Frente a la coyuntura histórica del 23 de febrero, resulta extraordinaria la pertinencia del coro del himno venezolano, que debería convertirse en consigna del megaconcierto del lado colombiano del puente Tienditas: “Gloria al bravo pueblo/que el yugó lanzó/la Ley respetando/la virtud y el honor”.
El 23 de febrero será recordado como un día simbólico de libertad en América; el Día “V”; V de victoria frente al tirano; V de valentía frente a la opresión; V de vecindad de un pueblo amigo; V de una Venezuela en busca de su libertad y su gloria.
El 23 de febrero nos recordará ese otro gran día de la historia del siglo XX, que señaló el comienzo del final de la Segunda Guerra Mundial: el desembarco aliado en Normandía; el Día D, cuando la voluntad de los pueblos libres se unió para romper las barreras de la tiranía en Europa.
En esta ocasión será la voluntad desarmada de los pueblos a través de la música en el megaconcierto del día 22; serán la solidaridad internacional, la voluntad del “bravo pueblo” y el liderazgo del presidente Guaidó, los que buscarán derribar la barrera, no tanto de los remolques atravesados, ni del despliegue militar en la frontera, ni del “contraconcierto”, sino la barrera de la arrogancia del poder, de la indolencia criminal de Maduro y su camarilla frente al sufrimiento del pueblo, que solo caerá cuando las armas legítimas de Venezuela dejen de ser la guardia del tirano y se pongan a disposición del pueblo a través de Juan Guaidó.
El ingreso de la ayuda humanitaria se ha convertido en símbolo de liberación, y las Fuerzas Armadas Bolivarianas en la muralla opresora por derribar. Atrapados entre su deber formal de obediencia a una cúpula corrupta, además del terror a la contrainteligencia cubana, y su deber supremo de defender la vida y el futuro de los venezolanos, el mundo estará en vilo el 23 de febrero, por la decisión de los militares frente a miles de sus compatriotas, armados apenas de esperanza y una bolsa de ayuda humanitaria.
Reprochable entonces, la postura de la izquierda colombiana y de la oposición frente a este día épico, más ocupados en atacar al Gobierno que en unirse a la solidaridad política mundial, que hoy suma más de 60 países.
Destacable, por el contrario, el liderazgo del gobierno, no solo para atender el éxodo de venezolanos que llega con “su vida en una maleta”, sino para presionar la salida de Maduro y el retorno de la democracia. Destacable la gestión diplomática del presidente Duque y el canciller Holmes para responder al imperativo moral de una vecindad histórica y estrecha.
Reprochable que un grupo de firmantes febriles, con Iván Cepeda a la cabeza, se inventen guerras y le adviertan a Duque que “no podemos permitir que usted y el gobierno nos conduzcan a una confrontación de alcance internacional”, mientras Petro sentencia que "Los problemas de los venezolanos los deben solucionar los venezolanos”; como quien dice: “Allá ustedes”, pero se suma, irresponsablemente, a Delcy Rodríguez para afirmar que la ayuda esta “envenenada”.
Y claro, reprochable el partido Farc, que proclamó la legitimidad de Maduro y el apoyo a la revolución bolivariana, mientras condenaba al Grupo de Lima y la “actitud vergonzante” del gobierno colombiano.
Una cita bíblica premonitoria: “Entonces los sacerdotes tocaron las trompetas y la gente gritó a voz en cuello, ante lo cual las murallas de Jericó se derrumbaron” (Josué 6, 20). Ojalá la música del mundo y el coro del bravo pueblo derriben las murallas de la ignominia madurista.