Desde hace unos meses empezó a aparecer en mis redes sociales un término que no conocía: NFT. Al principio no le di mucha importancia porque lo veía exclusivamente en una cuenta de Instagram dedicada a hacer críticas crípticas del mundo del arte y pensé que era una referencia oscura que no valía la pena investigar. Después más y más artistas empezaron a ofrecer obras en este nuevo formato digital. Invariablemente, como ocurre con muchas tecnologías nuevas, se convirtió en una tendencia imposible de ignorar.
Tanto así, que, en marzo de este año Mike Winkelmann, un artista que usa el seudónimo Beeple, vendió un NFT por 69 millones de dólares. Esta fue la primera vez que la prestigiosa casa Christie's hacía una subasta exclusivamente de arte digital y “Everydays - The First 5000 Days” se convirtió en la tercera obra más cara de un artista vivo. Al ver este rectángulo compuesto de pinturas digitales que Winkelmann lleva haciendo cada día por los últimos 14 años, pocas personas dirían que es una obra maestra. Para complicar más las cosas cualquier cristiano con un computador podría, con un sencillo copy paste, guardarlo en su computador. A pesar de este hecho se han vendido memes de gatos en este formato por más de medio millón de dólares; Jack Dorsey, el creador de Twitter, vendió su primer tuit como un NFT; e, incluso Paris Hilton se sumó a esta tendencia. Es difícil no preguntarse: ¿por qué?
La definición del acrónimo NFT es token no fungible. Para entender qué significa esto, primero toca aclarar que los NFTs son primos cercanos de las criptomonedas, en especial Ether. Una de las características fundamentales de cualquier moneda sea virtual o no es que sea fungible, es decir, que sea mutuamente intercambiable: tanto una moneda de 500 pesos como un Bitcoin siempre podrán ser intercambiadas por otra moneda del mismo valor. En cambio, una obra de arte es única, y si alguien intercambia, digamos, un grabado de Óscar Muñoz por un cuadro de Débora Arango tendrá un objeto radicalmente diferente. Los NFTs básicamente usan la tecnología detrás de las criptomonedas, las cadenas de bloque, para garantizar que un archivo digital (una imagen, un video, una ilustración, etc.,) sea único. Por este motivo, también se le conoce como criptoarte.
Una buena analogía es la fotografía. En principio se pueden hacer miles de copias de un solo rollo fotográfico por no hablar de un archivo digital, pero el valor de una fotografía artística se garantiza estableciendo un número específico de copias, como también por medio de la firma del artista y un certificado de autenticidad. Los NFTs son al mismo tiempo la obra de arte y su garantía de originalidad (técnicamente una prueba criptográfica de propiedad). De la misma manera que una copia de una foto original no tiene mayor valor, una copia de un NFT tampoco. Si bien se pueden hacer copias digitales de imágenes, videos o audios es muy complicado copiar un archivo en formato NFT. En otras palabras, estas obras de arte digitales son prácticamente imposibles de falsificar.
Los defensores de esta nueva tecnología sostienen que es una forma de descentralizar el mundo del arte, ya que permite que las personas interesadas en comprar una obra lo hagan directamente con su creador, eliminando así intermediarios como galerías o coleccionistas. Por otra parte, los NFTs típicamente están diseñados para otorgarles a sus creadores un porcentaje cada vez que la obra cambie de manos. Así, por ejemplo, el primer NFT que Winkelman vendió es una animación que se transformaría dependiendo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y en su versión final se ve a Donald Trump desnudo y grafiteado encima de un pasto lleno de basura. Pablo Rodríguez-Fraile, un auto-proclamado coleccionista digital, compró la obra inicialmente por 666,666 dólares, para luego venderla en 6.6 millones, de los cuales el artista se quedó con un 10%. Además, las transacciones de los NFTs casi siempre son públicas, permanentes y transparentes, por lo cual es más complicado realizar negocios ilícitos (como lo es el lavado de dinero con obras de arte tradicionales).
Sobra decir que esta nueva tecnología también tiene detractores. Para empezar, existen casos de páginas web donde se “acuñan” NTFs sin el consentimiento de los artistas que crearon el archivo digital original. Algunas de estas plataformas no se hacen responsables por los NTFs que venden y les advierten a los compradores que tienen que asegurarse de la originalidad de las obras. Hay otras páginas web que sí tienen procesos de verificación, pero estafadores han logrado personificar artistas, apropiarse de sus obras de arte digital y venderlas como NTFs. Es decir, no se pueden falsificar NTFs pero cualquier persona puede usar imágenes que no le pertenecen para crearlos. Si bien esto ocurre en una escala pequeña, e igual hay estafadores en todos los campos de la acción humana, es una falencia que pone en entredicho el espíritu democrático del criptoarte.
La otra gran crítica de los NFTs es su consumo energético. En términos muy sencillos, las criptomonedas requieren de un sistema descentralizado el cual asegure que nadie pueda hacer dos transacciones con la misma moneda. El método más popular para lograrlo se conoce como proof of work (“prueba de trabajo”), basado en operaciones matemáticas complejas que solo pueden ser resueltas por computadores sofisticados, lo cual implica usar mucha energía. Este problema se vuelve aún más grave en el mundo del criptoarte porque los NTFs requieren varias transacciones. De hecho, existe un estudio que calcula que para la creación y venta de un solo NTF se requieren 340 kilowatts o 211 kilogramos de emisiones de dióxido de carbono, lo cual equivale a usar un portátil por tres años o el consumo de todo un mes de electricidad de una persona en la Unión Europea. Por este motivo, varios artistas han tomado la decisión de no vender más NTFS, mientras otros se han comprometido a implementar estrategias de neutralidad de carbono.
Por último, está la pregunta de quién exactamente está comprando criptoarte. Hay personas que genuinamente quieren apoyar artistas comprando sus obras de arte digital. De hecho, ya existe una plataforma que apoya “los artistas 100 cripto-artistas más destacados de Latinoamérica”. Otra buena parte son como Rodriguez-Fraile, que ya tienen criptomonedas y ven en los NTFs una buena manera de diversificar su portafolio de inversiones. Sin embargo, al ser monedas extremadamente volátiles pueden llegar a ser inversiones muy riesgosas. Con todo, este grupo no es muy distinto de los coleccionistas tradicionales que compran una pintura no por su mérito artístico sino por su valor comercial. Curiosamente también están aquellos que ven en todo esto una gran estafa y, por ejemplo, se vendió un NTF de un video de un cuadro original del grafitero Banksy quemándose. La obra física se llamaba Morons (White) y muestra una subasta de arte de Christie's con la frase: “No puedo creer que ustedes, imbéciles, hayan comprado esto”. Lo más irónico de todo es que esta obra fue creada por una firma tecnológica que se especializa en las cadenas de bloques, la base fundacional de los NTFs, y se vendió por 380,000 dólares. Entonces, ¿quién es el imbécil?