepara la primera intervención del evangelista-narrador “Et egressus ibat secundum consuetudinem in montem Olivarum” que advierte el “Deus meus, Dus meus” de Jesús, para barítono, coro y orquesta. La primera parte, siguiendo la tradición barroca, concluye con el proceso ante Pilatos. La segunda abre con “Et in pulverem mortis deduxisti me”, salmo XXI, texto mismo que se oirá al final.

Penderecki escribió una obra maestra, de técnica impecable, no hay duda. Pero en realidad se trata es de su testimonio inquebrantable en la Fe cristiana, y como se ha dicho de las «Pasiones» de Bach, no hace falta ser creyente para admirar la obra en toda su dimensión mística.

Los demonios de Louduns

En materia lírica es probable que su aporte más significativo sea la ópera, basada en la novela de Aldous Huxley «Demonios de Louduns”, cuyo estreno ocurrió en Hamburgo en 1969, revisada en 1972 y 1975; de sus óperas la más popular; narra el episodio de posesión diabólica en el convento de la Ursulinas en Loudun, en el siglo XVII en Francia: No hay unanimidad sobre su valor, sin embargo, imposible pasar por alto el manejo de las voces y el de la orquesta, tan audaz que hasta algunas voces creen que el concepto se aproxima más a un «medio electrónico» que al de la orquesta tradicional. El tiempo se encargará de establecer el lugar que le corresponde a esta ópera, cuyo dramatismo es innegable.

En 1978 La Ópera lírica de Chicago estrenó “El paraíso perdido”, con texto basado en John Milton, concepto ahora diametralmente opuesto a “Los demonios”; no se trató de una ópera en el sentido tradicional, sino en palabras del compositor, una ”Sacra Rappresentazione”, es decir, un drama sagrado con atavismos más cercanos al medievo que a la ópera misma; 42 escenas que se desarrollan en el cielo, infierno y la tierra, alrededor del tema de la creación, que incluso recurre a la figura del narrador.

Penderecki en Colombia

 

La sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel fue el marco de su primera presentación en Colombia, viernes 4 y sábado 5 de 2008. Vino como director de la Orquesta del Festival de Vilna. La primera noche dirigió su “Chacone” de 2005, escrita en honor de su compatriota el papa Juan Pablo II, en la segunda su “Sinfonietta per archi” de 1992. En esos conciertos dirigió también obras de Mozart, Shostakovich, Tchaikovsky y Dvořák, pero lo realmente conmovedor fue verle dirigir sus obras.

Regresó en 2016, obvio, al Teatro Mayor. También memorable verle al frente de la Filarmónica de Bogotá. Dirigió primero “El despertar de Jacob” de 1974, una obra tan audaz que, en pleno siglo XX se permitía coquetear con la tonalidad. Luego, en la segunda parte, regresó al podio filarmónico para dirigir su “Sinfonía Navidad”, segunda de las ocho sinfonías que escribió a lo largo de su vida. Composición magistral y magistralmente dirigida.

Larga vida a la obra de Penderecki: música incidental para el cine, obras sinfónicas y de cámara, obras corales con orquesta y a capella, obras de cámara, operas, conciertos.

Su legado va, de su “Sonata n°1 para violín y piano” de 1953, cuando tenía 20 años, hasta “Aria, Ciaconna & Vivace” de 2019, quién lo creyera, su primera y única composición para piano sólo, el instrumento en el que se inició musicalmente.

Un Requiem a su memoria. El suyo, “Requiem polaco” de 1984.