El papa Francisco ha pedido que se celebre hoy en toda la Iglesia una jornada mundial de los abuelos y los mayores. Y lo hace percibiendo con claridad una cierta cultura del descarte sobre estas personas, simplemente por el hecho de no ser jóvenes. El papa no teoriza. Él mismo se reconoce como parte de esta población y hace conciencia de que, lejos de ser simplemente el final de la vida, es en realidad otra etapa donde todavía queda mucho por hacer. Ya esta es una perspectiva interesante y que, como van las cosas, tiende a ser cada vez más importante pues la vida tiende a hacerse cada vez más larga y hay que llenarla de buen contenido.
Estoy de acuerdo con Su Santidad en que la cultura actual rinde pleitesía e idolatría a la juventud y a ciertos modelos de la misma, casi todos vacíos por dentro, pero dotados de cuerpos que quizás aspiran a ser imitación de los viejos dioses del paganismo. Y que, curiosamente, suelen caer mucho en depresión, no obstante tanta felicidad aparente.
Abuelos y mayores son los que en realidad conocen la vida como es en realidad, no como la pintan. Y saben también sobre qué pilares se construye una vida que resista los embates de la existencia que, ni son pocos ni son siempre amables. Por eso es que los mayores no pueden aguantar las ganas de sonreír irónicamente cuando las jóvenes generaciones juran que ya tienen la felicidad en las manos y para siempre. “Si supieran…”, piensan los portadores de décadas de vida.
Pero el papa en el mensaje que escribe para esta ocasión también invita a los abuelos y a los mayores a ser agentes activos de ese momento de la vida y a no caer en el nada qué hacer ni nada qué aportar. De hecho, muchísima gente mayor está legando a los 80 o 90 años de vida en condiciones muy favorables y con buena salud física y mental. Mal harían en sentarse en una mecedora a esperar un triste final. “Los árboles mueren de píe”, escribió un buen autor. Invita Su Santidad a sus contemporáneos a seguir haciendo muchas cosas, entre ellas, las de orden espiritual, para continuar aportando a la familia, a la sociedad, a la Iglesia. Mejor dicho, el papa no ve con buenos ojos que alguien se jubile de seguir viviendo estando vivo.
Otro dijo: “si los abuelos no existieran, habría que inventarlos”. Me uno a esta proposición. Y tienen que ser las personas más importantes de las familias y no otras. Por todas las razones que la vida humana recoge en su sabiduría milenaria y ancestral (¿?). Entonces, en este día, hay una invitación para hacer un homenaje a los abuelos y a la gente mayor. A mirarlos con todo el cariño y respeto que merecen. Y a renovar las ganas de cuidarlos y acompañarlos como la más bella y noble de todas las tareas. Estoy seguro que Jesús algún milagrito les hizo a Joaquín y Ana, sus abuelos maternos. Les debió multiplicar el cariño y la cercanía.