Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 30 de Octubre de 2015

 

“A nadie se le impide creerse víctima”

EL SEPTIMAZO

Gallinitas

"¡Yo  soy la víctima! ¡No, yo soy!” canta Mahmud Darwish en el poema Ta´tadhir ´ammâ fa´alta dedicado a los caídos palestinos y judíos en la Franja de Gaza. No pidas perdón es su traducción al español; repito una y otra vez el verso mientras veo a la fuerza en Noticias RCN las encarnizadas intervenciones contra el proceso de paz y la engolosinada editorial para desnudar sin pudor a las víctimas.

En otros tiempos en este territorio de 1.142.000 km² donde habita un país minúsculo mentalmente, los gamines de la séptima solían decir “a nadie se le niega el doctor”; parafraseándolos, en las postrimerías de 2015 a nadie se le impide su sacrosanto deseo de creerse, decirse, asumirse como víctima.

Y cómo no si el bendito robo de las gallinitas a Manuel Marulanda, alias Tirofijo, nos convirtió a los 49.529.000 de colombianos en víctimas, de entre los cuales un total de 7.712.014 compatriotas están registrados como tales, de acuerdo con la Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas.

El proceso de La Habana ha despertado ese prurito tan colombiano de querer ser lo que el otro es y de querer tener lo que el vecino posee; solo que en esta oportunidad la apetencia de los wannabes no son los monogramas a los que acceden gracias a los contrabandistas e imitadores de San Andresito de San José, sino figurar en la lista infinita de víctimas, no importa si para lograrlo tienen que traer a colación a la tía cuarta asesinada o al primo quinto secuestrado o al cuñado predilecto masacrado.

Ese periodismo fatuo les abre el micrófono para que vomiten su presunto dolor y tengan su cuarto de hora como acreedores de los victimarios para que de pronto puedan cobrarlo por ventanilla y ad infinitum como lo han hecho otros parientes de víctimas reales a quienes les seguimos pagando -como a Tirofijo sus gallinitas- con embajadas y ministerios.

Pienso en los deudos anónimos que no replicaron porque para ellos no hubo eco, o porque les sobró la dignidad y el recato de los que carecen las víctimas de postín.

No habrá paz si seguimos regodeándonos en nuestro pasado como víctimas, si no enterramos el dolor y la furia por los caídos y si continuamos buscando réditos en el padecimiento.

“Cadáveres anónimos/ Ningún olvido los reúne, Ningún recuerdo los separa.../ Olvidados en la hierba invernal/. Sobre la vía pública/ entre dos largos relatos de bravura/ y sufrimiento”.