El sacha inchi es un fruto seco originario de la Amazonía muy apetecido en el mercado alimenticio y farmacéutico por sus propiedades y beneficios al consumirlo, pues posee gran cantidad de antioxidantes y un alto índice de Omega 3, 6 y 9.
De las semillas de este fruto se extrae un aceite que puede desbancar al de oliva y cuyo consumo elimina el colesterol, los triglicéridos y las grasas acumuladas del organismo.
Por estas razones, la adquisición del aceite derivado del sacha inchi crece vertiginosamente, cuya demanda mundial se centra en el segmento de la población que tiene preferencia en el consumo de productos light o dietéticos, de alto contenido nutricional y que están dispuestos a pagar más por un artículo con tales características.
Su cultivo en el campo colombiano es relativamente nuevo; sus primeras cosechas en el Putumayo surgieron en los años 90 gracias al padre Alcides Jiménez Chicangana, un sacerdote que dedicó su vida al progreso en el bajo Putumayo, como se señala en el portal de Noticias ONU, que dedica una nota al cultivo de este fruto en el sur del país.
A comienzos de los 2000, Perú (país que tiene cerca del 95% de la producción de sacha inchi en el mundo, según la Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU, Unodc) sufrió una leve caída en su comercialización tras la salida de Alberto Fujimori del poder. Y aquí los campesinos del Putumayo, Amazonas y el Casanare vieron su oportunidad de empezar los cultivos.
Competir contra la coca
Sin embargo, este nuevo producto tenía un viejo competidor: la coca. Debido a la vegetación selvática y a la ubicación geográfica, este lugar se convirtió en el más propicio para que las Farc camuflaran allí sus campamentos y laboratorios de producción. En el Putumayo se alcanzaron a sembrar 20 mil hectáreas de esta planta.
“El productor tiene que coger la hoja de coca, aplicarle cales, sales y productos para que suelte la base de coca, afloje con el proceso de quemado que se demora entre dos y tres semanas y con eso sale una base de coca que se seca y se vende por kilos a los comerciantes, que son quienes realmente ganan en términos económicos”, comentó Olver Antonio Carbonel, presidente de la asociación productora de sacha inchi (Agroincolsa) en Puerto Caicedo, Putumayo.
Carbonel, entrevistado por el portal de la ONU, agregó que “pareciera que les fueran a quedar muchos recursos, pero siguen viviendo en la misma precariedad”. Añadió que “Aquí llevan cuarenta años cultivando coca: van dos generaciones que han crecido en ese medio y no han conocido otra opción”.
Con la coca, el campesino pone en riesgo su vida, afecta a su salud (ya que los químicos se suelen manipular sin protección) y, como resultado, recibe unos ingresos limitados e irregulares. Sin embargo, el problema en el Putumayo persiste: según datos de la Unodc, en 2020, de 154 mil hectáreas de coca que había en Colombia, al menos 20 mil estaban en esta región del país.
“Los campesinos no son, por naturaleza, criminales. Los cocaleros son gente que busca dinero para mantener a su familia. (…) Tienen el factor de presión de los grupos criminales (plata o plomo) y la necesidad”, explicó Pierre Lapaque, actual representante de esa agencia de la ONU en Colombia.
Transición entre la coca y el sacha inchi
Desde hace cinco años la Unodc empezó a cambiar el pensamiento de los campesinos para pasar de un cultivo a otro; hoy ya cuentan con 50 personas que forman parte de Agroincolsa, una asociación que hace este cambio, de la coca al sacha inchi, basados en pedagogía agrícola.
Una de esas personas es Silvia Ferro, quien con el apoyo de su esposo y de su hijo trabaja una hectárea de sacha inchi: el árbol que da este fruto es una enredadera. A los ocho meses ya empieza a dar cosechas, “es muy rápida y nos da muchas garantías porque cada 15 días estamos haciendo la recolecta”, comentó.
Esta transformación tiene un alto componente de conciencia social. “Yo tengo la conciencia tranquila porque me da pesar cuando uno mira que hay familias con hijos o esposos drogadictos. El hecho de que seamos campesinos no quiere decir que no debamos preocuparnos por el bienestar de los demás”, dijo Silvia.
Acabar el escepticismo
Terminar con el dominio del cultivo de la coca no es fácil y mucho más después de que han pasado otros productos alternativos como el cacao, el ajonjolí, la pimienta o la vainilla que muy pocos compran y cuyos costos de producción son muy elevados, y el sacha inchi iba en camino de convertirse en uno más de la lista de fracasos.
Un día cualquiera de 2018, Carbonel revisó el correo de la asociación. Una mujer, en un idioma extranjero, escribía preguntando por el aceite de sacha inchi.
Se trataba de la dueña de una empresa en Bélgica, proveedora de equipos industriales y grasas comestibles en el sector de aceites, que se dedica a la fabricación de equipos y herramientas para extracción de aceites. Acababa de recorrer Latinoamérica y escuchó el nombre de este posible competidor del aceite de oliva.
“Empezamos a revisar publicaciones científicas que eran unánimes en los beneficios que tenía para la salud”, explicó la empresaria, quien pidió preservar su identidad para esta nota.
Carbonel quedó sorprendido. Primero tuvo que romper la barrera del idioma y, a través de un familiar, conoció a Tummas Kastalag, un consultor danés afincado en Colombia.
“No conocía el producto, pero cuando me pidieron ayuda y los conocí me pareció, más que interesante, emocionante. La empresa nos dice que quiere empezar a comercializar aceites comestibles en Europa como nueva rama del negocio”, explicó Tummas.
Con el respaldo de la Unodc dijeron: “Ah, este proyecto es legítimo”, explicó Tummas. El apoyo de la agencia incluyó el etiquetado y la exportación de las primeras botellas de 250 mililitros hasta Bélgica.
El siguiente paso será educar a la población en Europa y en Colombia sobre este sabor que, según los expertos, es mejor consumir crudo: en ensaladas o como aderezo de verduras, aunque también se elaboran pasabocas.
“Es un oro que tienen en el Putumayo y la Amazonía y eso hay que desarrollarlo en el mercado nacional y en otras regiones del país”, culminó Lapaque.