Los mejores deportes extremos están en San Gil | El Nuevo Siglo
Nuevo Siglo/Gerald Lucero, periodista
Domingo, 19 de Agosto de 2018
Canotaje, rápel, ‘bungee jump’ y otras experiencias, es todo lo que le espera a los más aventureros y arriesgados.

 

Hace más de un año que Colombia me abrió los brazos después de huir de la crisis en Venezuela. Llegué a Bogotá y desde entonces no había salido de la misma: el trabajo, gastos de la vida diaria y compras de artículos que necesitaba me lo habían impedido, hasta que a EL NUEVO SIGLO llegó una maravillosa invitación para visitar parte de Santander, tierra de mucha cultura, historia y arte colombiano.

Abroché mi cinturón en el vehículo que me llevó junto a otro excelente equipo de periodistas. Las actividades que más adrenalina generaban en mi cuerpo eran los deportes extremos que nos tenían preparados en San Gil; no había tenido la oportunidad de practicar alguno de ellos, por lo que no podía dejar de sentir nervios, pero al mismo tiempo, la emoción sacudía mi mente.

 

Descenso por un río

Canotaje.

Foto cortesía.

Nos esperaba de primero el canotaje. Entre nosotros había muchos nervios ya que algunos no sabíamos nadar, pero eso no nos impidió colocarnos el chaleco y lanzarnos a la aventura. La velocidad de la balsa controlada con nuestra fuerza, así como las pequeñas olas, algunos remolinos y el agua a punto de voltearnos, nos ofrecieron una experiencia magnífica y divertida, acentuada también con la calidez y buena energía de los instructores, que además inmortalizaron nuestra diversión en espectaculares fotos y videos.

Mientras navegábamos por las aguas del río Fonce avistamos una enorme plataforma: en ella se realizaba el ‘bungee jump’. Varios “tragamos saliva” al ver tan imponente arquitectura, sabiendo que pronto nos tocaría a nosotros arrojarnos al vacío, pero aún teníamos otra experiencia por delante.

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Calentamiento para lo mejor

montaña.

Foto cortesía.

Otra de las actividades fue el ‘canopy’, llegando hasta el otro lado de la montaña para luego pasar por puentes de madera, escalar apoyándonos en algunas rocas y finalmente descender haciendo rápel. Esto último fue lo más mágico del viaje: bajar por la montaña mientras aprecias la hermosa vista con el agua de la cascada cayendo sobre ti; los nervios desaparecen y le tomas confianza al arnés que te sostiene mientras bajas, volviéndote de un momento a otro un experto que hasta se balancea para sentir más adrenalina.

Pero esta experiencia fue solo un calentamiento para lo que venía después y muchos temíamos: el ‘bungee jump’. Al llegar al sitio, el excelente equipo nos señaló que íbamos a saltar desde una plataforma a 70 metros de altura y debajo de nosotros veríamos el río Fonce; la idea nos asustó a muchos, pero ya estábamos en el sitio, había que armarse de valor y realizarla.

 

Lo más extremo

Bungee.

Foto cortesía.

Mi turno era el cuarto y a medida que los demás pasaban, mi respiración se aceleraba y los nervios crecían; cuando llegó el momento, me llené de valentía y abordé la plataforma que me llevaría hasta el sitio del lanzamiento. Intenté no ver hacia abajo mientras ascendía, pero la curiosidad pudo más: instantáneamente comencé a temblar mientras el instructor me explicaba cómo debía dejarme caer para que todo saliera bien: pies firmes y juntos, brazos extendidos hacia los lados y la espalda en forma de ‘U’. “¡No estoy preparado, estoy muy nervioso!”, le exclamé, mientras él solo me respondía: “Todo está listo, tranquilo, yo te ayudo”.

Me acerqué al borde de la plataforma, la mitad de mis pies quedaron en el aire y mi corazón se aceleró. El instructor me hablaba y yo solo podía mirar el paisaje intentando encontrar refugio, no lograba escucharlo. Al término del conteo “3, 2, 1…  ¡Bungee!”, me impulsó un poco y mi cuerpo cayó por sí solo con la mayoría de mis sentidos apagados. El aire golpeaba ligeramente mi cara y los segundos se convirtieron en horas: no sentía nada alrededor, era solo yo suspendido en el aire sin nada que me atrapara. Una vez que llegué al límite de la cuerda, mi balanceo se sintió en cámara lenta, solo podía ver el río y parte del paisaje, hasta que a lejos escuché a uno de los ayudantes indicándome que tomara una cuerda para poder llevarme a tierra firme. Al llegar al piso me sentí de nuevo a salvo, pero completamente renovado.

El ‘bungee jump’ fue la actividad más arriesgada y extrema para muchos de nosotros, a pesar de que duró solo segundos. Arrojarse desde 70 metros de altura intentando no pensar en todo lo que puede suceder si algo sale mal fue complicado, pero se trata de una experiencia que, en palabras de este periodista, debe ser vivida al menos una vez, aunque algunos queramos repetirla.

Colombia ofrece una majestuosidad de paisajes que deslumbran incluso al más experimentado; mezclar esto con deportes extremos definitivamente no tiene pérdida. Podemos estremecernos del miedo, pero también del deseo de probar algo que, sin duda, cambia nuestra vida. ¿Se arriesgan a visitar San Gil y hacer lo que jamás hubiesen pensado?