Resolvió Jesús subir a Jerusalén. Pedro le dijo que no, que eso por allá era muy peligroso para su vida. Jesús le dijo: “quítate de mi vista Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios”. Y arrancó a caminar. Estando a las puertas de la ciudad santa, donde en realidad no era muy conocido pues su vida había transcurrido en la humilde Galilea, sus mismos acompañantes se emocionaron mucho y empezaron a hacerle un camino con sus mantos y a aclamarlo con ramas de los árboles. Lo veían como un rey, como el bendito, el que llegaba en nombre del Señor. Domingo de ramos.
El jueves en la tarde se reunió Jesús con sus más cercanos, especialmente los apóstoles, para celebrar la tradicional pascua judía. En ella se recordaba la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Se servía vino, pan ázimo y yerbas amargas. Pero, oh sorpresa, cuando tomó el pan en sus manos dijo: “Esto es mi cuerpo” y lo propio hizo con el vino, diciendo: “Esta es mi sangre”. Nació la eucaristía. Y les dijo a los apóstoles: “Hagan esto en memoria mía”. Nació el sacerdocio de la Iglesia.
Después se levantó de su puesto y se cambió el manto por una toalla, arrodillado, les lavó los pies a sus apóstoles. Pedro intentó resistir, pero finalmente cedió y quería se le lavara también la cara y las manos. Suficiente con los pies, dijo el Maestro. Queda instituido el mandamiento del amor hecho servicio. Se fue después a orar en el monte de los olivos con los apóstoles y sudaba gotas de sangre. Los apóstoles se le quedaron dormidos.
Un beso del apóstol Judas -sabor inconfundible a viernes santo- y la tropa cae sobre Jesús. Lo arrestan como si de un malhechor se tratara. De Herodes a Pilato y de Pilatos a Herodes. Culpable: por decirse hijo de Dios, braman sus paisanos, por revoltoso, arguyen los romanos. A la cruz. Adornado fue con una corona de espinas, con latigazos, con el despojo de sus vestiduras, con un grueso leño sobre el cual habría de ser clavado. Quédale un poco de aire en sus pulmones y desde este rústico trono, la cruz, aprovecha para implorar perdón para sus verdugos y para ofrecer el paraíso al ladrón arrepentido. Un sorbo de vinagre. Muerte en cruz. Tiniebla sobre la tierra. “Verdaderamente este era hijo de Dios”, susurra el centurión que custodia la farsa montada por la autoridad. Silencio y temor.
¡Que se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!, grita alarmada una buena mujer de Magdala. Del sepulcro ha sido corrida la piedra que lo cerraba y en él solo vendas se encuentran. La noticia corre con el viento hasta los entristecidos apóstoles. Pedro y Juan emprenden rauda carrera y, es cierto: no está. Pero no hay robo. “Ha resucitado”. Olor a Pascua. Es que hasta ahora no habían entendido de qué se trataba la historia, la obra, el camino del que nació en humilde portal, vivió en pobre región, murió en duro leño y ahora está en gloria. Y se dejará ver así, en su esencia divina. Vivo, con vida que no tiene fin. ¿Quién, oyendo esta historia, no se admira, cae de hinojos y adora? Semana Santa.