Palabras más, palabras menos, ya van quedando claras desde ahora las líneas estructurales dominantes de las elecciones presidenciales del año que viene.
Primero que todo, se buscará recobrar la soberanía popular, o sea, rescatar la voluntad popular secuestrada desde el 2 de octubre, cuando los acuerdos a puerta cerrada entre el Gobierno y las Farc desconocieron flagrantemente los sentimientos más profundos de la población colombiana.
En vez de haberse dado a la tarea transparente y sincera de reconstruir con la oposición esos negociados para forjar un acuerdo suprapartidista, las cúpulas del Gobierno y la guerrilla se dedicaron, con evidente nerviosismo, a reforzar sus palizadas para inmortalizar lo firmado en el Colón.
En consecuencia, aparece un segundo punto, el de la necesaria revisión de los acuerdos para dotarlos de la legitimidad que carecen, si es que la conducta político-militar de las Farc y el Eln así lo aconseja y lo permite.
Valga anotar que la estrategia guerrillera, basada tanto en simbiosis como en hibridez, es decir, en coordinar esfuerzos y, al mismo tiempo, impulsar la movilización de masas con base en violencia directa o indirecta, le apunta a una gran coalición nacional defensora de sus acuerdos que logre ganar las elecciones en primera vuelta.
Tercero, el legado santista irá desapareciendo con la misma velocidad con la que se aproxime la fecha de las elecciones. El mejor ejemplo, tanto de este punto, como de los anteriores, es el vicepresidente Vargas, que siempre tomó clara distancia del eje Santos-Farc y, seguramente, no se plegará a una coalición de la que haga parte Timochenko.
En ese sentido, todas las maniobras parlamentarias por garantizar la petrificación de los acuerdos de La Habana resultarán inocuas y banales pues, en perspectiva, los electores de Vargas se suman a los que votaron por el ‘No’, mientras que las fuerzas dispersas de todas las izquierdas (en las que tiene depositada su esperanza la coalición Farco-santista) son las mismas que ya perdieron en el plebiscito.
Y cuarto, también aparecerán con mucha fuerza la deprimente popularidad del mandatario saliente y la avalancha de la corrupción transnacional que, sin tremor alguno, el mismísimo Fiscal ha puesto en la agenda política y mediática, con lo cual, si se trata de rescatar la voluntad popular secuestrada, no cabe duda de que la ruta está trazada y la meta no es lejana.