Salvar la música | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Agosto de 2020

Es un piano. Un piano blanco con buena presencia y ya tiene sus años y su carácter, pues con estos instrumentos ocurre que, con el tiempo, cada vez suenan mejor. Desde la escuela de música ha acompañado a varias generaciones a alegrar al mundo, ha visto a los alumnos convertirse en músicos y cada vez que ellos vibran con el público algo en él resuena y todo se llena de esperanza. Desde su salón, año tras año, ha visto cómo se tejen vínculos y se construye una comunidad solidaria alrededor del sencillo propósito de hacer música y disfrutar la vida juntos, pero vino la pandemia y tuvo que abandonar la escuela.

Sin actividad presencial no tenía sentido mantener la sede, así que fue necesario cerrarla y buscar cómo salvarlo a él y a los demás instrumentos. Se separaron todos con la esperanza de encontrar un lugar donde los cuiden, los toquen y los escuchen, a espera de poder reabrir la escuela y volver a reunirse algún día con su comunidad. Algunos fueron a dar donde los estudiantes, otros donde los profesores y otros cuantos donde los amigos más cercanos. Siquiera quedaron en buenas manos porque qué tristeza un instrumento sin sonar; tanto, o más, que una vida sin abrazos. Siquiera nos queda la música.

Compartir la experiencia de hacer, oír y bailar música junto a otros es algo vital e irremplazable en nuestro país, pero hoy, quién iba a pensarlo, parece algo imposible. Al igual que el piano blanco, cientos de miles de artistas en todas las disciplinas tuvieron que separarse de sus agrupaciones y comunidades y atraviesan una crisis sin precedentes. Profesores, intérpretes, autores, compositores, productores, luthiers, comercializadores, promotores, programadores, managers y roadies fueron separados de aquello que le da sentido a su quehacer y a su existencia, el público; y qué tristeza tan grande la música sin público.

Como han podido, las instituciones de cultura han destinado recursos para contener la crisis. El mismo sector también ha actuado solidariamente, pero no es suficiente, el daño es enorme. Desesperado, el movimiento artístico se ha unido y ha propuesto un plan de salvamento que lleve a cumplir con el mínimo de inversión pública recomendada por la Unesco pues, increíblemente, Colombia se encuentra 15 veces por debajo del deber ser. Sin arte no, dicen los artistas, se declaran en alerta y solo piden que alguien los escuche, que los salve.

En este país de músicas y músicos, donde en cada pueblo hay un ritmo, una banda, una escuela, donde las agrupaciones de todos los géneros parecen brotar de la tierra como el cultivo más prolífico, la música más que una cadena de valor es un modo de ser y de estar con los demás, una forma de vida que hoy también está amenazada por la pandemia pues solo somos si estamos juntos. Hoy, a la distancia, mientras nos extrañamos los unos a los otros y recuperamos el privilegio insospechado de los abrazos, la música nos salva. Salvemos nosotros a los músicos.

@tatianaduplat