Inequidad en plata para el campo | El Nuevo Siglo
Lunes, 25 de Mayo de 2020

¿Se puede igualar a un elefante con un conejo, solo porque ambos son animales? Frente a una escasez de comida, y presionados por el tamaño amedrentador del elefante, lo alimentaríamos a costa del hambre de cien conejos, o distribuiríamos proporcionalmente la comida entre la gran población de conejos y los pocos elefantes.

Guardadas las imperfecciones de toda comparación, y saliéndome de los terrenos de Esopo, el fabulista casi mitológico de la literatura universal, eso es lo que ocurre con la caracterización de los productores agropecuarios como sujetos de crédito de fomento, lo cual acentúa las imperfecciones de ese mercado, que tienden a excluir a los productores rurales ligados a la tierra y, entre ellos, al pequeño, en beneficio de grandes productores -de elefantes- de otros eslabones de las cadenas.

Antes de la creación de la Caja Agraria, en 1931 no se diferenciaba a los productores por tamaño, porque el país todavía era “agropecuario”, la industria apenas nacía, no había ni rasgos del gran desarrollo urbano, el petróleo nos llegó tarde y los “servicios”, que hoy comparten hegemonía con los hidrocarburos, eran incipientes.  Los recursos del Estado, entonces, fluían hacia la producción agropecuaria que sostenía la economía nacional.

Cuando se pierde esa posición hegemónica y empieza la declinación del campo, con todas sus consecuencias de abandono, ilegalidad y violencia, nacen las instituciones para “ayudarle” al productor rural, consolidadas en el Sistema Nacional de Crédito Agropecuario (1990), pero bajo la visión de “cadenas productivas”, que abrió las puertas a los eslabones de transformación, comercialización y servicios de apoyo, para competir por los recursos que, hasta entonces, habían sido exclusivos del productor primario. Y ahí fue cuando, volviendo a mi comparación fabulesca, se revolvieron conejos y elefantes a competir por comida escasa.

El sistema califica como pequeños productores a aquellos con activos hasta 284 millones, rango que tiene relación con otro parámetro de caracterización rural: la Unidad Agrícola Familiar, UAF: la cantidad de tierra para que una familia genere dos salarios mínimos, que llega a ser de más de ¡1.300 hectáreas! en el llano adentro, o apenas dos o tres en la Sabana de Bogotá, pero aquí o allá,  con algunos animales, supera el rango estrecho del pequeño productor  y las mejores condiciones de crédito.

Y si vamos a los grandes, para el sistema, “gran productor” de cualquier eslabón (conejo o elefante) es aquel con activos superiores a más de $4.000 millones, pero un gran productor primario, es decir, un agricultor o un ganadero que supere esa cota de activos, nunca podrá compararse ni competir con gigantes de la agroindustria, procesadoras de alimentos y cadenas de comercialización que se valoran en cifras billonarias. ¿A quién preferirá el banco? Pues al elefante. No es gratuito que la cartera sustitutiva, administrada con discrecionalidad por los bancos, acapare el 85% de los créditos Finagro y que, de contera, el 75% de esa torta se vaya a grandes empresas de otros sectores.

No se trata de excluir a otros eslabones o desvirtuar la visión de cadenas, sino de reconocer el peso “originario” del productor agropecuario en ellas. De la misma manera que se deben abrir cupos obligatorios para el eslabón primario en la cartera sustitutiva principalmente, es imperativo avanzar en una caracterización más racional, que no solo diferencie entre eslabones y tamaños, sino que amplíe los rangos a partir de la capacidad de generación de ingresos como factor de caracterización, para devolverle al productor rural el acceso al crédito de fomento.

Una vez más, la plata del campo…, para el campo.

@jflafaurie